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Silenciosas y enigmáticas, un gran número de estatuas de piedra de antiguos guerreros invaden las estepas euroasiáticas.
Durante gran parte de la Edad Media, los polovtsianos (término que deriva del ucraniano polovtsy: rubio) fueron guerreros que pulularon por las estepas euroasiáticas. Partiendo del área que ahora ocupa Ucrania, estos nómadas entraron en conflicto con los Rus de Kiev, los húngaros y con el mismísimo Imperio bizantino, convirtiéndose en una peligrosa fuerza de razias y rapiñas durante los siglos 11 y 12. Pero cuando en el siglo 13 llegaron las invasiones mongolas, los polovtsianos fueron obligados a retirarse a territorios más occidentales como Valaquia (Rumania) y Moldavia.
Detrás de ellos dejaron una enorme producción de estatuas antropomórficas, una muestra cultural que heredaron de una esfera cultural mayor de las estepas. Dichos monumentos han sido registrados desde el periodo Eneolítico, en el cuarto milenio antes de Cristo, y pueden ser encontrados a lo largo de Rusia, Ucrania (oriental sobre todo), Alemania, el sur de Siberia, Asia central y Mongolia.
Las estatuas polovtsianas en particular, representan tanto a hombres como mujeres. Las estatuas masculinas de pie representan a guerreros listos para la batalla, por lo que comúnmente incluyen cascos del tipo ruteno o (más raramente) un gorro reforzado con piel o placas de metal, un peto en el frente, un sable, un látigo, un arco y una aljaba con las flechas. Todo, desde luego, tallado en la piedra y con diferentes combinaciones.
A parte del atuendo militar, la representación del guerrero también incluía objetos más cotidianos, tales como cuchillos, pedernales y peines, que aparecen en los cinturones.
Cabe destacar que las estatuas que tienen gorros y no cascos, vendrían a ser aquellas que identificaban a los miembros más acaudalados de la sociedad. Estas estatuas, además, están en posición sentada, con sacos y desprovistas de toda arma a excepción de un cuchillo. Los objetos llevados por estas últimas obras pétreas apuntan a que los hombres de la élite polovtsiana ganaban sus posiciones prominentes en la sociedad no a través de la guerra o pericia militar, sino por medio de la cría de animales, comercio, y recolección de impuestos.
En cuanto a las estatuas de las mujeres, comúnmente son representadas vistiendo un atuendo elaborado y un llamativo tocado —del tipo que a muchos aficionados de la teoría de los antiguos astronautas les parece de estilo «reptiliano»—. Además tienen numerosos ornamentos, tales como aros, collares y amuletos. Al igual que su contraparte masculina, las estatuas femeninas portan objetos del día a día en sus cinturones. Una característica icónica es que sus pechos están al desnudo, en lo que se cree era una muestra simbólica de fuerza e inmortalidad.
Aquí también encontramos esculturas sentadas y de pie. Se cree que las primeras eran las esposas de los guerreros y las últimas las esposas de los polovtsianos acaudalados. No obstante, y a pesar que muchas de las estatuas femeninas representan a prominentes esposas, también es cierto que algunas pocas muestran a feroces guerreras.
Uno de los mayores misterios sobre estas esculturas es que parecen sostener una suerte de recipiente bajo el estómago. Estos recipientes toman varias formas, como platos, jarros, tazas y cálices. Y estas formas variadas se condicen con la cantidad de teorías para intentar explicar para qué eran usados. Por ejemplo, hay investigadores que sostienen que podrían ser urnas que simbólicamente contienen las cenizas de sus ancestros, o tener algún fin de sacrificio ritual, o ser el lugar donde se alojaba el alma o espíritu de los representados en la roca.
La última teoría llevó a que en el siglo 16 la Iglesia ortodoxa destruyera algunas y luego utilizara las piedras para sus propias construcciones. Asimismo, durante las Guerras Mundiales del siglo XX fueron víctimas de prácticas del tiro al blanco por parte de los soldados.
Fue así como los siglos han hecho mella en la mayoría de estos misteriosos monumentos esparcidos por las estepas de Eurasia. Hoy en día, su principal enemigo es la falta de políticas oficiales por parte de las autoridades para su conservación y, en muchos casos, restauración.
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