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La siguiente es una recopilación y resumen de las mejores y más grandes batallas que se libraron en la antigüedad. Éstas decidieron el destino de muchos, la forja y la caída de imperios que, como siempre, son tan efímeros como la vida del hombre mismo.
Durante la segunda mitad del siglo XIV a.C., los hititas mantuvieron continuos conflictos con Egipto. Estos dos grandes poderes lucharon para controlar Siria hasta la batalla de Qadesh (1299) entre el rey hitita Muwatalli (que reinó hacia 1315-1296 a.C.) y el faraón egipcio Ramsés II. Aunque Ramsés obtuvo una gran victoria, los hititas continuaron manteniendo sus posesiones en Siria.
El rey hitita Hatusili III (que reinó hacia 1289-1265 a.C.) firmó un tratado de paz con Ramsés años después y lo selló dándole a su hija en matrimonio.
Posteriormente, las relaciones entre hititas y egipcios siguieron siendo amistosas, hasta que el Imperio hitita cayó poco después del 1200 a.C. en manos de los invasores denominados pueblos del mar.
La llanura de Maratón es famosa por ser el escenario de una gran batalla entre los atenienses y los persas el 13 de septiembre del año 490 a.C. En la batalla, el ejército persa de Darío I fue derrotado por los atenienses dirigidos por Milcíades. Esta victoria permitió a los griegos regresar rápidamente a Atenas, evitando un ataque marítimo persa sobre la ciudad. También incitó a los griegos a continuar la lucha y derrotar por completo a los persas diez años más tarde.
La actual carrera de maratón, cuya distancia es de 42,195 km., es una competición atlética que conmemora la legendaria proeza de un mensajero que corrió hasta Atenas con la noticia de la victoria.
Importante victoria naval griega durante las Guerras Médicas, que detuvo el avance de Jerjes I el 29 de septiembre del 480 a.C. y tuvo lugar en la isla de Salamina, situada en el golfo de Egina, próxima a Atenas.
Los persas, bajo el mando de su rey Jerjes, habían avanzado con gran éxito a través de Grecia, y en el 480 a.C. habían capturado Atenas. Tanto las provisiones griegas como las persas eran escasas y existían divergencias entre los griegos en cuanto a cuál debía ser su próximo movimiento; algunos abogaban por retirarse a Corinto. No obstante, el general ateniense Temístocles sostuvo que era más efectivo seguir una política naval agresiva y evitó el repliegue. Amenazó con llevarse la flota ateniense, por lo que el resto de la fuerza griega cedió.
Temístocles envió un esclavo a Jerjes, diciendo que su flota ateniense estaba dispuesta a volverse contra el resto de los griegos y que los persas sólo tenían que atacar para asegurarse la victoria. Jerjes, engañado con este truco, atacó con su flota de unos 350 barcos. Cuando los persas avanzaron, los griegos retrocedieron hacia la bahía, una maniobra táctica concebida para atraer a los persas. Entonces los griegos emprendieron una lucha cuerpo a cuerpo, ante la inmovilidad de los barcos persas. La batalla fue un gran éxito de los griegos, que sólo perdieron 40 barcos, mientras que los persas perdieron 200.
Esta victoria fue posible gracias a las astutas tácticas de Temístocles y a la impresionante lucha de la flota griega.
Al parecer, en su camino a través de Frigia, Alejandro Magno, cortó con su espada el nudo gordiano. Continuó avanzando hacia el sur y se encontró con el ejército principal persa, bajo el mando de Darío III, en Issos, en el noroeste de Siria. Según la tradición, el ejército de Darío se estimaba en 500.000 soldados, cifra que hoy es considerada exagerada. La batalla de Issos, en el año 333 a.C., terminó con una gran victoria de Alejandro.
No obstante la estrategia superior de Alejandro no resultó decisiva para la victoria macedonia. Antes, tras algunas horas de furiosas refriegas, los mercenarios griegos que estaban al servicio de los persas lograron introducirse en el centro de las filas macedonias, y Alejandro, que se encontraba a la izquierda, a la cabeza de la caballería, debió acudir velozmente para taponar la brecha. Pero al hacerlo dejó desguarnecido el flanco izquierdo, que corrió el riesgo de ser arrollado por los persas.
Fue en este momento cuando, inesperadamente se produjo el vuelco decisivo, presa del pánico, el Rey Darío, que estaba venciendo y no esperaba este cambio de suerte, decidió salvarse dándose a la fuga de una manera precipitada.
Al quedar sin jefe, el orden de batalla persa se deshizo literalmente y los macedonios hicieron estragos en él. Sólo los mercenarios griegos conservaron la sangre fría y se replegaron ordenadamente, poniéndose a salvo.
Aunque cortó la retirada, Darío huyó, abandonando a su madre, esposa e hijos a Alejandro, quien les trató con respeto debido a su condición de familia real. Tiro, un puerto marítimo muy fortificado, ofreció una resistencia obstinada, pero Alejandro lo tomó por asalto en el 332 a.C. después de un asedio de siete meses. Seguidamente, Alejandro capturó Gaza y después pasó a Egipto, donde fue recibido como libertador. Estos acontecimientos facilitaron el control de toda la línea costera del Mediterráneo. Más tarde, en el 332 a.C., fundó en la desembocadura del río Nilo la ciudad de Alejandría, que se convirtió en el centro literario, científico y comercial del mundo griego.
También llamada batalla de Gaugamela, donde en realidad tuvo lugar, fue un combate librado entre los ejércitos de Alejandro Magno y el monarca persa Darío III, el 1 de octubre del 331 a.C. La derrota de los persas en la batalla marcó el declive de su Imperio y la apertura del este a los macedonios.
Alejandro invadió el Imperio persa por segunda vez, dirigiéndose al norte desde Egipto en el 331 a.C. Darío reunió un ejército de unos 250.000 hombres en la llanura de Gaugamela (a 97 km. de Arbela, en la actualidad Irbil, o Arbil, en Irak), situada en la alta Mesopotamia, cerca del emplazamiento de Nínive. Los persas formaron una línea frontal de carros, apoyada por arqueros y caballería. La infantería estaba agrupada detrás de los carros y la caballería ligera protegía los flancos. Alejandro, con 40.000 hombres y 7.000 unidades de caballería, acercó sus fuerzas a la posición persa a finales de septiembre.
El 1 de octubre, Alejandro comenzó la batalla atacando el flanco izquierdo de los persas. Realizó pocos progresos hasta que toda la caballería persa del flanco izquierdo entró en combate, dejando a la infantería indefensa. Alejandro dirigió una carga de su mejor caballería contra el centro del enemigo, a quién rompió su posición, atacó a los persas por los flancos y la retaguardia.
Darío huyó y el Ejército persa comenzó a retroceder. Los hombres de Alejandro persiguieron a los persas durante 80 km. matando a muchos de los que huían.
Los persas perdieron entre 40.000 y 90.000 hombres en la batalla; los macedonios perdieron menos de 500.
Combate naval librado en el año 260 a.C., durante la primera de las Guerras Púnicas. En esta batalla, la primera gran flota que habían construido los romanos entabló un combate contra un escuadrón cartaginés en la bahía de Milai, en latín Mylae (actual Milazzo), un puerto marítimo del noreste de Sicilia.
Bajo el mando del cónsul romano Cayo Duilio, la flota romana derrotó a las superiores fuerzas cartaginesas mediante tácticas intrépidas, usando los rezones (anclas pequeñas) y abordando los barcos enemigos. La victoria dio a Roma el suficiente control marítimo como para desembarcar un ejército en Córcega y expulsar a los cartagineses de la isla.
En el mismo lugar, las fuerzas de Octavio (el futuro emperador Augusto), mandadas por Marco Vipsanio Agripa, derrotaron el 3 de septiembre del 36 d.C. a la flota de Sexto Pompeyo.
En el 216 a.C., durante la segunda Guerra Púnica, Cannas fue el escenario de una de las victorias más importantes en la historia militar. El general cartaginés Aníbal, derrotó a un ejército romano, mucho más numeroso, bajo el mando de Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón. Mediante una serie de maniobras brillantes efectuó un doble cerco a las legiones romanas con su caballería. De los casi 50.000 hombres que componían sus ejércitos, los romanos perdieron 35.000 (muertos o capturados), frente a los 5.700 de Aníbal.
En el 202 a.C., con la rápida caída del poderío militar de Cartago, Aníbal tuvo que volver a África para dirigir la defensa de su país contra una invasión romana a cargo de Escipión el Africano. Cuando se encontró con Escipión en Zama, al norte de África, sus inexpertos reclutas huyeron, muchos desertaron uniéndose a los romanos y los veteranos fueron reducidos. Cartago capituló ante Roma y la segunda Guerra Púnica llegó a su fin.
Batalla que tuvo lugar el 9 de agosto del 48 a.C. entre los líderes romanos rivales Julio César y Pompeyo Magno. Éste fue derrotado, aunque sus fuerzas eran superiores en número a las de César. Aproximadamente 15.000 hombres del ejército de Pompeyo cayeron en la batalla y los supervivientes se rindieron el día después. La lucha entre César y Pompeyo es el tema del poema épico Farsalia del poeta romano Lucano.
Enfrentamiento bélico que tuvo lugar el 17 de marzo del 45 a.C. en Hispania, cerca de Munda (posiblemente la actual Montilla, en la provincia de Córdoba), entre Julio César y los hijos de Pompeyo Magno, Cneo y Sexto.
La batalla se inscribió dentro de las guerras civiles romanas motivadas por el deseo de poder personal de César (apoyado por las clases populares y los nuevos ricos) frente a Pompeyo y el Senado, favorables a las viejas oligarquías.
Muerto Pompeyo, sus hijos mantuvieron su causa frente al personalismo cesariano, dominando parte de la Península con apoyo de los indígenas, y rechazando un enfrentamiento directo. Cneo, que disponía sus tropas en un alto, fue atacado en ese lugar por César, el cual empleó a fondo la X Legión, si bien la victoria fue decidida por la caballería númida, que envolvió a los pompeyanos. Con esta victoria César se aseguró el dominio de los territorios hispanos.
Combate naval decisivo mantenido el 2 de septiembre del 31 a.C. frente al promontorio de Accio (Actium), en la punta meridional del golfo de Ambracia (en el noroeste de Grecia), entre la flota romana de Octavio (más tarde primer emperador de Roma como Augusto) bajo el mando de Marco Vipsanio Agripa, y una flota combinada romano-egipcia dirigida por Marco Antonio y Cleopatra. La batalla representó el fin de la vieja rivalidad entre Marco Antonio y Octavio por el control del mundo romano y estuvo precedida por un largo periodo de luchas entre sus dos grandes ejércitos acampados en las orillas opuestas del golfo de Ambracia.
En contra del consejo de sus generales y supuestamente a petición de Cleopatra, quien quería una oportunidad para retirarse a Egipto, Marco Antonio dio inicio al combate. Su flota, compuesta por 220 barcos pesados equipados con catapultas, se lanzó al ataque. La flota de Octavio, de 260 barcos ligeros, tenía mayor capacidad de maniobra.
El resultado de la batalla era dudoso hasta que Cleopatra, aparentemente asustada por la maniobra del enemigo, ordenó al contingente egipcio, de 60 barcos, retirarse. Marco Antonio fue tras ella, pero la mayoría de los barcos que le quedaban pronto fueron abordados y aniquilados. La armada romano-egipcia se rindió a Octavio, quien de ese modo obtuvo una supremacía indiscutible en el mundo romano.
Adrianópolis fue el escenario de la batalla en la que las legiones romanas del emperador Flavio Valente, fueron derrotadas por los godos. Más tarde, Edirne (Adrianópolis) fue conquistada sucesivamente por los ávaros, los búlgaros y los cruzados.
En 1361, los turcos conquistaron la ciudad y en ella residieron los sultanes hasta 1453.
Edirne cambió constantemente de manos durante las Guerras turco-rusas de 1828-1829 y 1877-1878 y, también, durante las Guerras Balcánicas de 1912-1913.
Nombre tradicional y epónimo de la batalla en la que Atila fue vencido en el año 451. En realidad, este combate decisivo no tuvo lugar cerca de Châlons-sur-Marne, sino cerca de Troyes, en el denominado campus Mauriacus. La denominación de "Campos Cataláunicos" se debe más al mito fundador que a la realidad. Según toda verosimilitud, el ejército huno fue menos numeroso y mucho más irregular de lo que afirmó durante mucho tiempo la historiografía medieval.
Los hunos llegaron a la Galia tras haber sido expulsados del Imperio de Oriente. Al cruzar Germania, Atila reclutó tropas de bárbaros antes de lanzarse sobre una Galia ya desunida. Al norte, el poder romano seguía presente por medio del general Flavio Aecio, quien consiguió, para vencer al conocido como "azote de Dios", el apoyo de los visigodos de Aquitania, de los burgundios, de los alanos y de los francos. Esta coalición cristiana se vio alentada por el ejemplo de París, ciudad de la que Atila se desvió al constatar la resistencia organizada, en particular, por santa Genoveva. Ésta atacó a un ejército dispuesto a regresar a Panonia, donde Atila había instalado la capital de su Imperio.
El ejército de Atila había llegado a la ciudad de Orleans. Ésta se mantuvo bajo sitio como ninguna otra ciudad. Finalmente las fortificaciones cedieron. Sin embargo, mientras los hunos entraban a la ciudad, el ejército armado la tomaba por asalto. El contingente romano guiado por Aecio y los visigodos por su rey Teodorico.
Sorprendido, Atila guió a su ejército a una retirada a 100 millas del lugar hasta las planicies catalanas. Luego trató de reagrupar sus fuerzas. Coordinar esta mezcla de nacionalidades fue difícil, incluso para este afamado estratega. Mucho antes de lo esperado, los romanos y los visigodos avanzaron.
Los jinetes vencidos de Atila fueron atrapados en el medio de un frente de batalla de cuatro millas de largo; inutilizados, fueron incapaces de lanzar sus devastadores ataques en los flancos del enemigo. Encerrados por su propia infantería por un lado y por sus enemigos por el otro, los hunos morían por miles, al igual que los romanos y visigodos. La batalla comenzó en la tarde y duró hasta bien entrada la noche.
Finalmente, ambos bandos se retiraron, Atila hacia el sur, sus enemigos hacia el norte. El rey huno había sufrido su primera derrota seria.
La batalla de los Campos Cataláunicos fue el primer ejemplo de una coalición de bárbaros y de romanos cristianizados frente a un invasor totalmente extranjero.
Una de las más trascendentales batallas en la historia de Inglaterra, tuvo lugar el 14 de octubre de 1066 entre el ejército dirigido por Harold II, rey sajón de Inglaterra y una fuerza invasora capitaneada por el duque de Normandía, el futuro Guillermo I (el Conquistador). Éste reclamaba el trono de Inglaterra por sostener que su primo Eduardo el Confesor se lo había prometido con anterioridad. Guillermo cuestionó la elección de Harold como rey tras la muerte de Eduardo y, con la bendición del papa Alejandro II (1061-1073), preparó la invasión de Inglaterra. Sus tropas, en las que había soldados ballesteros de infantería y caballería pesada, desembarcaron en la costa inglesa cerca de Hastings el 28 de septiembre de 1066.
Tras una marcha apresurada desde Yorkshire, donde Harold acababa de derrotar y matar a su hermano rebelde Tostig, conde de Northumbria, en la batalla de Stamford Bridge, el ejército inglés compuesto por unos 7.000 soldados, ocupó una altura (conocida posteriormente como Senlac Hill, o colina de Senlac) cerca de la vía Hastings-Londres, aproximadamente a 10,5 km. al noroeste de Hastings. El ejército real estaba formado exclusivamente por infantería armada con lanzas, espadas y hachas de combate.
El ataque inicial de los normandos no pudo desalojar a los ingleses, los cuales hicieron frente a la descarga de las flechas enemigas entrelazando sus escudos. La infantería inglesa, armada con hachas, rechazó una carga de la caballería normanda, tras lo cual una sección de la infantería normanda emprendió la fuga. En ese momento, diversas unidades del ejército inglés rompieron la formación, en contra de las órdenes de Harold y persiguieron a los normandos, pero fueron rápidamente aniquiladas por otras tropas normandas.
Guillermo aprovechó la falta de disciplina de los soldados ingleses y ordenó fingir una retirada. Esta estratagema permitió entrampar a otra buena parte de las tropas inglesas.
Seriamente debilitados por estos reveses y desmoralizados por la mortal herida de flecha que sufrió Harold, los ingleses se vieron forzados a abandonar su posición estratégica en la cima de la colina de Senlac. Sólo pequeños grupos del ejército defensor sobrevivieron a las posteriores cargas de la caballería normanda.
La victoria de Guillermo en Hastings allanó el camino para el dominio normando de toda Inglaterra.
Decisivo combate librado entre un ejército formado por los principales reinos cristianos de la península Ibérica y las fuerzas almohades, en el marco del proceso conocido como Reconquista, que tuvo lugar el 16 de julio de 1212 en lo que en la actualidad es la aldea de Navas de Tolosa, perteneciente al municipio de La Carolina (Jaén), lugar cercano al también municipio jienense de Santa Elena y al desfiladero de Despeñaperros, al pie de sierra Morena.
Desde mediados del siglo XII, al-Andalus se encontraba bajo el poder de los almohades. Frente a ellos, los núcleos cristianos se hallaban enfrentados en constantes luchas por la delimitación de sus fronteras. Castilla, separada del reino de León tras la muerte de Alfonso VII (1157), atravesaba una profunda crisis política como consecuencia de los enfrentamientos entre la nobleza y la guerra con Navarra.
Los ataques almohades contra las fronteras cristianas se intensificaron a partir de 1172. Desde ese momento, las guerras y las treguas se sucedieron entre los musulmanes y los cristianos. Los castellanos lograron un importante éxito con la ocupación de Cuenca (1177), pero fueron derrotados de forma estrepitosa en la batalla de Alarcos (19 de julio de 1195).
La ofensiva almohade desmoronó el sistema defensivo que las órdenes militares de Alcántara, Calatrava y Santiago habían establecido en La Mancha. Ante este panorama, los monarcas cristianos llegaron a un acuerdo para hacer frente a los almohades. A la cita sólo faltaron el rey de León, Alfonso IX, y el rey de Portugal, Alfonso II. Desde la sede pontificia (ocupada por el papa Inocencio III) se dio carácter de cruzada a la guerra con los almohades, lo que propiciaría la intervención de nobles europeos que, sin embargo, no participaron en la batalla decisiva.
En la primavera de 1212, un gran ejército integrado por las huestes de Castilla (al frente de las cuales estaba su rey, Alfonso VIII) y Aragón (encabezadas por Pedro II), más los efectivos ultrapirenaicos, se concentró en Toledo. Desde allí, el 21 de junio, las tropas cristianas avanzaron hacia el sur cosechando éxitos importantes, como la conquista de Calatrava (el actual municipio de Calzada de Calatrava, en Ciudad Real), obtenida pocos días después y tras la cual las fuerzas no peninsulares abandonaron al ejército cristiano, al tiempo que se unía a éste el contingente comandado por el rey navarro Sancho VII.
El contacto entre los dos contendientes se produjo el 16 de julio —tres días después de que las tropas cristianas divisaran por vez primera el asentamiento de los ejércitos almohades comandados por su califa Al-Nasir— en las Navas de Tolosa, donde los cristianos derrotaron sin paliativos a los musulmanes.
Este suceso bélico supuso el hundimiento del Imperio almohade y la desintegración de al-Andalus en los terceros reinos de taifas. Gran parte de Andalucía quedó a merced de los cristianos desde su triunfo en este combate.
Combate librado el 24 de junio de 1314, cerca de la ciudad de Bannockburn (Escocia), entre los ejércitos ingleses y los escoceses. La batalla tuvo lugar cuando las tropas escocesas, que en un número cercano a los 40.000 hombres estaban lideradas por el rey de Escocia Roberto I Bruce, interceptaron a un ejército, de unos 60.000 componentes, a cuya cabeza se encontraba el monarca inglés Eduardo II. Éste pretendía levantar el asedio a que estaba sometido el castillo de Stirling, y para ello dispuso el ataque de su caballería sobre las posiciones escocesas, que repelieron la acometida valiéndose de fosos camuflados.
Las tropas inglesas fueron obligadas a dirigirse hacia los pantanos próximos, donde tuvo lugar el verdadero combate, que supuso la incontestable victoria escocesa sobre unas tropas que cosecharon 10.000 bajas.
La victoria de Bannockburn es considerada el nacimiento de la independencia escocesa respecto de Inglaterra, aunque ésta no la reconoció hasta 1328.
Victoria decisiva inglesa contra el ejército francés en los inicios de la guerra de los Cien Años, que tuvo lugar el 26 de agosto de 1346, cerca del pueblo de Crécy, en Ponthieu (en el actual departamento del Somme), al norte de Francia. La batalla se produjo tras la segunda invasión de Francia llevada a cabo por Eduardo III, rey de Inglaterra, y fue el primer gran combate de la guerra.
Eduardo estableció sus posiciones en la ladera de una colina y dispuso a sus tropas en tres divisiones, dos en el frente y la otra en reserva. Cada división estaba formada por un centro de caballeros a pie y hombres armados, flanqueados ambos lados por sendas alas de arqueros en forma de cuñas. Una de esas divisiones estaba mandada por Eduardo el Príncipe Negro, hijo y heredero del rey.
El número total de las tropas inglesas contabilizaban 3.900 caballeros, 11.000 arqueros y 5.000 soldados de infantería ligera. El ejército francés, dirigido por el rey Felipe VI, estaba compuesto por unos 12.000 caballeros montados, 6.000 ballesteros genoveses mercenarios, 20.000 miembros de las milicias urbanas, una cantidad indeterminada de infantería y una división de caballería bajo el mando del rey Juan de Bohemia.
Los franceses avanzaron de forma desorganizada, sin que pudieran sus ballesteros competir con los arqueros ingleses. Incluso la carga de los caballeros franceses no pudo penetrar en las dos líneas frontales de la infantería inglesa. Cada nuevo contingente de caballería francesa que avanzaba se enmarañaba con sus propias fuerzas ya en combate, y de este modo estaban expuestos, cada vez más cerca, al alcance de las flechas de los arqueros ingleses.
Los caballeros franceses realizaron 16 cargas sucesivas, pero a medianoche la batalla había acabado. Las bajas inglesas fueron insignificantes, mientras que más de 1.500 caballeros franceses yacían muertos. El rey Eduardo III pudo dirigirse al norte y asediar Calais.
En la batalla de Crécy, los ingleses demostraron, por vez primera durante una batalla en suelo continental, que el arco era superior a la ballesta tanto en alcance como en rapidez de disparo. La victoria también asestó un duro golpe al viejo concepto feudal de la guerra, mostrando que la combinación de arqueros y hombres armados a pie podía resistir la carga de la caballería pesada.
Enfrentamiento militar durante la guerra de los Cien Años que tuvo lugar cerca de la villa de Agincourt (en la actualidad Azincourt, en el departamento de Paso de Calais), en Francia, el 25 de octubre 1415, entre un ejército inglés bajo el mando del rey Enrique V y otro francés bajo las órdenes de Carlos D'Albret, Condestable de Francia.
Con anterioridad a la batalla, que tuvo lugar en un estrecho valle cercano a Agincourt, Enrique V, pretendiente a la corona francesa, había tomado el puerto de Harfleur e invadido Francia. En el momento del encuentro, el ejército de Enrique V, debilitado por la enfermedad y por el hambre, retrocedía hacia Calais, donde el rey planeaba embarcarse para Inglaterra.
El ejército inglés, formado por unos 6.000 hombres, la mayor parte de los cuales eran arqueros ligeramente equipados, fue interceptado por D'Albret, cuyo ejército de unos 25.000 soldados constaba principalmente de caballería pesada y de infantería. El rey inglés, temeroso de su aniquilación, solicitó una tregua a los franceses, pero sus términos fueron rechazados.
En la batalla, a la que precedió una fuerte lluvia, las tropas francesas estaban en desventaja a causa de sus pesadas armaduras, lo estrecho del campo de batalla, el terreno embarrado y las fallidas tácticas de sus oficiales, especialmente al usar formaciones cerradas contra un enemigo móvil. La caballería francesa, que ocupaba la línea del frente, rápidamente quedó atascada en el lodo, siendo un blanco fácil para los arqueros ingleses.
Tras poner en fuga a la caballería enemiga, las tropas inglesas, empuñando destrales, podones (un tipo de cuchillo) y espadas, lanzaron sucesivos asaltos contra la infantería francesa que, desmoralizada por el destino de su caballería y seriamente estorbada por el barro, fue completamente aplastada.
D'Albret, algunos duques y condes, y aproximadamente otros 500 miembros de la nobleza francesa murieron; cayeron unos 5.000 soldados franceses. Las pérdidas inglesas están contabilizadas en menos de 200 hombres, pero entre ellos estaban el Duque de York y el Conde de Suffolk.
La estrategia militar feudal francesa, tradicionalmente basada en el empleo de infantería y caballería dotada de pesadas armaduras, quedó completamente desacreditada por la victoria de Enrique V. Aunque éste regresó a Inglaterra tras Agincourt, su triunfo allanó el camino a los ingleses para dominar la mayor parte de Francia hasta mediados del siglo XV.
El punto de inflexión de toda la guerra de los Cien Años estuvo en el año 1429, cuando las tropas francesas, al mando de Juana de Arco, levantaron el asedio de Orleans, derrotaron a los ingleses en la batalla de Patay y les expulsaron hacia el norte. Carlos se coronó rey en Reims.
Ya con el nombre de Carlos VII, reforzó su posición en el trono de Francia al firmar una paz por separado con Borgoña (Paz de Arras, 1435), aliada de Inglaterra en esa época. Al año siguiente conquistó París a los ingleses.
Desde 1436 hasta 1449 no se produjo acción militar alguna. En el año 1449, los franceses atacaron a los ingleses en Normandía y en Guyena y recuperaron el primer territorio en 1450 y el segundo al año siguiente (1451). La contienda cesó, por fin, en el año 1453, fecha en la cual Inglaterra sólo poseía Calais y algunas pequeñas zonas adyacentes, territorios que conservaría hasta 1558.
Nunca se firmó un tratado que pusiera fin de forma oficial a la guerra.
Después de la Paz de Cateau-Cambrésis (1559), Felipe II orientó su política internacional a la liquidación del conflicto que España mantenía con los turcos otomanos. A partir de 1560, inició una serie de acciones en el Mediterráneo de las que el enfrentamiento naval en el golfo de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, fue el eslabón más decisivo y brillante.
La imagen del Mediterráneo en el siglo XVI es la de dos mundos que dominan de manera contrapuesta un espacio común, con un clima, una constitución geográfica y una estructura económica y social similares e integradas por el gran mar que es su lugar de referencia. Estos mundos aparecen supuestamente irreconciliables por la fuerza de la religión; el cristianismo y el islamismo llevaron a ese ámbito su particular guerra santa: la cruzada y el yihad. La monarquía de Felipe II supo hacer de la causa religiosa y de la oposición a los otomanos el lazo de unión más popular entre los pueblos de España y los del sur de Italia. Además, la tradición de la lucha contra el infiel daba razón suficiente para la entrada en el conflicto a los poderosos Estados Pontificios.
Al margen de todo ello, la defensa del Mediterráneo era en esos años vital para España, ya que las incursiones de la marina turca y de los corsarios del norte de África ponían en peligro la comunicación militar con las posesiones italianas y la llegada a los puertos levantinos del trigo de Sicilia.
En los primeros años, la supremacía islámica parecía incuestionable. El desastre de Djerba (1560) supuso, no solamente el paso de la isla a los otomanos, sino la pérdida de casi la mitad de las galeras de la flota española en ese mar. Pero en 1563, el conde de Alcaudete logró contener a los musulmanes frente a Orán, y en 1565, la escuadra de Solimán el Magnífico era derrotada en Malta. En este clima se fraguó un endurecimiento de la lucha, que tiene su primer episodio en el interior de la península Ibérica.
En 1566 expiró la tregua otorgada por Carlos I (el emperador Carlos V) a los moriscos granadinos, mediante la cual se les había permitido vivir según sus antiguas costumbres. Felipe II se negó a seguir manteniendo un espíritu de tolerancia, y la rebelión se generalizó en todas las Alpujarras.
En 1570, don Juan de Austria impuso el orden por la fuerza; los moriscos de Granada fueron expulsados de su tierra y distribuidos por toda Castilla.
La victoria interior contrarrestaba el empuje turco en los dos frentes mediterráneos: en enero de ese mismo año, el virrey de Argel había destronado al emir de Túnez, aliado de España; en marzo, el sultán Selim II dirigió un ultimátum a la república de Venecia y desembarcó en Chipre.
El 25 de mayo de 1571, España firmó con el papa Pío V y Venecia las capitulaciones de la Liga Santa, que iba dirigida a la guerra total. El acuerdo comprometía a Felipe II a contribuir con la mitad de los hombres y el dinero, a Roma con 1/6 y a Venecia con 2/6. La armada cristiana, al mando de don Juan de Austria, salió de Mesina el 16 de septiembre de 1571, compuesta por cerca de 280 naves y 30.000 hombres. Los primeros días de octubre avistó a la flota otomana, algo superior en número de buques, en el golfo de Lepanto; Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, y Alejandro Farnesio convencieron a don Juan para iniciar un ataque inmediato.
El comandante turco, Alí Bajá, planteó una estrategia envolvente para empujar a los navíos aliados hacía el interior del golfo, pero la fortaleza de los buques españoles, que combatieron en el centro de la formación, y la eficacia de un mejor armamento, junto con la adecuada estrategia de los capitanes, dieron la victoria a la Santa Liga. La batalla duró cinco horas y en ella murieron, aproximadamente, 35.000 hombres.
La noticia del triunfo cristiano se identificó en la conciencia de los europeos con la quiebra definitiva de la invulnerabilidad del Imperio otomano. España, Venecia y el Papado no sacaron grandes ventajas materiales de él, en pocos años cada país defendía sus intereses por separado, mientras la escuadra turca se rehacía. Con todo, el prestigio de la Sublime Puerta (nombre por el que también era conocido el Imperio Otomano) quedó seriamente dañado.
Por Arkantos Khan.
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