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En los anales de la historia de la fotografía, el 2 de septiembre de 1882 se destaca como una fecha monumental. En este día, William N. Jennings, un audaz fotógrafo de Filadelfia, logró algo que nunca antes se había hecho: capturar la primera fotografía de un rayo.
El protagonista de este artículo no era un fotógrafo cualquiera; sino un miembro destacado del Instituto Franklin, una de las instituciones científicas más antiguas y prestigiosas de Estados Unidos. Nombrada en honor a Benjamin Franklin, esta institución ha sido pionera en innovaciones y avances científicos durante mucho tiempo. Por ello, cualquiera allí se encontraba en el entorno ideal para llevar a cabo trabajos revolucionarios en su campo.
Durante el siglo XIX, la cámara se había consolidado como una herramienta esencial para documentar el mundo, aunque sus capacidades aún estaban en proceso de exploración y expansión. Fotógrafos como William Nicholson Jennings estaban a la vanguardia, empujando constantemente los límites de lo que se podía capturar en película.
Los detalles exactos de esa famosa noche del 2 de septiembre de 1882 se han perdido en la niebla de la historia, pero lo que está claro es que Jennings estaba preparado para asumir un riesgo significativo. Armado con su cámara, subió al tejado de un edificio en Filadelfia, donde tenía una vista despejada del cielo tormentoso. Fue una noche cargada de electricidad, tanto en la atmósfera como en la anticipación del fotógrafo por lo que estaba a punto de intentar.
En ese tiempo, el rayo era un fenómeno que se había observado y admirado durante siglos, pero que nunca se había logrado inmortalizar en una fotografía. El desafío era inmenso. El rayo ocurre en un instante, y la tecnología fotográfica de la época no estaba diseñada para capturar momentos tan fugaces. Sin embargo, Jennings no se dejó intimidar. Su comprensión de los aspectos técnicos requeridos, combinada con su determinación, lo llevó a idear un método que finalmente le permitió capturar el esquivo rayo.
Se sabe que en tal proeza empleó un dispositivo de disparo automático, conocido como «disparador de tiempo» o «disparador remoto». Este mecanismo estaba diseñado para activar la cámara en el momento en que se produjera el rayo. El disparador se encontraba conectado a un pararrayos, que detectaba la descarga eléctrica y enviaba una señal para que la cámara tomara la foto en el instante exacto.
Cuando Jennings finalmente logró capturar esa primera imagen, fue mucho más que una simple fotografía; fue una revelación. La imagen mostraba el patrón intrincado y ramificado de un rayo, algo nunca antes había sido apreciado tan notablemente a simple vista.
El impacto fue inmediato y de gran alcance. Catapultó a Jennings a la fama, ganándole reconocimiento como un visionario en el ámbito de la fotografía. Además, también fue celebrado entre científicos y el público en general, que quedaron cautivados por la imagen.
La fotografía del innovador de Filadelfia demostró el potencial de esta tecnología para revelar aspectos ocultos del mundo natural y para servir como un puente entre el arte y la ciencia. Por otra parte, sentó las bases para futuros avances en la fotografía de fenómenos naturales. Por ejemplo, inspiró a otros fotógrafos y científicos a experimentar con la captura de otros momentos fugaces en la naturaleza, como el movimiento de las olas, el vuelo de los pájaros e incluso imágenes más dramáticas de rayos.
Con el tiempo, la fotografía de rayos se convirtió en un campo especializado, y los sucesores de Jennings desarrollaron nuevas técnicas y equipos para capturar imágenes cada vez más detalladas y sorprendentes de este asombroso espectáculo de las tormentas eléctricas.
Fuente: The Archaeologist. Edición: MP.
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