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En la mitología andina, el cóndor era considerado una de las aves más sagradas que unían la tierra y el cielo, el rey de los cielos y transporte de los muertos al inframundo. Y así mismo quedó reflejado majestuosamente en un templo de Machu Picchu.
Los incas creían que el cóndor era inmortal. Según cuenta el mito, cuando el animal siente que comienza a envejecer y que sus fuerzas se le acaban, se posa en el pico más alto y saliente de las montañas, repliega las alas, recoge las patas y se deja caer a pique contra el fondo de las quebradas, donde termina su reinado. Esta muerte es simbólica, ya que con este acto el cóndor vuelve al nido, a las montañas, desde donde renace hacia una un nuevo ciclo, una nueva vida.
El cóndor simbolizaba la fuerza, la inteligencia y el enaltecimiento o exaltación. Era un animal respetado por todos aquellos que vivían en los Andes, ya que no sólo traía buenos y malos presagios, sino que también era el responsable de que el sol saliera cada mañana, pues con su energía era capaz de tomar el astro y elevarlo sobre las montañas iniciando el ciclo vital.
Para los incas el cóndor o Apu Kuntur (de allí la etimología de su nombre en español) era un ‘Mensajero de los Dioses’ que volaba hacia el nivel superior del mundo religioso para luego llevar las plegarias a los dioses. Es la unión entre el Hanan Pacha (‘mundo de arriba’) con el Kay Pacha (‘suelo de aquí’ o ‘medio’).
Toda esta mitología quedó plasmada en un templo mandado a construir por el legendario gobernante Pachacúteq en el sureste del sector urbano de Machu Picchu. Allí, en una configuración pétrea singular, se llevaron a cabo ceremonias a los difuntos. Eventos que tenían como objetivo guiar al espíritu del cuerpo inerte hacia el sol o el Uku Pacha (‘mundo de los muertos’).
La estructura de este templo muestra una clara evidencia de la divinidad influyente a la que fue destinada su construcción. Prueba irrefutable es la forma del cóndor que se encuentra en el patio principal del templo.
La criatura voladora emerge del suelo, con su lomo, cabeza, pico, ojos y el característico collar de plumón. Para dar un contexto completo de su cuerpo, los incas aprovecharon dos afloramientos de roca que se encuentran en la parte trasera del altar, justificando las inmensas alas del ave en pleno vuelo.
Se trata de una escultura figurativa que explica el proceso de transición que el espíritu atraviesa durante la muerte pues al ser iluminada por los rayos del sol, esta se proyectaba sobre el altar y con el transcurso de las horas va desapareciendo llevándose consigo al espíritu del muerto.
En el lugar se hallaron objetos relevantes usados en el «centro ceremonial»: ofrendas, mantos incas, cerámicas y restos óseos de animales como camélidos que acompañaron los rituales.
Otra teoría dada por historiadores y antropólogos explica que el templo también fue una «cárcel» para todo aquel que cometía algún tipo de crimen en la sociedad, hechos como traición o incumplimiento de los principios morales incaicos que eran ama sua (‘no robar’), ama llulla (‘no mentir’) y ama quella (‘no seas flojo’), delitos que se castigaban con tortura e incluso la muerte.
Esta teoría se avala por el hallazgo de una momia en el interior de la caverna del templo del Cóndor, se dice que los prisioneros eran sacrificados y sus cuerpos ofrecidos como una ofrenda en veneración al Apu Kuntur (‘dios Cóndor’). Estos eran dejados sobre el altar durante el día para que los cóndores atraídos por la sangre desciendan a devorarlos.
Referencias:
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