Cuando nos llegue el momento de exhalar el último suspiro, ¿qué nos espera? Quizá es esa ignorancia de lo que hay más allá de la muerte lo que nos inspira tanto temor. Pero algunos han logrado llegar a la frontera del otro mundo, mirarlo y volver. Sus historias son fascinantes.

experiencias-muerte

Me vi rodeado por una especie de nube rosada. No sentía dolor alguno, sino una extraordinaria sensación de bienestar. Oía las voces de la gente gritando en torno a mí: ¡Está muerto, está muerto! Ví cómo me cargaban en una camilla y me cubrían con un tejido negro. Quería gritarles que estaba vivo, pero no podía. Luego tuve la impresión de que me colocaban en un féretro, de asistir a mis propios funerales. Y pese a todo, no sufría. Me parecía vagar en un mundo compuesto de un cielo azul y una serenidad inmensa. Después, escuché la voz de la enfermera que cuidaba mis heridas: "Permanezca tranquilo. Está perfectamente vivo, aunque le habíamos dado por muerto".

Así nos relata su experiencia cercana a la muerte el cantante Charles Aznavour. Sucedió el 31 de agosto de 1956. Su coche chocó con un camión, y él fue conducido a un hospital, en coma. Al recobrar el conocimiento recordó su extraordinaria vivencia, similar a la que narran millones de personas en todo el mundo que, a consecuencia de accidentes, operaciones o enfermedades, estuvieron en coma o clínicamente muertos, y lograron recuperarse.

Estos relatos se conocen técnicamente como experiencias de casi-muerte (ECM) o de muerte inminente. El inventor de este término es el doctor Raymond Moody, quien lo popularizó hace 25 años en su best seller mundial Vida después de la vida. Este libro renovó la curiosidad popular por lo que pueda esperarnos después de la muerte, inquietud tan vieja como el ser humano.

Resulta asombroso que, antes de Moody, este fascinante fenómeno estuviese prácticamente ausente de la literatura médica. Por eso no es de extrañar que su libro, un tanto ingenuo y más repleto de preguntas que de respuestas, suscitara las iras de los escépticos, quienes consideraban que los informes de unos cuantos cientos de personas no tienen gran validez científica. Ello se debe al enfoque eminentemente racionalista de la medicina y de los científicos en general, cuya actitud suele ser despectiva con aquello que no se pueda medir y demostrar de forma clara, y más aún si aparece rodeado de ribetes místicos.

Sin embargo, uno de cada veinte norteamericanos adultos —unos ocho millones de personas— parece haber vivido una ECM. Esto es lo que se desprende de un sondeo realizado por el Instituto Gallup en 1982, según el cual el 15 por ciento de los encuestados afirma haberse encontrado alguna vez al borde de la muerte, aunque no todos recuerden vivencias psíquicas. De estos, el 11 por ciento describe una sensación abrumadora de paz y ausencia de dolor; otro 11 por ciento experimentó una rauda revisión de su vida pasada; otro 11 por ciento tuvo la sensación de estar en un mundo diferente; un 9 por ciento se sintió fuera de su cuerpo; un 8 por ciento notó que unos seres especiales estaban presentes durante su experiencia; un 5 por ciento contempló luces cegadoramente brillantes; un 3 por ciento percibió un túnel, y el uno por ciento restante tuvo una sensación de tormento infernal.

Si bien es cierto que los libros publicados sobre el tema han animado a muchas personas influenciables a proporcionar detalles más que imaginativos sobre sus ECM (o NDE, siglas de "Near-Death-Experience"), la vasta dimensión alcanzada por este intrigante fenómeno, y los interrogantes que suscita, requieren una atención científica que, de hecho, ya ha comenzado a recibir. ¿Qué describen los que llegaron hasta el umbral de la muerte y volvieron para contarlo? ¿Son estas experiencias un anticipo de lo que nos aguarda después de la muerte, o acaso tienen una explicación más mundana?

Cardiólogos, cirujanos, psiquiatras, psicólogos, biólogos y otros especialistas de todo el mundo intentan dar respuesta a estas y otras preguntas, estudiando detalladamente los dichos relatos.

Fines del siglo XIX: la investigación del fenómeno comienza en los Alpes

La Biblia narra la resurrección de Lázaro, pero nada nos dice sobre lo que pudo ver o experimentar durante los días que permaneció muerto.

La Biblia narra la resurrección de Lázaro, pero nada nos dice sobre lo que pudo ver o experimentar durante los días que permaneció muerto.

El primer estudio sobre las ECM fue realizado hace un siglo por el geólogo y alpinista suizo Albert Heim. Su interés en estas experiencias se inició tras varios accidentes sufridos en los Alpes. Durante varias décadas recopiló un centenar de relatos de montañistas accidentados y de otras personas que habían sobrevivido a caídas diversas, heridas de bala y otros accidentes. Llegó a la conclusión de que estas ECM eran extraordinariamente similares en el 95 por ciento de los casos, independientemente de las circunstancias que rodeaban a cada uno.

Durante tales vivencias, la actividad mental resultaba ampliada, acelerada e intensificada enormemente. La percepción de los acontecimientos y la anticipación del desenlace eran inusualmente claras y objetivas. No sentían dolor, miedo, ansiedad ni desesperanza, sino un sentimiento de seguridad, calma y aceptación profunda. La duración subjetiva del tiempo se expandía enormemente, y los individuos actuaban con la celeridad del relámpago. En muchos casos tenía lugar una rápida revisión de toda su vida pasada. La experiencia culminaba con una paz trascendental, con visiones de belleza sobrenatural y con un sonido de música celestial.

Heim estimaba que la aceleración mental "nace como respuesta a un grado extremo de sorpresa, mientras que, en respuesta a un grado inferior, muchas personas se sienten paralizadas", considerando insatisfactorio que tales actos representen simplemente actos reflejos.

Recordaba que, durante su propia caída por un glaciar, una parte de él tomaba medidas para intentar frenar su deslizamiento y reflexionaba sobre las condiciones de su caída inevitable; mientras tanto, revisaba todo su pasado y pensaba en su familia, concluyendo que durante aquellos escasos segundos "las observaciones objetivas, los pensamientos y los sentimientos subjetivos eran simultáneos".

A comienzos de siglo se realizaron tres estudios sistemáticos sobre relatos de agonizantes y entrevistas con médicos y enfermeras que los atendían. El psicólogo James Hyslop descubrió hacia 1907 que los enfermos terminales experimentaban, uno o dos días antes de morir, apariciones de parientes o amigos, generalmente fallecidos, que intentaban hacerles comprender que aún no había llegado el momento de su muerte, o bien aparecían como sus guías hacia el más allá. A idéntica conclusión llegó en 1923 Ernesto Bozzano, padre de la parapsicología italiana. En los años veinte, Sir William Barrett, médico y pionero de la investigación paranormal, recogió una serie de visiones descritas por agonizantes y descubrió que éstas se producían frecuentemente mientras la mente del individuo daba muestras de claridad y racionalidad; por lo tanto, no podían atribuirse a alucinaciones. A veces, el moribundo tenía la impresión de abandonar su cuerpo, al tiempo que su aparición era percibida por sus familiares. Advirtió que, a veces, las visiones no se ajustaban al estereotipo cultural o a ideas preconcebidas de los pacientes, y encontró casos de niños asombrados de ver ángeles sin alas y otro al que se le aparecía un familiar que aseguraba al agonizante que estaba muerto, en tanto sus parientes le habían ocultado este fallecimiento.

Ni el estado febril ni los medicamentos ejercen influencia en las visiones

En 1959, el psicólogo Karlis Osis realizó el primer estudio científico sobre estas visiones. Mediante una nueva metodología y un análisis estadístico de los resultados, estudió las observaciones de médicos y enfermeras que trabajan con agonizantes. Tras estudiar la influencia de los medicamentos suministrados al enfermo en la frecuencia de las visiones que experimentaba, concluyó que los factores medicamentosos y los estados febriles no provocan un aumento en la frecuencia de dichas visiones, e incluso llegan, en algunos casos, a suprimirlas. En cuanto a los factores personales y sociológicos del moribundo —sexo, edad, estatus socioeconómico y creencias religiosas—, parecen tener escasa influencia en sus experiencias, conclusión idéntica a la que llegarán la mayoría de los investigadores posteriores.

Osis comprobó que tanto las visiones de pacientes terminales como las de la población normal tienen un predominio visual, en tanto que las propias de trastornos psiquiátricos son sobre todo auditivas. Además, las ECM comportan de dos a tres veces más visiones de personas fallecidas —el 90 por ciento de las cuales eran de parientes próximos— que las apariciones percibidas por la población general.

Aparecen unas figuras fantasmales para hacernos compañía en el viaje

Muchos agonizantes han sentido cómo abandonaban su cuerpo físico, para flotar en otro espiritual.

Muchos agonizantes han sentido cómo abandonaban su cuerpo físico, para flotar en otro espiritual.

Posteriormente, en colaboración con el doctor Haraldsson, Osis emprendió dos nuevas encuestas en dos países de raíces culturales y religiosas muy diferentes: los Estados Unidos y la India. Casi la mitad de los 1.708 médicos y enfermeras consultados les comunicaron visiones de moribundos. De los 877 pacientes estudiados, 591 habían señalado al personal sanitario apariciones de aspecto humano, 112 tuvieron visiones paradisíacas y 174 no comentaron experiencia alguna, pero su estado de ánimo se había elevado hasta alcanzar una paz y serenidad perfectas. La mayoría de las apariciones —mucho más frecuentes a medida que se acercaba el momento de la muerte— eran breves, pero un 17 por ciento de ellas duraron entre seis y quince minutos y otro 17 por ciento más de una hora. El 80 por ciento de los aparecidos fueron identificados como personas muertas o figuras religiosas, en tanto que las alucinaciones fantasmales que tiene la población general —según el estudio realizado hace un siglo por la SPR— sólo comportan un 33 por ciento de apariciones de difuntos, frente a un 77 por ciento de manifestaciones de personas vivas.

En ambos países, muchos pacientes que habían experimentado visiones las identificaron como mensajeros del más allá, que en 196 de los casos acudían para conducirlos hacia el otro mundo. El encuentro con ellos resultaba tan agradable que les hacían olvidar las penas y dolores de la vida terrestre, hasta el punto de que algunos parecían haber muerto en un acto de respuesta a la aparición, aun cuando su curación constituía una certeza para los médicos. Casi la tercera parte tuvo experiencias negativas, debido a la resistencia que opusieron a la aparición o al terror que ésta les provocaba.

Aunque apenas había diferencia entre las ECM narradas por los sujetos de ambos países, un tercio de los hindúes rechazaban violentamente las apariciones (predominantemente religiosas), mientras que los americanos decidían seguir su llamada (que generalmente identificaban con parientes o amigos difuntos) y morían tranquilamente. Este hecho resulta asombroso, ya que, al creer en la reencarnación, los hindúes deberían estar más predispuestos a morir. Los dos psicólogos opinan que estas visiones se originan en la percepción extrasensorial de una realidad exterior sutil. Un argumento favorable a la supervivencia postmortem —según Osis— es que "las apariciones parecen mostrar una voluntad propia, en lugar de expresar los deseos y la dinámica interna de los pacientes".

A partir de 1971 el psiquiatra Russell Noyes estudió críticamente 104 ECM de personas que habían sufrido accidentes de carretera, y propuso una explicación psicológica para esas personas. Encontró diversas constantes que se repetían en muchas narraciones y las ordenó en tres etapas sucesivas. La primera, a la que llamó resistencia, se caracterizaba por el reconocimiento del peligro, el miedo a morir, la lucha por la vida y la aceptación final de la muerte. Durante la segunda, o revisión de la vida, acompañada generalmente por un sentimiento de paz, el sujeto revive —de manera condensada y panorámica— los recuerdos más importantes de su existencia; aparece frecuentemente asociada a la sensación de encontrarse fuera del cuerpo, lo que probablemente detenga el miedo a la aniquilación que nos inspira la muerte. Durante la fase final o trascendencia experimenta estados de conciencia místicos, que le llevan a trascender el tiempo, el espacio y su propia identidad personal, en medio de una felicidad inolvidable.

En 1975 un best seller disparó el interés por la muerte a nivel mundial

Raymond Moody

Raymond Moody.

Hasta 1975 estas investigaciones apenas habían trascendido a unos cuantos miles de especialistas e interesados por estos temas. Es a partir de la publicación del libro del doctor Moody que las ECM llegan al gran público, despertando un enorme interés en todo el mundo. En él, Moody sintetiza las conclusiones a las que ha llegado tras analizar los testimonios de 150 ECM. El libro aparecía prologado por la doctora Elisabeth Kübler-Ross, quien asegura haberse encontrado con muchos casos idénticos y estar impresionada por la reiteración de algunos detalles. Esta psiquiatra suiza comenzó a interesarse por los moribundos en 1965, y creó unos famosos seminarios sobre el trance de la muerte dirigidos a médicos, enfermeras, pacientes terminales y familiares de éstos. Sus experiencias y hallazgos sobre la agonía y sus diversas etapas han provocado una verdadera revolución en torno del acto de morir.

Las ECM recogidas por Moody correspondían a tres tipos de personas: las declaradas clínicamente muertas y luego reanimadas, los que perdieron la conciencia a raíz de un accidente grave y los agonizantes que son capaces de narrar lo que experimentan. Tras un análisis comparativo, encontró algunos elementos característicos que surgen en ellas con una asombrosa constancia. Con éstos ha diseñado una ECM tipo, corroborada y ampliada por sucesivos estudios, cuyas conclusiones hemos incorporado al modelo para su mejor comprensión, aunque sólo algunas de las experiencias incluyen la totalidad de aquéllos y su orden a veces varía.

La ECM es esencialmente inefable, completamente ajena a todo lo que ha conocido quien la vive, por lo que éste encuentra muy difícil de expresar lo que le ocurrió. El individuo describe frecuentemente una vivacidad acrecentada de las percepciones auditivas y visuales. Escucha cómo lo dan por muerto. El último sentido que se pierde es el oído; y realmente los médicos han comprobado que el último nervio que se desconecta, al morir, es el auditivo. Lo invade un inmenso y agradable sentimiento de paz, quietud y dicha. Escucha ruidos extraños y desagradables, un zumbido cuya procedencia ignora. Tiene una sensación de ligereza o ausencia corporal. Siente que se eleva, flotando mediante un cuerpo espiritual que tiene una forma indescriptible —algunos lo definen como una nube multicolor o campo de energía—; cambia radicalmente de perspectiva, ve su propio cuerpo y observa desde arriba lo que sucede.

Al final del túnel, amigos y parientes ya fallecidos nos dan la bienvenida

También experimenta un alargamiento o una no percepción del tiempo. En ocasiones se siente atraído por un túnel, corredor, embudo, portal, escalera o vacío oscuro, como una intensidad infinita que se abre entre él y a través de la cual cae o se desplaza rápidamente. Al entrar en este túnel, algunos oyen un zumbido o vibración eléctrica. Otros agonizantes ascienden rápidamente al cielo y ven el universo desde una perspectiva astronáutica, como le ocurrió al eminente psicoanalista Karl Jung, tras un infarto que sufrió en 1944. Al final de este pasadizo percibe una luz hermosa e intensísima, que no le impide observar cuanto lo rodea; una luz que parece inundarlo todo y desprende una formidable radiación de amor. En ocasiones, contempla escenas pastoriles de belleza inolvidable, o hermosas ciudades de luz indescriptible. Otras veces escucha voces o músicas celestiales, experimenta un sentimiento de unidad y un abandono acompañado de calma o éxtasis y de una conciencia clara.

A veces este resplandor procede de seres luminosos. Entre ellos reconoce a figuras de parientes y amigos ya fallecidos, u otras de carácter religioso; todos tienen un cuerpo tan indescriptible como el suyo y parecen dispuestos a ayudarlo en su tránsito. Irradian amor y comprensión total, que produce en él un deseo de permanecer para siempre en su compañía. Aunque la mayoría de los moribundos lo reciben felices y serenos, el miedo a morir hace que algunos rechacen su presencia.

En la etapa final del viaje, se asiste a una revisión de la propia vida que recuerda al juicio postmortem de muchas religiones.

Asiste a una revisión panorámica de su vida pasada en la que los recuerdos se suceden a un ritmo muy rápido, sin perder por ello precisión y sin ningún esfuerzo o control por su parte. En algunos casos el ser que lo guía mentalmente a través de esa revisión lo ayuda a evaluarla y le muestra las lecciones que puede extraer de sus errores, sin reproche o castigo alguno. Esto nos recuerda la noción del juicio postmortem, que se repite en muchas tradiciones religiosas. Sus más remotos recuerdos —tanto los felices como los desagradables— asaltan su conciencia en una visión colorida, realista, tridimensional y simultánea. Ve cada uno de sus actos juntamente con los efectos que han tenido sobre sus semejantes. Cuando regrese pensará que lo más importante en su vida es el amor y el conocimiento, las dos únicas cosas que podrá llevarse cuando muera.

Después se aproxima a una suerte de frontera —simbolizada por un río, una puerta, una niebla gris...— entre esta vida y un estado sucesivo. No quiere volver atrás y desea entrar en esa luz esplendorosa. A veces llega a franquearla pero, en cierto punto, algo lo detiene, y comprende que debe volver a la Tierra. En ocasiones le dan a elegir entre regresar o quedarse, y pese a su fascinación por lo que experimenta, algunos deciden lo primero, debido a sus responsabilidades familiares. En otras, su oposición a abandonar ese estado repleto de amor, alegría y paz hará que el resucitado se enfade con los médicos por haberlo devuelto a la vida, aunque luego estará contento de haber regresado.

De pronto se siente de nuevo dentro de su cuerpo. El regreso es brutal y frecuentemente desagradable. Está impresionado por lo que acaba de vivir. Quiere contarlo todo, pero encuentra dificultades para expresarlo o siente que poca gente lo aceptará, por lo que prefiere no decir nada. Advierte un cambio radical de su escala de valores y su comportamiento y aprende a apreciar mejor la vida, las relaciones con los demás y los pequeños detalles. En ocasiones experimenta más energía y una mayor conciencia de su propia finitud y se convierte en una persona más espiritual y ávida de conocimiento. Ya no tiene miedo a la muerte. Resulta curioso que, por lo general, estas descripciones no incluyan las escenas tradicionales del cielo, infierno, ángeles alados y demonios amenazantes.

¿Se trata de un mito moderno alimentado por la literatura que se ha publicado sobre el tema y que influye en lo que creen haber visto quienes se enfrentan a esa situación? Esta es la primera duda que nos asalta cuando escuchamos relatos tan coincidentes. Una duda que el propio Moody se encargó de despejar en su primer libro. En él destaca los paralelismos entre las descripciones modernas y algunos textos antiguos que se refieren a la vida postmortem, como los escritos de San Pablo, los egipcios, Platón, el científico y místico Swedemborg o el Libro tibetano de los Muertos.

No sólo los egipcios, sino también otros pueblos antiguos, se interesaron por las experiencias en el umbral de la muerte. Existen referencias en San Pablo, Platón o el Libro tibetano de los muertos.

Otros investigadores han encontrado nuevas semejanzas de las ECM modernas con antiguas descripciones; Carol Zaleski ha dedicado todo un libro a analizar comparativamente las similitudes con los diversos relatos del viaje al más allá que se encuentran en el cristianismo medieval y con escritos anteriores. Frederck H. Holk ha encontrado numerosos ejemplos de ECM en relatos religiosos y folclóricos, que van desde los escritos zoroastrianos y budistas hasta las tradiciones de los indios americanos. Comparándolos con las descripciones contemporáneas, descubrió cuatro similitudes: experiencia de abandonar el propio cuerpo, asociada al sentimiento de poseer un cuerpo espiritual; encuentro o reunión con antepasados y amigos fallecidos; visión de una luz cegadora; descubrimiento de una frontera entre dos mundos.

Al libro de Moody siguió una larga serie de trabajos que obligaron a los médicos a tomar en serio las ECM.

El contraataque de los escépticos: alucinaciones y enfermedad mental

Y nos enfrentamos a la pregunta de fondo: ¿cómo hemos de interpretar estas experiencias? Esta pregunta tiene una importancia trascendental para todo ser humano, sobre todo si recordamos que la mayoría de las civilizaciones han construido sus creencias y su visión del otro mundo inspirándose en las visiones transmitidas por personas que estuvieron al borde de la muerte. Ello puede significar que, según interpretemos las ECM, obtendremos una visión materialista o trascendente no sólo de nuestra propia existencia sino de la misma historia universal de las religiones y las culturas. Para muchos que las han investigado, éstas constituyen un argumento de peso a favor de que la conciencia sobrevive después de la muerte, pero ninguno pretende que esta opinión tenga una base científica.

La réplica de los escépticos no se ha hecho esperar: han planteado todo género de objeciones a esta interpretación. Parten de que quienes han descripto las ECM, de hecho, no habían llegado a morir verdaderamente. Algunos las explican como elaboraciones inconscientes, producidas por la tensión psíquica; otros estiman que se deben a alucinaciones que acompañan a la agonía, provocadas por desórdenes químicos debidos a la secreción de endorfinas y de otras drogas naturales que inducirían a estados alterados de conciencia. Hay quienes creen incluso que con un tipo de enfermedad mental.

Existen interpretaciones psicológicas y psicoanalíticas para todos los gustos, incluida la del trauma natal, experiencia inconsciente común a todos los individuos, independientemente de sus creencias, en la que nos vimos forzados a entrar en el oscuro túnel del parto, siendo arrastrados a un mundo lleno de luz en el que nos acogen seres amorosos: el recuerdo de nuestro propio nacimiento.

Pero todas estas teorías, o bien tienen tan escaso fundamento científico como la trascendentalista, o son incapaces de explicar los casos de experiencias extracorporales constatadas, ni aquellos en los que el moribundo asegura ver a familiares cuya existencia recientemente ignoraba.

Quedan por último los numerosos casos de niños que, en ocasiones, a muy corta edad —y sin que, por lo tanto, puedan estar muy influenciados culturalmente— han vivido un ECM y han dado detalles muy similares a los proporcionados por los adultos.

Conclusión: quizá morir no sea tan terrible como la gente cree

La explicación científica más convincente de las ECM pretende que estas imágenes pueden representar una herencia inconsciente que emergería desde el trasfondo oscuro de nuestra conciencia, como una respuesta a la situación de máximo estrés, fatiga y peligro que supone la confrontación con la muerte; una situación en la que hay una ausencia total de crítica racional. Como propone Kastenbaum, la forma particular que tales imágenes revisten difiere un poco en función de la formación cultural específica del individuo y de sus experiencias personales, en tanto los elementos comunes que presentan las ECM se deberían a que todos compartimos algunos símbolos encerrados en las profundidades de nuestras conciencias, lo que Jung ha denominado inconsciente colectivo: un sustrato común de recuerdos raciales y de tendencias engendrados con el correr del tiempo.

Según Kastenbaum, las ECM podrían cumplir una función adaptativa psicobiológica. Experimentamos tales visiones porque nos son útiles cuando nos enfrentamos a una situación peligrosa: o bien intentamos algo que nos permita manejar el peligro que se nos viene encima, o bien —cuando no podemos hacer otra cosa— modificamos nuestra condición psicofisiológica, inclinándonos hacia un funcionamiento alternativo. Con el fin de que nuestro sistema de adaptación funcione correctamente, nos vemos obligados a reducir la pérdida de energía que supondría una lucha inútil contra lo irremediable.

Debemos alcanzar un estado psicofisiológico que dé al cuerpo una oportunidad de reponerse, y lo lograremos activando ciertos opiáceos cerebrales que nos proporcionan un estado de relajación profunda, dando lugar paralelamente a la aparición de las imágenes que se experimentan durante una ECM. Aun en el caso de que la muerte sea la única salida, estas sustancias cumplen la maravillosa función de calmarnos y reconfortarnos, abriendo las puertas de nuestro inconsciente, del que surge un fascinante conglomerado de visiones individuales, culturales y raciales que se organizan para prepararnos a dar el salto final hacia el vacío con el espíritu tranquilo y lleno de esperanza.

Por el contrario, otros estiman que la ECM "representa un camino hacia otra realidad, a un dominio superior que nos será completamente accesible después de aquello que llamamos la muerte". Estiman que el ser luminoso es una proyección de nuestro ser interior, de un yo profundo superior, muy diferente de la conciencia normal, y cuyo conocimiento del individuo le permitiría revisar su vida en detalle y evaluarla objetivamente. Lo que pueda aguardarnos después de la muerte sigue siendo, por lo que a las ECM se refiere, un enigma. Pero hemos de sentirnos dichosos de saber que partiremos a su encuentro felices y en paz, libres del miedo y la incertidumbre que a veces nos angustian al intentar aprehender un porvenir inestable desde esta brumosa orilla. Esto sería suficiente para cambiar nuestra actitud hacia la vida y la muerte, hacia el mundo y hacia nosotros mismos, liberándonos de inquietudes negativas y superfluas.

Cuando se lee lo que un niño, investigado por el doctor Morse, les dijo a sus padres, tras permanecer al borde de la muerte sobre una mesa de operaciones, el corazón se libera de temores y se llena de saludable esperanza: "Tengo que contarles un secreto maravilloso. He estado a medio camino del cielo...".

Y es que el corazón —en su inmensa sabiduría— tiene razones que la razón no es capaz de entender.

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 2 comentarios
Comentarios
Sep 30, 2015
23:54

Sobre los diversos estados de conciencia alterada, la busqueda de sentido y su relación con la superacion del miedo a la muerte: http://humanizar-nos.blogspot.ca/2015/09/sobre-las-experiencias-extraordinarias.html

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Oct 7, 2017
0:07
#2 Pilar:

Hola tuve un accidente automovilístico, entre en paro cardíaco estando inconsciente y lo que yo vi era una bruma en la que venían caminando tres personas y detrás se veían más, solo eran sombras que no se alcanzaban a definir si eran hombres o mujeres, el marco de esta imagen estaba rodeado rodeado de destellos de colores que vibraban y veía gotas cristalinas que se unían a esos colores, sentí una gran tranquilidad, no quería regresar, yo quería seguir ahí, esa sensación de tranquilidad es algo que no olvido y tengo muy presente, ahora se que hay allá para cuando tenga que regresar; Disfruto de vivir y algún disfrutaré de morir "llegue sin nada y me iré sin nada"

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