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Un experimento demuestra la fragilidad del sistema solar.
De acuerdo con la ley de Titius-Bode, se supone que alguna vez existió un planeta rocoso entre Marte y Júpiter, cuya enigmática destrucción llevó al actual cinturón de asteroides situado en dicha zona del sistema solar. Este planeta es conocido en la teoría como Faetón.
Pero lejos de extrañarlo, la desaparición de este quinto mundo —de haber existido—, habría sido necesaria para la existencia de la Tierra habitable. De hecho, de aún estar allí, habría empujado hace tiempo a nuestro planeta de su órbita actual, acabando potencialmente con la vida tal como la conocemos.
Al menos esa es la conclusión a la que ha llegado el astrofísico Stephen Kane de la Universidad de California en Riverside (UCR), quien realizó un experimento destinado a abordar dos brechas notables en la ciencia planetaria.
La primera es la brecha en nuestro sistema solar entre el tamaño de los planetas gaseosos terrestres y gigantes. El planeta terrestre más grande es la Tierra, y el gigante gaseoso más pequeño es Neptuno, que es cuatro veces más ancho y 17 veces más masivo que la Tierra. No hay nada en el medio.
«En otros sistemas estelares hay muchos planetas con masas en ese hueco. Los llamamos supertierras», dijo Kane.
La otra brecha está en ubicación, en relación con el Sol, entre Marte y Júpiter. «Los científicos planetarios a menudo desearían que hubiera algo entre esos dos planetas. Parece una propiedad inmobiliaria desperdiciada», comentó el científico.
Estas brechas podrían ofrecer información importante sobre la arquitectura de nuestro sistema solar y sobre la evolución de la Tierra. Para completarlos, Kane ejecutó simulaciones dinámicas por computadora de un planeta entre Marte y Júpiter con un rango de masas diferentes, y luego observó los efectos en las órbitas de todos los demás planetas.
Los resultados, publicados en Planetary Science Journal, fueron en su mayoría desastrosos para el sistema solar.
«Este planeta ficticio le da un empujón a Júpiter que es suficiente para desestabilizar todo lo demás», explicó Kane. «A pesar de que muchos astrónomos han deseado este planeta adicional, es bueno que no lo tengamos».
Júpiter es mucho más grande que todos los demás planetas juntos; su masa es 318 veces la de la Tierra, por lo que su influencia gravitatoria es profunda. Si una supertierra en nuestro sistema solar, una estrella que pasa o cualquier otro objeto celestial perturbara a Júpiter aunque sea levemente, todos los demás planetas se verían gravemente afectados.
Dependiendo de la masa y la ubicación exacta de una supertierra, su presencia podría en última instancia expulsar a Mercurio y Venus del sistema solar. Asimismo, podría desestabilizar las órbitas de Urano y Neptuno, arrojándolos también al espacio exterior; y cambiar la forma de la órbita la Tierra, haciéndola mucho menos habitable de lo que es hoy —si no acabando con la vida por completo—.
No obstante, cuando Kane redujo la masa del planeta y la colocó directamente entre Marte y Júpiter, vio que era posible que permaneciera estable durante un largo período de tiempo. Pero pequeños movimientos en cualquier dirección y «las cosas irían mal», dijo.
El estudio tiene implicaciones para la capacidad de los planetas en otros sistemas solares para albergar vida. Aunque los planetas similares a Júpiter —gigantes gaseosos lejos de sus estrellas— solo se encuentran alrededor del 10 % del tiempo, su presencia podría decidir si las homólogas cósmicas de la Tierra o las supertierras tienen órbitas estables.
Estos resultados dieron a Kane un renovado respeto por el delicado orden que mantiene unidos a los planetas alrededor del Sol.
«Nuestro sistema solar está más afinado de lo que había apreciado antes. Todo funciona como intrincados engranajes de reloj. Agregue más engranajes a la mezcla y todo se rompe», concluyó.
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