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¿Quiénes eran estos antiguos guerreros que combatían y morían para entretener al público? ¿Cómo llegaron a ser figuras influyentes en la sociedad romana?
Todo comenzó en el siglo VII antes de Cristo, en los neblinosos inicios del Estado romano. Roma estaba bajo el dominio de los etruscos, un poderoso pueblo originario de la región que hoy se conoce como Toscana. Se cree que ellos fueron los primeros en organizar combates entre gladiadores. La evidencia proviene de pinturas halladas en Etruria, una región a pocos kilómetros al norte de Roma. Estas pinturas ilustraban espectáculos sangrientos, así que algunos sugieren que se trataban de ritos funerarios etruscos, adoptados posteriormente por los romanos.
En el año 509 a.C., los romanos se liberaron del dominio etrusco y formaron su propia República. Pronto emprendieron la conquista de los territorios vecinos. En las guerras que libraron contra los samnitas y los griegos del sur de Italia, los romanos entraron en contacto con estilos de combate distintos. Las Guerras Samnitas marcaron los combates entre gladiadores, pues fue en Samnia donde surgieron. Incluso el historiador Livio menciona un hecho que tuvo lugar en el 308 a.C., en una batalla entre romanos y samnitas. Dice que tras ésta, a algunos de los soldados capturados se les obligó a combatir entre sí.
Los romanos siempre prestos a adaptar las técnicas y costumbres extranjeras, adoptaron la práctica de hacer combatir a los prisioneros durante la celebración de un funeral. A estos actos los llamaban munera. La palabra "munus", cuyo plural es munera, significa deber u obligación. Dado que los primeros combates entre gladiadores estaban asociados con ritos funerarios, muchos creen que se realizaban como una ofrenda al difunto.
Conforme se hacían con el control de la península italiana, los soldados romanos incorporaron las armas y las tácticas de sus rivales para ponerlas en práctica en la munera. Se originaron así un gran número de estilos de combate, cada uno de ellos con sus armas e indumentarias particulares. El tracio con su espada curvada; el samnita armado de un enorme escudo y yelmo con visera; y el murmillo, cuyo yelmo se distinguía por tener una cresta en forma de pescado.
El termino gladiador se deriva de la palabra gladius, nombre de una espada corta utilizada por los romanos. Esta espada, usada para apuñalar más que para cortar, era el arma empleada por las legiones romanas.
Al comienzo eran los ejércitos romanos en sus campamentos en las fronteras los que obligaban a los prisioneros a luchar en la munera. Estos combates servían para reforzar los valores tradicionales romanos de "victoria a toda costa" y "muerte antes que deshonor", rendirse era algo intolerable y para los romanos el prisionero que se hacía gladiador era objeto de escarnio.
La munera llegaría finalmente a Roma pero por una razón muy distinta. Las familias nobles deseaban impresionar a los votantes organizando espectáculos llenos de pompa y derroche.
En el año 264 a.C., se realizaron los primeros torneos de gladiadores en Roma como parte de los funerales en honor de Junius Brutus Pera, descendiente de uno de los fundadores de la República romana. En lugar de las acostumbradas carreras de cuadrigas o la cacería de bestias salvajes, se organizó una lucha entre tres parejas de gladiadores en el mercado de ganado de la ciudad. El espectáculo fue muy modesto y probablemente se organizó para averiguar si existía un "mercado" para este tipo de eventos. Fue esta la primera vez que los ciudadanos romanos vieron correr la sangre de los gladiadores; su sed de sangre duraría más de 700 años.
Los primeros torneos de gladiadores en el año 264 a.C., tuvieron lugar en una época en la que la joven República enfrentaba su mayor desafío militar: las Guerras Púnicas. Estos conflictos entre Roma y Cartago, su rival del norte de África, se extendieron durante más de un siglo; y durante uno de ellos tuvo lugar la invasión de Italia por parte de Aníbal y sus elefantes.
A causa de las derrotas de las legiones en las fronteras, los líderes romanos intentaban levantar la moral de sus ciudadanos organizando torneos de gladiadores cada vez más frecuentes y espectaculares.
Pero estos espectáculos también servían como vehículo de propaganda para el expansionista Estado romano. Usaban prisioneros de guerra para demostrarles a los habitantes lo que sucedía en los territorios fuera de la frontera. La única forma de saber cómo era un bárbaro germano era verlo luchar contra otro prisionero en Roma.
Con el objetivo de suplir la creciente demanda de gladiadores aptos para el combate en la ciudad, se crearon escuelas de gladiadores en las afueras de Roma. Estas escuelas eran mitad prisión y mitad centro de entrenamiento.
Cada gladiador se entrenaba de acuerdo al tipo de arma que usaba. Los entrenadores, llamados lanistas, adquirían su material en los mercados de esclavos o en las cortes criminales. A estos esclavos se los sometía a un riguroso, constante y brutal entrenamiento físico en el arte de matar. Pero igual de importante era la preparación mental. Se mentalizaban para combatir de una forma determinada y obedecer el código de ética de un gladiador, según el cual se debía luchar con dignidad y, de ser necesario, aceptar la muerte con dignidad.
Como muestra de sumisión a su nuevo amo, el gladiador rendía un juramento: el Sacramentum Gladiatorium, en él, el combatiente juraba soportar el ser quemado, encadenado, golpeado o atravesado por una espada.
Pero estar en una escuela de gladiadores no implicaba necesariamente una sentencia de muerte. Al entrenarlos, el Estado romano les ofrecía una posibilidad: los romanos pensaban que podían mentalizar a la escoria de la sociedad para que creyera que podía luchar por su redención social, y así formar parte, a medias, de la sociedad y obtener finalmente la libertad.
Sin embargo, uno de esos gladiadores eligió otro rumbo para obtener la libertad y se convirtió en una de las mayores amenazas internas en la historia de Roma.
Año 73 a.C., un esclavo griego de la provincia romana de Tracia fue llevado a la escuela de gladiadores de Capua, su nombre era... Espartaco. Pese a ser un esclavo, éste se mostraba rebelde y reacio a cualquier intento por disciplinarlo.
Espartaco y setenta de sus compañeros decidieron fugarse de la escuela de Capua y se refugiaron en los alrededores del monte Vesubio. Pronto se unieron a ellos otros esclavos prófugos y descontentos, y, de súbito, Espartaco se encontró al frente de un vasto ejército rebelde.
Al principio, el Senado romano no le dio importancia a la rebelión y calificó a Espartaco de simple bandolero. Pero cuando infligió sendas derrotas a los dos ejércitos enviados para capturarlo, el Senado entró en pánico.
Mientras, Espartaco y su ejército de esclavos se habrían paso hacia el norte rumbo a la frontera con Galia. Su plan era atravesar los Alpes y llegar a un territorio no gobernado por los romanos, para después, quizá, dispersar a su ejército. Sin embargo, sus seguidores le hicieron cambiar de plan, tal vez motivados por la venganza o la codicia. Su deseo era atacar y saquear la rica campiña italiana, por lo que retornaron de los Alpes.
Esta sería una desafortunada decisión. El Senado eligió para enfrentar a Espartaco a Marco Licinio Craso, un taimado político y despiadado hombre de negocios, quien era también uno de los hombres más ricos de Roma.
A pesar de su poca experiencia militar, Craso ofreció cubrir parte de los costos para organizar un ejército. También era un hombre ambicioso que deseaba hacerse una figura prominente en la política. La forma ideal de hacerlo era como comandante militar.
En el año 71 a.C., Craso parte de Roma al mando de ocho legiones. Aunque Espartaco tenía el doble de soldados, las tropas del comandante romano se encuentran altamente motivadas. Los dos ejercitos por fin se vieron las caras a campo abierto en Lucania, al sur de Roma. Si bien combatían con ferocidad, las desordenadas tropas de gladiadores y esclavos no pudieron hacer frente a las disciplinadas legiones de Craso. "Eran tantos los muertos – relata el historiador griego Apiano – que fue imposible contarlos". Las fuentes antiguas también registran la muerte de Espartaco durante la batalla.
Para asegurarse de que no volviese a ocurrir una revuelta semejante, Craso le lanzó una brutal advertencia a los esclavos de Roma; apresó a seis mil sobrevivientes de la revuelta liderada por Espartaco y los crucificó en la Vía Apia entre Roma y Capua, donde se encontraba la escuela de gladiadores de Espartaco.
Roma, la ciudad eterna, a entrado al nuevo milenio en medio de paz y prosperidad. Pero dos mil años atrás, los torneos de gladiadores evolucionarían hasta convertirse en un extravagante espectáculo de muerte.
A medida que cobraba forma la República romana durante el siglo I a.C., surgía la figura de uno de los mayores líderes de la historia romana: Julio César. Era un genio en muchos aspectos. Era escritor, militar y obviamente un político. De haber sido el primero, Julio César hubiera sido un gran emperador, pues estaba calificado para ello.
César, un entusiasta promotor de los torneos de gladiadores, es célebre por entrenar a sus soldados en los estilos de combate usados por estos guerreros esclavos. De joven, ejerció el cargo de edil, una especie de magistrado municipal. Organizó juegos espectaculares y se dice que llegó a ser propietario de unos seiscientos gladiadores, lo que llevó al Senado a limitar la posesión de éstos.
Mientras combatía en Galia y en el Medio Oriente, César envía dinero a Roma para financiar un gran número de eventos cuyo objetivo era mantener la atención del público en él. Julio César estaba muy consciente de la importancia de este espectáculo. Lo veía como parte de su futuro papel como emperador.
Pero serían los grandes triunfos de César, una serie de eventos y desfiles organizados tras su retorno de África del norte en el año 46 a.C., los que sentarían las bases para los futuros espectáculos romanos. Éstos eran superiores a cualquier espectáculo anterior, repletos de desfiles y regalos para el pueblo romano. Se repartía dinero, comida y vino en las calles de Roma, y se organizaban toda clase de eventos, desde representaciones teatrales y combates entre gladiadores, hasta batallas a gran escala escenificadas en el Circo Máximo.
Sólo en un día un cuarto de millón de romanos llenaba el gran coliseo de carreras de cuadrigas conocido como Circus Maximus. César proporcionaba mil soldados a pie, sesenta jinetes y cuarenta elefantes para que se trenzaran en una batalla y divirtieran a la emocionada multitud.
Si bien los espectáculos de César deleitaban al público romano, algunos senadores veían esto como el ardid de un dictador enceguecido por el poder y deseoso de que el pueblo lo coronara emperador. Durante las idus de marzo del año 44 a.C., los partidarios de la República asesinaron a Julio César apuñalándolo salvajemente. Su muerte, sin embargo, sólo provocaría el caos y la instauración de la monarquía que tanto deseaba. El asesinato de César fue un hecho lamentable no sólo por su muerte en sí, sino también porque condujo a otro período de guerra civil.
De los escombros de esta guerra surgió un frágil joven de diecinueve años, se llamaba Cayo Octavio; pero bajo el nombre de César Augusto se convertiría en el primer emperador de Roma. El joven Augusto era sobrino nieto de César y ascendió al trono tras una serie de maniobras turbias y dudosas. Al crecer cerca de Julio César y hacerse emperador, Augusto se dio cuenta que los combates de gladiadores tenían un gran influjo e importancia política.
Augusto transformó los torneos de gladiadores en una gigantesca industria cuyo fin era mostrar la gloria del Imperio y al mismo tiempo saciar la sed de sangre de las multitudes romanas. También fundó la primera de tres escuelas imperiales para gladiadores en Roma y patrocinaba un gran número de torneos durante los ciento cincuenta días de festivales culturales y religiosos que se organizaban cada año.
Augusto gobernó durante casi medio siglo, el comienzo de una era conocida como la Pax Romana. Pero la paz de Roma no detendría el curso de los sangrientos juegos. Calígula, tal vez el más cruel de todos los emperadores romanos, era un fanático acérrimo de los torneos de gladiadores. Él aumento sustancialmente el gasto en todo tipo de espectáculo de gran envergadura. Tanta era la pasión de Calígula por el combate que frecuentemente aparecía en ceremonias importantes vestido a la usanza de un gladiador. La élite se escandalizaba viendo como su emperador se rebajaba al disfrazarse de esclavo.
Calígula no sabía como comportarse. Obligaba a muchos a luchar hasta la muerte y lanzaba a la arena a gente del público, para matarlos o para empalarlos. Durante un combate entre gladiadores, cuando la multitud se opuso a la muerte de un gladiador herido, se dice que Calígula comentó: "Ojalá el pueblo romano tuviera un solo cuello". Irónicamente, este emperador fue asesinado luego de asistir a un combate entre gladiadores en el año 41 d.C.
Su reino de crueldad sería superado por su sucesor: el emperador Claudio. Se dice que éste sentía gran placer al ver los rostros de sus gladiadores mientras estos morían. En su esfuerzo por complacer a las multitudes de Roma, Claudio emprendió gigantescos proyectos de ingeniería y construyó acueductos y graneros. En el año 52 d.C. planeó dragar un gran lago que la gente quería utilizar para la agricultura. Pero antes de dragarlo decidió organizar un espectáculo naval. Estas batallas llamadas naumaquias eran quizás el más extraordinario de los espectáculos romanos. Las naumaquias eran una recreación de una batalla naval de la antigüedad, pero con muertos reales. Traían cientos de barcos desde el puerto de Ostia, a bordo se encontraban diecinueve mil prisioneros a los que se les dotaba de armas. Unidades de la guardia pretoriana se apostaban alrededor del lago para evitar cualquier fuga.
Cuando la batalla estaba a punto de comenzar, un grupo de prisioneros saludo al emperador con unas palabras que pasarían a la historia: "Ave César, los que van a morir te saludan". Claudio menospreció el honorable intento al responderles: "O quizás no". Los prisioneros tomaron este brusco comentario como una burla y se negaron a combatir.
Claudio amenazó con usar la guardia imperial si no comenzaban a luchar de inmediato. Suponiendo que la posibilidad de salvarse era mayor combatiendo entre ellos que contra la guardia no les quedó otra alternativa. De diecinueve mil hombres sólo unos cien sobrevivieron.
Nerón, el sucesor de Claudio, redujo el tamaño de los ostentosos espectáculos de gladiadores, pero Roma descubrió una nueva forma de entretenimiento en las ejecuciones en masa de un culto religioso conocido como Cristianismo. Sometió a estos cristianos a una serie de castigos conocidos como "summa supplicia", pena destinada a los criminales más despiadados.
Los cristianos, a quién Nerón culpaba del incendio que destruyó dos tercios de Roma en el año 64 d.C., soportaron torturas, crucifixiones y hogueras. Pero la forma de ejecución más popular entre las multitudes romanas era el empleo de bestias salvajes. Querían que estas víctimas fuesen ultrajadas y luego vapuleadas hasta hacerlas sangrar. Alguien se encargaba al final de cortarles la garganta.
Aunque los libros de historia lo describen como un desalmado perseguidor de los cristianos, Nerón estaba mucho más interesado en el teatro y la música que en los espectáculos sangrientos.
En el año 68 d.C., el Senado romano declaró traidor al emperador Nerón por su flagrante mala administración del Estado. Nerón se suicidó y, una vez más, Roma se vio inmersa en un guerra civil.
La revuelta de Flavio condujo al poder a un nuevo emperador, Vespasiano. Los gladiadores romanos colaboraron en su elección. En la guerra civil del año 69, los gladiadores apoyaban a varios de los aspirantes al trono porque los gladiadores eran figuras importantes en la sociedad. Los espectadores no eran sus enemigos, sino sus admiradores que los apoyaban al combatir.
En el año 72 d.C., Vespasiano inició la construcción del mayor monumento a la muerte en el vasto Imperio romano, el anfiteatro de Flavio, conocido hoy como el Coliseo. Su construcción tomaría ocho años, y se convertiría en el principal anfiteatro para los combates de gladiadores durante los siguientes cuatro siglos. Vespasiano deseaba hacer grandes obras para iniciarse con buen pie en el trono y borrar la imagen que Nerón había dejado tras de sí.
Capaz de albergar unos cincuenta mil espectadores y cubierto por un enorme dosel, el anfiteatro reflejaba en la distribución de sus asientos la estratificación de la sociedad romana. Pero era bajo la arena del anfiteatro donde se creaba la magia. Las subestructuras debajo de la arena eran usadas para efectos especiales, para mostrar escenografías en medio del espectáculo, y para dejar salir animales inusuales en pleno combate. Se buscaba llevar este espectáculo a niveles que no se habían visto hasta el momento. Su elaborada decoración y complejos dispositivos hacían del anfiteatro un goce visual para el público romano, pero este estadio era en realidad una gigantesca maquina para la ejecución pública de animales y personas.
Un día típico de espectáculos en el anfiteatro de Flavio se iniciaba con las menationes, la cacería de bestias salvajes. Los bestiarios, gladiadores especialmente entrenados, luchaban contra osos, leones y toros. La cacería de bestias salvajes cobró tanta popularidad que se creo una industria que importaba animales nuevos y exóticos para exhibirlos en la arena. De todos los rincones del Imperio se traían tigres y jirafas, antílopes y avestruces, mientras más exóticos los animales mejor y las cantidades eran sorprendentes. Durante las ceremonias de inauguración del anfiteatro de Flavio, en el año 80 d.C., patrocinadas por el emperador Tito, se sacrificaron nueve mil animales durante cien días de celebración. Pero la carne de estos animales no se desperdiciaba, la mayoría se regalaba en sorteos organizados durante las pausas en los días de espectáculo.
Al mediodía se realizaban las ejecuciones de criminales y cristianos. En la tarde, llegaba el momento estelar, las luchas entre gladiadores de élite, el evento principal. Ellos entraban a la arena en medio de una gran procesión donde exhibían sus armas y atuendos ante la bulliciosa multitud.
Los combates individuales eran dirigidos por los lanistas, los entrenadores de gladiadores, cuya misión era detener el combate antes de que uno de los gladiadores muriera.
Cuando un gladiador resultaba herido y no podía continuar luchando, le mostraba dos dedos al emperador como una petición de clemencia. Si el gladiador había combatido con gallardía, entonces se le permitía volver a luchar. Los gladiadores pocas veces combatían hasta morir. Un gladiador era un recurso extremadamente valioso, como un caballo de carreras. No se desperdiciarían estos recursos asesinándolos en masa.
Si un gladiador se destacaba por su arrojo, el emperador podía incluso concederle la libertad. El poeta Marcial, un seguidor de los combates, presenció algo semejante: "Conforme el combate se tornaba parejo, el bullicio aumentaba y el público pedía la libertad de los combatientes. César le envió a ambos unas espadas de madera. El valor y la habilidad tenían su recompensa" (Marcial). Cuando uno de estos campeones obtenía su libertad, se le otorgaba un premio especial: un "rudis", que era una espada de madera y un recordatorio de sus días de entrenamiento. El "rudis" también era una señal de que nunca más debía empuñar una espada para luchar por su vida.
Si no aceptaba la petición de un gladiador, el emperador indicaba su negativa con un gesto que el mundo moderno ha mal interpretado. El mayor mito sobre los gladiadores es el del pulgar abajo. Ese gesto lo inventó el pintor francés Jerome al traducir la palabra pollice verso del latín, que en realidad significa el pulgar arriba. Ese gesto simbolizaba la muerte en el Imperio romano.
Para aquellos condenados a muerte por el emperador, la defunción era inmediata. Para los ganadores la vida podía ser muy dulce. Como recompensa recibían premios en oro y gloria. Algunos gladiadores ganaron cerca de cincuenta combates y se hicieron muy famosos.
Era tanta la pasión de los romanos hacia su sangriento deporte que para el siglo I d.C. la mayoría de los que entraban a la arena como gladiadores no eran esclavos de nacimiento, muchos de ellos eran hombres libres en bancarrota, ex-soldados, mujeres e incluso senadores. Pero sin duda el gladiador más inverosímil en pisar el anfiteatro de Flavio fue el emperador Cómodo.
Quizá la mejor descripción que se haya hecho del emperador Cómodo la dio el historiador Casio. Para algunos, Cómodo era una figura cruel, pero en realidad no era más que un gran estúpido. Él era el hijo del gran emperador Marco Aurelio, un filósofo estoico que despreciaba la violencia en la arena. Pero tal era el entusiasmo de Cómodo por los combates que corría un rumor, según el cual, él era fruto de un romance extramatrimonial entre su madre y un gladiador.
En el año 180 d.C., Cómodo heredó el trono cuando su padre murió víctima de la peste. Pero, a diferencia de su padre, quién controlaba todos los detalles de su Imperio, Cómodo se contentaba con permitir que otros gobernaran mientras él se entretenía planeando venganzas y excesos sexuales.
Parecía que los juegos se hacían poco a poco más impredecibles y polémicos. Al principio se toleraba su crueldad, pero toda Roma quedó estupefacta cuando su emperador saltó a la arena como gladiador. Durante sus doce años de reinado Cómodo participó en setecientos treinta y cinco combates en el anfiteatro de Flavio. Aunque se trataba de combates arreglados en los que nadie trataba de derrotar al emperador.
Cómodo se divertía matando personalmente esclavos, criminales e incapacitados. En uno de los festivales ordenó traer al anfiteatro a todos los hombres que habían perdido sus piernas en guerras o por enfermedad. Así, ataviado como el mítico héroe Hércules, asesinó a más de cien hombres con un pesado garrote. Estos hombres sin piernas representaban a gigantes que surgían de la tierra para retar el orden celestial. Y el emperador destruía estas amenazas para preservar el status quo y el orden cósmico en el Imperio.
La situación alcanzó el clímax en el año 192, para demostrar su desprecio por el Senado, Cómodo mató a una avestruz en la arena y levantó en alto la cabeza del animal para mostrársela a los senadores en las gradas, sugiriéndoles que podía hacer lo mismo con ellos. Sin embargo, una conspiración dentro del propio palacio dio al traste con los planes del emperador.
La muerte de Cómodo es un momento muy dramático. En el año 193, corría el rumor de que tenía una lista de personas a las que quería ejecutar ante el Senado. Esta lista cayó en manos de su chambelán y de su concubina Marcia, quienes decidieron entonces asesinarlo. Envenenaron su comida y cayó terriblemente enfermo. Pero cuando parecía que se recuperaba, enviaron a un luchador profesional del palacio para que lo estrangulara.
En términos de tamaño y esplendor, los torneos de gladiadores alcanzaron su zenit durante el reinado de Cómodo. No obstante, durante los siguientes doscientos cincuenta años, los emperadores cristianos de Roma demostrarían que también sentían la misma sed de sangre.
Tras la muerte de Cómodo en el año 192 d.C., Roma vio desfilar una incesante ristra de emperadores. En total, treinta y cinco hombres reclamaron el trono imperial. Pero, a pesar de las luchas políticas, los torneos de gladiadores se mantuvieron durante todo un siglo. Un aspecto invariable de la vida romana. Al mismo tiempo, una fuerza más poderosa que el Imperio empezó a tomar forma: el Cristianismo.
En el año 312 d.C., antes de la batalla del Puente de Milvio, en las afueras de Roma, el emperador Constantino tuvo una visión. Según el obispo Eusebio, esa fue una revelación divina: "Cerca del mediodía, cuando el día empezaba a declinar, Constantino vio con sus propios ojos una cruz luminosa en el cielo". Constantino interpretó esta visión como una señal para convertirse al Cristianismo e hizo grabar la figura de la cruz en los escudos de su ejército.
Su victoria sobre Majencio, un pretendiente pagano al trono, lo convirtió en el único gobernante del Imperio Romano de Occidente. Un año después, Constantino proclamó el edicto de Milán, que legalizaba el Cristianismo en Roma; pero no sirvió para detener el derramamiento de sangre en la arena.
Proclamaba la tolerancia religiosa hacia todos, por lo que no se perseguiría a los cristianos en la arena. Pese a esto, los combates de gladiadores continuaron. Tan atractiva era la violencia en el anfiteatro que incluso algunos cristianos acudían regularmente a ver los combates, que prosiguieron hasta bien entrado el siglo V.
El final oficial de los combates de gladiadores en Roma tendría lugar el día inaugural del festival organizado por el emperador Honorio en el año 404 d.C.. El monje cristiano Telémaco entró en la arena y trató de separar a los combatientes, lo que provocó el disgusto de la audiencia. Privados de su entretenimiento, la multitud apedreó y asesinó a Telémaco. Horrorizado por lo sucedido, Honorio prohibió formalmente los torneos de gladiadores. Aunque éstos continuaron realizándose durante otros cincuenta años de manera no oficial.
Los romanos, entre ellos muchos cristianos, deploraron el final de los torneos. Los romanos paganos lo vieron como una señal de fatídicos eventos por venir, y tenían razón. En el año 410, los ejércitos de Alarico, rey los visigodos, saquearon e incendiaron la ciudad eterna.
¿Podríamos imaginar lo que se sentía ser un gladiador y enfrentar la muerte en las arenas de la antigua Roma? Algunos lo comparan con los deportes profesionales modernos como el boxeo, la lucha y el toreo. El encanto y el machismo siguen presentes. El juego con la muerte que emociona a la multitud.
La brutal violencia que los romanos consideraban diversión, a nosotros nos parece repugnante. Pero las audiencias del siglo XXI, en realidad ¿son tan distintas a las romanas? En muchas formas somos muy parecidos. La violencia que se incubó en nuestros antepasados, de cierto modo, sigue presente en nosotros. Debemos reconocer que es así y aceptarlo. Porque no aceptarlo y decir que somos civilizados y mejor que los horribles romanos, es negar la realidad.
Por Arkantos Khan.
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2 comentarios
21:55
Muy interesante los artículos que leí. Podría agregar que "El circo" sigue igual actualmente, cuando tanto, hombres como mujeres eligen ir a cualquier guerra que SU país enfrenta y se le da honores cuando regresa con vida y muchos son olvidados y regresan tan maltratados físicamente y psíquicamente (a diferencia de los gladiadores)que poco y nada puede gozar de su vida restante. Leer los artículos me representó la actualidad de muchos sufrientes.
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