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Un total de 26 fosas prehispánicas de las fases Zacatenco (700-400 a.C.) y Ticomán (400-200 a.C.), de las cuales 20 corresponden a esta primera fase, han salido a la luz como consecuencia de un proyecto inmobiliario que se llevará a cabo en la colonia La Otra Banda, al sur de la Ciudad de México, según informó ayer el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México.
Los contextos preclásicos de las fases Zacatenco y Ticomán se han conservado tan bien porque el terreno se ubica sobre la cima de una loma a 2.296 metros sobre el nivel del mar, de tal forma que «no fue cubierto por la lava del volcán Xitle, sino que esta se escurrió por la parte superior del lomerío», asegura Antonio Balcorta, un especialista de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH.
En esta zona, ocupada hace 2.700 años, las mujeres desarrollaron actividades específicas, posiblemente relacionadas con los cuidados perinatales.
Las 26 fosas, 11 de ellas en forma de cono truncado, tienen una profundidad variable, entre 1,23 y 3,3 metros bajo el nivel de la calle. Balcorta, quien ha trabajado junto con Montserrat Alavez, explica que el descubrimiento de fosas troncocónicas suele asociarse a espacios habitacionales y estas podían contener materiales de desecho, podían ser lugares de almacenamiento de grano y artefactos y, además, tenían usos funerarios.
Sin embargo, un par de fosas halladas en La Otra Banda presentan unas características que «parecen indicar la realización de labores cotidianas efectuadas sólo por mujeres, como por ejemplo baños de vapor con hierbas que formarían parte de los cuidados perinatales, pues mezclados con restos de carbón hallamos un semicírculo formado por cantos rodados y basaltos pegados a la pared que están rotos o estrellados por una constante exposición al fuego».
Balcorta añade que «en el tapón de las fosas y dentro de las mismas se han registrado más de 130 figurillas que en su mayoría representan a mujeres embarazadas (y niños en menor medida), unas piezas que lucen pigmentación roja, amarilla y negra en el rostro, cuello, vientre, ombligo, manos y piernas».
Las fosas fueron tapadas metódicamente con sendos tapones de cantos rodados y tezontles, y clausuradas de forma ritual.
A modo de parábola del trabajo arqueológico, Balcorta dice que «una vez que comenzamos a excavar las fosas conservadas durante 2.700 años las trajimos de nuevo a la vida, pero al mismo tiempo comenzaron a morir».
Fuente: INAH. Edición: National Geographic.
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