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Librada el 8 de agosto de 1588, es una de las confrontaciones más significativas en la historia naval de Europa. No en vano, es considerada la batalla más grande y decisiva entre España e Inglaterra.
Esta confrontación se enmarca dentro de la campaña de la Armada Invencible, una flota formidable enviada por Felipe II de España con el objetivo de invadir Inglaterra y restaurar el catolicismo.
La guerra anglo-española, resultado de profundas tensiones políticas, religiosas y económicas, había intensificado el deseo del monarca español de derrocar a Isabel I. La Armada Invencible, compuesta por aproximadamente 130 barcos y 30.000 hombres, zarpó de Lisboa en mayo de 1588, pero desde el principio enfrentó desafíos severos, incluyendo tormentas y enfermedades que mermaron su capacidad operativa.
A medida que la flota española avanzaba hacia el canal de la Mancha, la estrategia inglesa, liderada por Charles Howard y Sir Francis Drake, se centró en la movilidad y el uso de artillería de largo alcance. Los barcos ingleses, más pequeños y maniobrables, hostigaron continuamente a la Armada española, evitando combates directos y utilizando tácticas de desgaste. Esta estrategia alcanzó su punto culminante durante la Batalla de Gravelinas (al norte de Francia), donde los ingleses lanzaron un ataque decisivo utilizando brulotes —o barcos incendiarios— para causar pánico y desorganización en las filas españolas.
La artillería inglesa, combinada con la falta de coordinación entre los comandantes españoles, resultó devastadora, y tras varias horas de combate intenso, la Armada Invencible quedó gravemente debilitada.
La retirada de la Armada hacia el norte marcó el comienzo de su fin. Los barcos supervivientes enfrentaron tormentas severas en su camino de regreso a España, y muchos naufragaron en las costas de Escocia e Irlanda. De los 130 barcos que habían zarpado, menos de la mitad regresaron a salvo.
Esta derrota consolidó la supremacía naval de Inglaterra, permitiendo a Isabel I continuar apoyando a los rebeldes protestantes en los Países Bajos y reforzando la posición de Inglaterra como una potencia naval emergente. Para España, la derrota en Gravelinas supuso un duro golpe a su prestigio y poderío naval, aunque la guerra anglo-española continuó hasta 1604.
La guerra anglo-española no tuvo un claro vencedor. Sin embargo, se pueden considerar algunos resultados y efectos de la guerra para ambas naciones.
Inglaterra logró varias victorias significativas, como la susodicha derrota de la Armada Invencible, reforzando su posición como una potencia naval emergente y fomentando su expansión marítima y colonial en las décadas siguientes.
España, a pesar de esta derrota naval, continuó siendo una potencia importante en Europa y el Nuevo Mundo. Aunque sufrió pérdidas y no logró su objetivo de invadir Inglaterra, pudo mantener su imperio y seguir participando en conflictos europeos y coloniales.
La guerra terminó con la firma del Tratado de Londres en 1604, que fue más un reconocimiento de la necesidad de paz y estabilidad que una victoria clara para alguna de las partes. Inglaterra y España acordaron cesar hostilidades, permitiendo a ambas naciones enfocarse en otros desafíos y conflictos.
Por MysteryPlanet.com.ar.
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