Es la primera vez que se encuentra el diente de una de estas bestias de los mares en el lugar donde cayó originalmente.

Un tiburón pierde hasta 40.000 dientes en su vida, y el megalodón, el mayor depredador de todos, no fue la excepción.

A medida que esta temible bestia deambulaba por los océanos del mundo hace entre 4 y 20 millones de años, dejaba caer dientes que aún hoy aparecen en las playas, se encuentran incrustados en huesos de ballena o emergen de paisajes que alguna vez estuvieron sumergidos. Pero hasta ahora, ninguno se había descubierto en una posición similar a la que ocuparon hace millones de años.

Un equipo de intrépidos investigadores acaba de describir un hallazgo así: un diente fosilizado de Otodus megalodon parcialmente incrustado en el lecho marino, a unos 3.000 metros de profundidad, en la inmensidad del océano Pacífico.

El diente antiguo reposando en el lecho marino. Crédito: Pollerspöck et al., Historical Biology, 2023.

El diente era difícil de detectar entre las formaciones rocosas, pero los autores del hallazgo, al revisar imágenes de un sumergible operado remotamente, lo vieron sobresaliendo directamente de la arena, como si hubiera caído allí hace apenas unos momentos.

Cuando inspeccionaron el antiguo diente en tierra firme, descubrieron que tenía la punta rota y bordes serrados que parecían tan afilados como el día en que cortaron carne fresca por última vez.

La imponente constitución del megalodón, lo suficientemente grande como para devorar a tiburones modernos en pocos bocados, se conoce casi exclusivamente por sus dientes, que pueden ser tan grandes como una mano humana, y por vértebras dispersas. A diferencia de estas piezas robustas de anatomía, el resto del tejido blando y el cartílago de megalodón no han sobrevivido desde hace 3.6 millones de años, cuando la criatura marina se extinguió.

C. megalodon (en gris y rojo) con el tiburón ballena (violeta), el gran tiburón blanco (verde), y un humano (negro) a escala. Nota: El tamaño máximo alcanzado por C. megalodon es indicado por el modelo de 20 metros.

Basándose en esa desaparición, se estima que este diente en particular tiene al menos esa antigüedad. Fue encontrado en una ubicación remota al suroeste de Hawái, a unos cientos de kilómetros de un puesto militar estadounidense llamado Atolón Johnston, en el borde de un «desierto» oceánico.

Los investigadores a bordo del Buque de Exploración (EV) Nautilus habían estado realizando un estudio de la zona para comprender más sobre su geología y biología marina.

«Existen áreas del lecho marino, especialmente en cuencas oceánicas profundas lejos del continente, donde apenas se acumulan sedimentos durante largos períodos», explicó Tyler Greenfield, paleontólogo de la Universidad de Wyoming. «También es posible que los dientes sean erosionados y retransportados hacia sedimentos más jóvenes, pero eso probablemente no ocurrió en este caso».

El diente antiguo fue encontrado parcialmente incrustado en manganeso. Crédito: Pollerspöck et al., Historical Biology, 2023.

El diente fue hallado en la cresta de una elevación, donde se cree que las corrientes oceánicas son lo suficientemente fuertes como para evitar la acumulación de sedimentos. El borde serrado del diente también estaba excepcionalmente bien conservado, lo que sugiere que el diente no ha sido arrastrado ni erosionado.

Aunque no es el más grande de su tipo, el diente recién descubierto (que mide modestamente entre 63 y 68 milímetros) se suma a un número creciente de especímenes que rastrean los movimientos del megalodón a través de los océanos.

A pesar de que el esmalte del diente (A), la punta rota (B) y la base (C) estaban incrustados en manganeso, sus bordes serrados estaban extremadamente bien conservados (D). Crédito: Pollerspöck et al., Historical Biology, 2023.

Al revisar registros históricos de expediciones pasadas en alta mar, Jürgen Pollerspöck, de la Colección Estatal de Zoología de Baviera en Alemania, y sus colegas identificaron numerosos dientes de megalodón que han sido recogidos desde profundidades de 350 a 5.570 metros. Pero afirman que este fue el primero documentado en su lugar final tal como se encontró.

«La primera documentación in situ del fósil de un megadiente en el mar profundo destaca la importancia de utilizar tecnologías avanzadas de buceo profundo para estudiar las partes más grandes y menos exploradas de nuestro océano», concluyó el equipo.

El estudio ha sido publicado en Historical Biology: An International Journal of Paleobiology.

Fuente: TANDF/SciAl. Edición: MP.

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