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Una estatua similar a las que contemplan el mar en la isla de Pascua, en pleno océano Pacífico, podría haber permanecido inadvertida hasta este momento en una peculiar región en el corazón de las serranías argentinas, a más de 4.300 kilómetros de distancia.
En innumerables ocasiones, durante los últimos 40 años, he realizado viajes de estudio e investigación al cerro Uritorco, ubicado en las cercanías de la ciudad de Capilla del Monte, provincia de Córdoba, República Argentina.
De casi 2.000 metros de altitud —el más elevado de la cadena de Sierras Chicas—, este sitio se ha vuelto mundialmente famoso no solo por los recurrentes avistamientos de ovnis, que datan incluso de tiempos precolombinos, sino también por la especulación sobre la existencia de una ciudad subterránea llamada Erks. Además, en este lugar, los amautas (chamanes) de las comunidades originarias que poblaron la región llevaron a cabo rituales ceremoniales.
Lo que es menos conocido es que, a sólo mil metros de la zona céntrica de la Plaza San Martín del pueblo de Capilla del Monte, se encuentra el Parque Recreativo y Cultural Paseo El Zapato, bautizado así por la existencia de una roca que, según se mire, pareciera tratarse del calzado de una persona.
He estado investigando el lugar —como dije— desde hace décadas, lo cual me permitió descubrir un centro ceremonial de la cultura comechingón, que fuera utilizado mucho antes de la llegada de los españoles a América, sirviéndoles para mediciones astronómicas. Personalmente pude comprobar que aún hoy sigue funcionando y que, desde allí, es factible determinar el momento exacto en que ocurren solsticios y equinoccios. Todo lo cual aún no ha sido estudiado por arqueólogos e historiadores.
Para llevar a cabo estos estudios e investigaciones, me encontré en la necesidad de experimentar diversos momentos del día en el centro ceremonial, desde el amanecer hasta el anochecer. Fue durante la observación de cómo los rayos solares interactúan con los promontorios rocosos que logré realizar un hallazgo extraordinario. Contrario a la concepción arraigada desde tiempos coloniales hasta hoy, lo conocido como «El Zapato» resulta no ser tal. Mi determinación revela que estamos frente a un monumental rostro humano cuya mirada eterna se dirige hacia un punto específico en el cielo.
Sí. No hay tal «zapato». Esa roca sólo se aprecia como la figura de un zapato cuando se hace una mirada rápida y superficial. Observado con atención suficiente y en detalle, surge —nítida— la escultura de un rostro, con características particulares, mirando al firmamento.
Hecho el hallazgo, me dediqué a estudiar las especificidades de ese rostro que —en verdad— me resultaba un tanto familiar. Recuerdo que la primera vez permanecí más de una hora observando desde distintos ángulos. Hasta que entendí la causa de esa sensación de familiaridad. ¡Lo que tenía ante mí no era otra cosa que un moái! Como los que se encuentran en la isla de Pascua (Rapa Nui, la isla más alejada de todos los continentes; situada en medio del océano Pacífico), lugar que he visitado varias veces en mi vida.
Un moái (del idioma rapanui ‘para ser’) es una estatua monolítica humanoide. Tienen un rostro muy especial, en cuanto hace a su nariz, labios y ojos.
Estas estatuas que se encuentran en la isla de Pascua fueron construidas entre los años 600 d.C. y 1600 d.C.
Atendiendo en detalle la forma del rostro que se encuentra en el Parque Recreativo y Cultural Paseo El Zapato, se destaca enseguida la similitud que tiene con aquellos rostros pascuences. Obvio que se ha utilizado otro tipo de material para hacer la escultura. Los de Rapa Nui son de piedra pómez extraída de la cantera del volcán Ranu Raraku. En el caso del que aquí nos ocupamos, el trabajo fue hecho directamente sobre un gran trozo de la roca que encontraron disponible.
La obra ha sido realizada con tal cuidado, que la nuca de la cabeza apoya sobre otra roca que hace las veces de gran almohada. Es un rostro alargado, sobresaliendo la nariz; tal como sucede con aquellas que se encuentran en isla de Pascua. ¡Demasiada coincidencia!
Hasta hoy lo que fue señalado y siendo lo usualmente aceptado, es que se trata de «una forma rocosa originada en forma natural, que por causa y efecto de la erosión de los años, dio a esta roca una forma muy reconocible de zapato». Hasta allí, la información oficial.
Claro que por el tipo de roca —que no es de gran dureza— las inclemencias climáticas han afectado las capas externas de este monumento. Lo que no quita que aún pueden verse la parte de los ojos, la prominente nariz y el prolongado mentón; iguales a los moáis.
Dicho sea de paso, el mentón también apoya sobre otra parte de la roca base permitiendo notar con mejor nitidez que estamos ante la presencia de un rostro humano.
Que pueblos navegantes como fueron los polinesios (habitantes originales de la isla de Pascua) hayan atravesado el océano Pacífico, desembarcado en este continente que habitamos, cruzado los Andes y llegado hasta la zona del Cerro Uritorco, es una posibilidad que no puede descartarse. Pero aún no está probada.
El hecho de este rostro, con su mirada permanente hacia un punto determinado del cielo, tan cercano al santuario comechingón que fuera utilizado para determinaciones astronómicas en tiempos precolombinos, tampoco puede ser una mera casualidad.
Como dijera Godofredo Leibniz (1646-1716), «casualidad es el término que damos a aquellas cosas cuyas causas ignoramos».
Es necesario seguir investigando.
Por el Dr. Antonio Las Heras para MysteryPlanet.com.ar.
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