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Un nuevo estudio científico ofrece una de las pistas más sólidas hasta ahora sobre la posible existencia del enigmático Planeta Nueve, un hipotético mundo oculto en los confines del sistema solar.
Según simulaciones lideradas por investigadores de la Universidad Rice y el Instituto de Ciencia Planetaria, habría hasta un 40 % de probabilidad de que un planeta con características similares al Planeta Nueve haya quedado atrapado en una órbita lejana durante las fases tempranas del sistema solar.
Este hallazgo, publicado recientemente en la revista Nature Astronomy, no solo respalda la posibilidad de la existencia de este esquivo mundo, sino que también ayuda a resolver un misterio más amplio: la formación de los llamados planetas de órbita amplia, cuerpos masivos que orbitan a sus estrellas a distancias extremas —en ocasiones, a miles de unidades astronómicas (AU)—, muy por fuera de los límites tradicionales donde se forman los planetas.
«Básicamente, estamos viendo pinballs en una sala de juegos cósmica», explicó André Izidoro, profesor asistente en la Universidad Rice y autor principal del estudio. «Cuando los planetas gigantes interactúan gravitacionalmente, algunos son expulsados hacia las afueras del sistema. Si el momento y el entorno son adecuados, en lugar de ser expulsados completamente, estos planetas pueden quedar atrapados en órbitas extremadamente lejanas».
Para llegar a esta conclusión, el equipo ejecutó miles de simulaciones de sistemas planetarios en entornos de cúmulos estelares —los densos «vecindarios» donde nacen la mayoría de las estrellas—. Estas simulaciones mostraron un patrón recurrente: los planetas, especialmente los gigantes, a menudo se ven empujados hacia órbitas inestables por interacciones con otros planetas del mismo sistema. Si durante ese proceso la influencia gravitatoria de estrellas cercanas es suficiente, estos planetas pueden estabilizarse en órbitas muy lejanas, en lugar de ser eyectados al espacio interestelar.
Este mecanismo explicaría cómo un planeta como el supuesto Planeta Nueve —que se estima podría orbitar entre 250 y 1.000 AU del Sol— podría haber llegado a su posición actual. La clave, según el estudio, radica en dos fases de inestabilidad ocurridas en el sistema solar primitivo: el crecimiento de Urano y Neptuno, seguido por un período de dispersión entre los gigantes gaseosos. Si ambas fases se produjeron, los modelos indican hasta un 40 % de probabilidad de que un planeta de tipo Nueve haya quedado atrapado en una órbita distante.
«Cuando estos empujones gravitacionales ocurren en el momento justo, la órbita del planeta se desacopla del sistema interior y queda, por así decirlo, congelada en una órbita lejana», detalló Nathan Kaib, coautor del estudio.
Izquierda: Nathan Kaib, científico senior y especialista senior en educación y comunicación en el Instituto de Ciencia Planetaria. Derecha: André Izidoro, profesor asistente de ciencias de la Tierra, ambientales y planetarias en Rice.
Además de reforzar la hipótesis del Planeta Nueve, la investigación aporta nueva luz sobre la población creciente de planetas errantes: mundos expulsados completamente de sus sistemas de origen. Según los científicos, los planetas de órbita amplia y los planetas errantes podrían tener un origen común: ambos serían producto del mismo proceso de dispersión gravitacional, aunque con diferentes desenlaces.
«No todos los planetas dispersados tienen la suerte de quedarse atrapados. La mayoría terminan vagando por el espacio interestelar», indicó Kaib. «Pero la frecuencia con la que logran quedar atrapados nos permite establecer un vínculo entre estos dos tipos de planetas».
El estudio también introduce el concepto de «eficiencia de atrapamiento», es decir, la probabilidad de que un planeta, tras ser expulsado del sistema interior, permanezca ligado gravitacionalmente a su estrella. Los modelos muestran que sistemas parecidos al solar son relativamente eficientes, con tasas de atrapamiento entre el 5 % y el 10 %. En contraste, sistemas más exóticos, como aquellos con planetas helados o con estrellas binarias, muestran eficiencias mucho menores.
Aunque las probabilidades individuales puedan parecer bajas, Izidoro destaca que la escala galáctica cambia la perspectiva: «Esperamos encontrar aproximadamente un planeta de órbita amplia por cada mil estrellas. Puede parecer poco, pero cuando consideramos los miles de millones de estrellas en la galaxia, se traduce en una población numerosa de estos mundos».
Además, el estudio ofrece pistas valiosas para los cazadores de exoplanetas. Según los autores, los mundos de órbita lejana son más propensos a encontrarse alrededor de estrellas con alta metalicidad que ya albergan gigantes gaseosos, lo que los convierte en candidatos ideales para futuras campañas de observación directa.
En cuanto al escurridizo Planeta Nueve, los investigadores son optimistas. El esperado Observatorio Vera C. Rubin, que pronto estará completamente operativo, podría ser clave para su detección. Con su capacidad sin precedentes para mapear el cielo con gran profundidad y resolución, este telescopio podría finalmente ofrecer evidencia directa —o descartarla de manera concluyente— sobre la existencia del noveno planeta.
«Estamos refinando no solo cómo buscarlo, sino también dónde buscarlo. Y con ello, no solo aumentamos las probabilidades de encontrar el Planeta Nueve, sino que abrimos una nueva ventana al entendimiento de cómo se forman y evolucionan los sistemas planetarios en toda la galaxia», concluyó Izidoro.
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