El investigador Zecharia Sitchin ha publicado varios libros en los que aporta pruebas —que él considera definitivas— de que una raza extraterrestre tuvo mucho que ver con el surgimiento de la humanidad y su civilización. ¿Hipótesis realista o fantástica? Alex Chionetti, quien le realizara la primera entrevista en castellano a Sitchin en 1992, lo analiza en este artículo.

Crédito: Fernando Simpson.

La idea de que los seres extraterrestres visitaron nuestro planeta no comenzó con los bestsellers de Erich von Däniken, sino con autores anteriores a nuestro siglo.

Los autores de la Biblia —«autores» porque es un libro de ciencia, de arte, de esoterismo colectivo— fueron los primeros cronistas del Génesis, y mezclaron fantasía y pedagogía, formas de enseñar que a veces eran simbólicas pero reflejaban una realidad.

La gran mayoría de los libros publicados a raíz de la película Recuerdos del Futuro (Chariots of the Gods, 1973) fueron obra de periodistas o escritores que aprovecharon la cresta de la ola.

Pero casi veintidós años después del libro de von Däniken, un estudioso con reconocimiento académico, Zecharia Sitchin, comprobó por primera vez, a través de los progresos astronáuticos y científicos, la teoría de que los hombres somos hijos de una raza extraterrestre que aterrizó y colonizó la Tierra hace 450.000 años: los Nefilim, cuyas huellas se encuentran en el origen y estructura de la civilización más antigua del planeta, los sumerios.

La búsqueda de Sitchin comenzó desde niño estudiando el original hebreo del Libro del Génesis.

«Un día estábamos leyendo en el capítulo VI, que cuando Dios decidió destruir la humanidad con el Gran Diluvio, “los hijos de los dioses”, que se habían unido con las hijas de los hombres, se encontraban en la Tierra. El original en hebreo los llamaba Nefilim. La maestra nos explicó que significaba “gigantes”; pero yo objeté: ¿no significaba literalmente “aquellos que fueron expulsados” y que habían descendido a la Tierra? Me castigaron y se me dijo que aceptara la interpretación tradicional», contó.

La caída de los ángeles rebeldes de El Bosco se basa en Génesis 6:1-4.

Años después Sitchin se sumó a varias expediciones arqueológicas en Asia Menor y en Palestina. Su objetivo era el estudio de culturas que tenían analogías, parecido unas con otras, primordialmente la egipcia con las crónicas de los sumerios.

La historia se inicia en Sumer

«No hay aspecto alguno de nuestra presente civilización cuyas raíces y precursores no puedan hallarse en Sumer.

»Todo lo que creemos que pertenece a nuestro mundo ya aparecía en la antigua Sumer: edificios altos, calles, mercados, graneros, escuelas, templos, metalurgia, medicina, cirugía, ruedas, cartas de navegación, botes y embarcaciones para ríos y mares, tribunales, sistemas de escrituras y archivos, instrumentos musicales, partituras, danza y acrobacia, zoológicos, prostitución, agencias de empleos, jurados, periódicos, todo eso y aún más», afirmó el investigador.

Pero, sobre todo, los sumerios realizaron un extraordinario estudio de los cielos y las estrellas, particularmente de «los dioses del cielo que vinieron a la Tierra».

Zecharia Sitchin.

Lo también revolucionario de Sitchin —expuesto en su libro Génesis Revisitado— es haber profetizado en 1976 en su libro El Duodécimo Planeta las características de Neptuno como de Júpiter y Urano, apenas conocidas años después gracias a las sondas Voyager de la NASA.

Los caldeos, emparentados con los sumerios, lanzaron las bases de la astronomía moderna con sus conceptos de que los planetas orbitan alrededor del sol en sus elípticas, que el sol es el centro del sistema solar, que las estrellas se agrupan formando constelaciones, la división de la eclíptica de las constelaciones en doce signos del zodíaco, la relación del zodíaco con los animales respectivos, etc.

Un creyente se interpone entre dos dioses. Pilares con puntas de lanza, luna creciente y esferas se erigen detrás de los dioses. Las esferas parecen estar conectadas con los dioses, con ellos mismos realizando actos con objetos de cuerdas y esferas. Origen desconocido, ca. Siglo 8 a.C. Colección privada de Zecharia Sitchin. Crédito: Alex Chionetti.

Tanto la arqueología como la antropología son incapaces de explicar cómo nació la civilización de los valles del Tigris y el Éufrates.

A diferencia de los egipcios, que dejaron sus fabulosas pirámides y su esfinge, los edificios de los sumerios no han perdurado, legándonos sólo su conocimiento en forma de escritura cuneiforme, grabado en tablillas de barro o rodillos de resina o madera.

Estos remanentes explican que los fundadores de Sumer no fueron los toscos hombres del neolítico, sino los anakim o los anunnaki, que se traduce como «Aquellos que vinieron del cielo a la tierra». Su lugar de origen es Nibiru, «el planeta de cruce».

Los anunnaki no solo habrían experimentado genéticamente para crear al Homo sapiens, también serían los responsables de las primeras civilizaciones de la Tierra.

Según describe Sitchin en El Duodécimo Planeta, éste se halla en los bordes del sistema solar, en órbita compleja y posición sideral, sin ser descubierto por la astronomía moderna, órbita que necesita más de 3.600 años para completar una revolución del sol.

Siendo el número 3.600 conocido por los pueblos mesopotámicos como un Shar, se transforma para ellos en algo así como un regidor supremo.

La ciencia confirma

En 2016, los astrónomos del Instituto Tecnológico de California (Caltech) Michael E. Brown y Konstantin Batygin, infirieron la existencia un mundo gigante en las afueras del sistema solar a partir del comportamiento de un grupo de objetos transneptunianos. Lo llamaron Planeta Nueve debido a la relativamente reciente degradación de Plutón.

Pero el investigador Percival Lowell ya había propuesto su existencia en 1906, cuando habló del Planeta X —la «X» no era por ser el décimo, ya que Plutón no fue descubierto hasta 1930, sino para reflejar su cualidad de desconocido o incógnito—.

Las órbitas de los seis objetos transneptunianos (magenta) se alinean misteriosamente hacia una dirección, una configuración que se puede explicar por la presencia de un Planeta Nueve (naranja) en nuestro sistema solar, según los astrónomos de Caltech.

Asimismo, las fotos de Urano sacadas en 1986 por la sonda Voyager 2 probaron que el planeta contiene actualmente agua, considerada como una pátina azul verdosa. En su libro El Duodécimo Planeta, Sitchin profetizó, a través de sus estudios de literatura sumeria, que estos hablaban de un Entimashaig, es decir, «planeta de brillante vida verde».

Tanto en su libro Génesis, como en sus tres anteriores —que forman la serie «Crónicas de la Tierra»—, Sitchin menciona las últimas técnicas de manipulación genética e inseminación artificial, que coinciden con la tecnología descrita en los textos sumerios para la creación genética del Homo sapiens.

Sello de cilindro. Arquero atacando un grifo sobre un árbol con «disco solar». Origen neo asirio (ca. 1049-609 a.C.). Colección privada de Zecharia Sitchin. Crédito: Alex Chionetti.

En aquel proceso los Nefilim tomaron un óvulo de una mujer antropoide prehistórica, fertilizándolo (in vitro) con el esperma de un varón Nefilim y reimplantando este óvulo en la matriz de otra mujer mono, la cual concibió el primer hombre.

Es así como se pueden interpretar más correctamente los famosos versos del Génesis, cuando Dios dice «Hagamos el hombre a nuestra imagen y semejanza».

Aunque la búsqueda de Sitchin es histórica y antropológica, no se puede desligar del reino espiritual y piensa que «para mí Dios con D mayúscula no es aquel extraterrestre que descendió en su nave, siguiendo la voluntad de un Creador, sino que es el Creador del universo entero».

La conexión piramidal

En su segundo y tercer libro —Escalera al Cielo y Las Guerras de Dioses y Hombres— Sitchin se aboca al estudio comparativo de los jeroglíficos de Egipto, disintiendo de la opinión de los arqueólogos según la cual las pirámides fueron tumbas reales construidas por los faraones de la cuarta Dinastía —Keops, Kefrén y Micerino— hacia el 2500 antes de Cristo.

En una de las tablillas sumerias, el investigador describe que «Ekur, la casa de los Dioses con su pico en punta/para el cielo a la tierra esto estaba bien equipado/casa cuyo interior brilla como una coloreada luz del cielo/pulsando un haz de luz el cual alcanza lejos y largamente».

Sitchin, como otros autores avanzados, criticó las concepciones actuales sobre la construcción de las pirámides. En 1850 fue encontrada una estela pétrea, según la cual Keops, Rey del Bajo y Alto Egipto, fundó la Casa de Isis, compañera de la Pirámide, al lado de la Casa de la Esfinge. Según su interpretación, la Gran Pirámide de Egipto ya estaba en pie cuando Keops (Khufu) apareció en escena. También la Gran Esfinge.

Pirámides de Guiza.

La atribución a Keops se basaba en el descubrimiento del coronel británico Richard Howard Vyse, que en 1837 pensaba que Keops había sido el constructor de la gran pirámide.

Vyse descubrió una serie de diseños jeroglíficos provenientes de los constructores de las pirámides. Uno de los grupos muestra el sello real de Keops.

Sus estudios sobre estos hallazgos llevaron a Sitchin a notables descubrimientos que le hicieron dudar de la fiabilidad del arqueólogo británico, sobre todo por una cantidad de errores gramaticales que confirman la existencia de un fraude.

Muchos arqueólogos oficiales dudan que los faraones hayan construido las pirámides. Pero no se pueden echar atrás miles de libros universitarios escritos por todos los que continuaron las teorías y cálculos fraudulentos de Vyse, que con los años se han tornado inamovibles. Hasta que llegó un señor llamado Zecharia Sitchin.

En el Perú Central se levanta otra de las mesetas de los dioses —la principal es Marcahuasi, descubierta en 1952 por el investigador Daniel Ruzo y que formaba parte de la cultura Masma, miles de años anterior a las Incaicas— conocida como Chavín de Huántar.

Chavín de Huántar. Crédito: Michael Turtle.

La historia de Chavín se pierde en la noche de los tiempos. No toda la región ha sido excavada. Lo que se conoce basta para ilustrarnos sobre sombras y neblinas de los misterios del Nuevo Mundo, que son más antiguos que los del llamado «Viejo Mundo».

Ciudades, ciudadelas, fortalezas, equipadas con puentes levadizos, templos subterráneos, sistemas de riego, acueductos, son algunas de las cosas que uno puede encontrar.

Pero lo que durante mi visita a la zona pude descubrir, dentro de lo que son las analogías de artes escultóricas, es un par de grabados en el Templo Mayor. Uno de ellos representa a un luchador en posición de defenderse, clásica del kárate; otro, la Cabeza de Medusa, que se considera patrimonio de la mitología griega, posterior a los hallazgos de la incaica de Chavín de Huántar.

¿Cómo es posible que culturas separadas por años y distancias puedan estar unidas, tener cosas en común? ¿Dónde están los puentes de la noche de los tiempos? Zecharia tiene también respuestas para esto.

Zecharia Sitchin junto a una cabeza olmeca.

Los hititas y sus guardias siempre protegen a su divinidad solar, que es muy similar a las representaciones de Chavín de Huantar, de Tiahuanaco (Bolivia) y de Teotihuacán (México).

En Chavín de Huantar también se encuentra la representación del toro, cuando se asegura que este animal era totalmente desconocido en América antes de la llegada de Colón.

El hombre toro

En los alrededores del lago Titicaca, como en la ciudad de Puno, podemos encontrar estas representaciones taurinas.

El que esto escribe visitó cerca de la ciudad de Chucuito un museo privado donde figuras vestidas como los faraones egipcios sonreían a los turistas.

Este dios toro era representado por la cultura tiahuanaquense (una de las más antiguas de Sudamérica) con un relámpago y un cinturón metálicos) 10.000 años antes de Cristo.

En el este de Asia encontramos estas mismas figuras en un Dios llamado Ramman (el Tronante), por los Babilonios y Asirios; también conocido como Eco Rodante por los Semitas, por los Hititas como Viento Soplado, donde se le vuelve a dibujar sosteniendo en una mano un relámpago forjado en fragua y una herramienta en la otra.

Soldados asirios que llevan una estatua de Adad, o Ramman (el tronante).

En zonas aledañas a Lima, cercanas al Rímac, donde también moraba la cultura masma, encontramos la presencia de este extraño ser con apariencia taurina. Una canción incaica lo describe como «el que viene en el trueno y en las nubes tormentosas». En ese mismo sentido, este Dios fue ensalzado a través de cánticos en Mesopotamia.

Este relámpago con cola de tridente aparece en Grecia, entre los indios americanos y en el perdido disco de oro de Cuzco, del templo de Coricancha, destruido por las huestes de Pizarro.

Si se vuela de Lima hacia el sur o sobre el océano Pacífico a la altura de Paracas, donde hace diez mil años la historia oficial de los incas comenzó con la civilización paraqueña, se comprueba que la cultura pesquera desarrolló exquisitos y sofisticados tejidos.

El famoso candelabro de Paracas, apunta directamente a otro enigma del mundo: las líneas de Nazca. Un poco más al sur podemos hallar el lago Titicaca, cuyo significado es «puma (o león) cazando liebre». Muy poético, muy etimológico, pero también muy extraño. Si seguimos volando veremos que desde el aire el Lago Titicaca tiene la forma exacta de un felino atrapando a un conejo. Algo más que imaginación.

Es un misterio que se comienza a aclarar. Los hombres de nuestro pasado volaban. Podían ver el mundo desde arriba como hoy lo vemos desde los modernos jets. Nazca visto desde el aire no difiere de un aeródromo.

*Titicaca: palabra que en lengua aymará significa «Puma Cazador»… y lo sorprendente, es que el lago visto desde el espacio exterior presenta el contorno de un puma cazando una liebre. Crédito: Google Earth/MysteryPlanet.com.ar.

Los dioses dejaban señales. Recuerdos del futuro. Son señales de alarma y nos recuerdan que hubo otra cultura superior que se extinguió.

El duodécimo planeta

El número doce es una constante para diversos pueblos. Los hititas, como también los griegos, fueron gobernados por doce dioses mayores, asistidos por una sucesión de dioses menores que se organizaban asimismo en grupos de doce. El doce, junto al siete, han sido los números celestes por excelencia para las culturas más distintas, que dividieron el zodíaco en doce signos regentes. Tanto el día como la noche fueron divididos en doce horas, y el año en doce meses. Hubo doce tribus de Israel, doce apóstoles, doce titanes griegos, doce trabajos de Hércules, y así siguiendo.

Si nos fijamos en Sumer, la civilización madre, contaba asimismo con doce dioses, cada uno de ellos identificado con un cuerpo celeste. Y numerosos cilindros encontrados en las excavaciones sumerias muestran una estrella de la que salen once estrellas menores.

Sitchin sugiere que el símbolo en forma de estrella y otros 11 puntos en este sello de cilindro sumerio, conocido como VA243, representan el sol, la luna y 10 planetas, incluido un mundo misterioso conocido como Nibiru.

Los sumerios estaban convencidos de que nuestro sistema solar estaba compuesto por el sol y once planetas (incluyendo la Luna) y un duodécimo planeta —que sería luego destruido— llamado Marduk, donde vivían los Nefilim.

Marduk orbitaba alrededor del sol cada 3.600 años y era representado por un globo alado marcado con el signo de la cruz, como planeta que cruza o atraviesa las restantes órbitas.

Las irrupciones de los Nefilim han estado en relación con la cercanía de Marduk a la Tierra, oportunidades en que la citada raza extraterrestre aterrizaba, investigaba o extraía minerales de nuestro planeta.

Un dios anunnaki entronizado. Parte del sello de Morgan N° 277. Periodo III de Ur. Colección de Secharia Sitchin. Crédito: Alex Chionetti.

Es así como nuestra humanidad ha pasado del período Mesolítico (11.000 a.C.) al Período Cerámico (7.400 a.C.) y a la ascensión de Sumeria (3.800 a.C.). Son períodos separados por 3.600 años.

Esto nos lleva al capítulo 6 del Génesis y a las leyendas sumerias que nos aseguran que la vida tardó en retornar después del Diluvio Universal unos 120 años a la faz de la tierra.

Ambas tradiciones se refieren al shar, un período de 3.600 años, lo que —según la traducción que Sitchin— sumaría 432.000 años desde el Diluvio hasta el siguiente descenso de los Nefilim y repoblación de la Tierra.

El misterio de la torre de Babel

Para Sitchin, los tres valles de los ríos Nilo, Indo (India) y en mayor medida el Tigris y Éufrates —donde todos los estudios modernos apuntan a la que se considera cuna del hombre o paraíso terrenal— fueron las bases de operaciones de los Nefilim.

Las primeras tribus creadas por manipulación genética de especies prehumanoides, conocieron a los Nefilim como «la Gente de Shem», siendo shem vehículo celeste o cohete. Cilindros y sellos asirios muestran a gente alada saludando a shem.

Según Sitchin, los zigurats clásicos de la arquitectura babilónica consistían de siete pisos de 300 pies de alto, que eran usados como torres de lanzamiento. De aquí nace la leyenda de la Torre de Babel, cuya traducción exacta sería ‘Puente de los Dioses’, desde donde —al parecer— los humanos trataban de alcanzar el cielo, imitando a los dioses.

Un cilindro sumerio habla de una guerra entre dioses armados en la que se disputaron la propiedad de la torre. Shem vuelve a aparecer con forma de cohete. Pero los dioses contraatacaron enviando un viento huracanado que los enloqueció y entremezcló y confundió sus lenguas.

Torre de Babel. Esta representación fue hecha por el pintor L. van Valckenborch entre 1535 y 1597. Está en el museo del Louvre.

Es algo parecido a las leyendas prediluvianas como la de Gilgamesh. Al parecer, se trata de un combate entre dos tipos de Nefilim, unos apoyando a los hombres, otros reprobando la construcción de la Torre de Babel, con su consiguiente destrucción.

Sobre esta enigmática torre le pregunté a Zecharia Sitchin si realmente fue destruida por los Nefilim o Anunnaki.

Marduk, hijo mayor de Enki, con discos alados arriba. Colección de Zecharía Sitchin. Crédito: Alex Chionetti.

«La destrucción de la torre fue real, pero también fue simbólica. Había un desacuerdo entre los dos grupos; uno de ellos pretendía la construcción de una torre de lanzamiento», respondió.

Entrevistando a Sitchin

A continuación, un parte de la entrevista que le realicé (la segunda parte esta perdida, pero trataremos de publicarla en el futuro cercano):

—Lo que encuentro insuficiente en las teorías de la presencia de extraterrestres en nuestro pasado, es la ausencia de restos. Si han venido en naves, ¿por qué no se ha encontrado un tornillo suelto, un transistor, o incluso una nave completa igual que los rastros de galeones españoles hundidos en el fondo de los mares o en las costas?

Sitchin: «En la serie de mis libros Crónicas Terrestres nombro objetos tecnológicos que se han hallado en múltiples ocasiones. Muchos de ellos son tan evidentes que no nos damos cuenta de su extrañeza. Acaso las pirámides no son resultantes de alta tecnología. A lo mejor los Nefilim no usaron metales. Las naves se las pudieron llevar o se destruyeron.

»En el libro segundo de las Crónicas, Escalera al Cielo, cito los casos del Sinaí, de las tumbas egipcias (donde se han encontrado sistemas de iluminación similares a la utilización de energía eléctrica); además, las gentes y civilizaciones de hace 2.000 o 5.000 años vieron estas cosas, estas naves y las reflejaron como cronistas en sus códices, escrituras, tablillas, papiros, etc.

Bloques en Baalbek. Foto cortesía del Deutsches Archäologisches Institut.

»Una de las evidencias son las Terrazas de Baalbek, ubicadas en el Líbano, donde lo inexplicable que resulta cómo se juntaron y movieron esas piedras confluye con los grabados antiguos que muestran una especie de gigantesca torre de lanzamiento, conectada a un cohete».

—¿Usted piensa que los egipcios tuvieron relaciones con los atlantes y éstos a su vez podrían descender de los Anunnaki o Nefilim?

Sitchin: «Nunca he escrito sobre la Atlántida. Centro mi trabajo en las culturas que conozco (Sitchin era experto académico en las culturas sumero-babilónicas). Me baso en mis traducciones e interpretaciones.

»Lo que encontramos en los bajorrelieves y antiguos registros mesopotámicos son informes fidedignos de lo que la gente vio hace miles de años. Esa es la gran diferencia entre otros autores y mi persona. Yo soy un descifrador de lo que los reporteros sumerios nos han legado».

—¿De las miles de tablillas de barro y rodillos que usted ha estudiado en los últimos treinta años, cuál ha sido la «piedra roseta», la inscripción fundamental que probaría el contacto extraterrestre?

Sitchin: «No hay una tablilla especifica. La información corroborativa se encuentra en más de una tablilla y sus paralelos, ya que los sumerios, los acadios, los asirios, tenían distintas versiones del mismo suceso, muchas veces coincidentes. Una tablilla conecta con las otras para formar un escenario plausible. Lo más importante era encontrar un consenso general de lo que las tablillas anunnaki están diciendo: en la historia de Onuri, por ejemplo, y en las tablillas astronómicas, que hablan de un planeta no conocido por los hombres, el planeta Nibiru. Es allí donde los Anunnaki o Nefilim tendrían su origen».

Sitchin continuaría sus investigaciones para su quinto volumen de las Crónicas Terrestres.

En él centraría su tesis sobre el futuro, sobre cómo los Anunnaki se están acercando a la Tierra, y de qué manera los acontecimientos políticos y sociales son fenómenos sintomáticos de un nuevo principio, de un ciclo que para Sitchin se repetirá con el acercamiento del Planeta 12 y con el regreso de nuestros ancestros extraterrestres.

Por Alex Chionetti para MysteryPlanet.com.ar.
Agradecimientos especiales: Pedro M. Fernández.

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