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Un hallazgo arqueológico sin precedentes en el corazón de la antigua ciudad maya de Tikal está arrojando nueva luz sobre un capítulo turbulento de hace 1.600 años en Mesoamérica.
Los arqueólogos descubrieron el altar enterrado en un complejo de edificios justo a las afueras del centro de Tikal, que es conocido por sus impresionantes templos de piedra caliza. Crédito: Universidad de Brown.
Se trata de un altar pintado, enterrado a pocos pasos del centro de esta ciudad milenaria, que podría reescribir lo que sabemos sobre la relación entre Tikal y la poderosa Teotihuacán, ubicada a más de 1.000 kilómetros al oeste, en el actual México central.
El altar, datado a finales del siglo IV d.C., presenta cuatro paneles pintados en tonos rojo, negro y amarillo que muestran a una figura con tocado emplumado, flanqueada por escudos o insignias. Su rostro, con ojos almendrados y un peculiar ornamento nasal, recuerda poderosamente a representaciones del «Dios de la Tormenta» de origen teotihuacano.
Los investigadores descubrieron un altar enterrado que fue construido alrededor de finales del año 300 d.C. Crédito: Edwin Román Ramírez.
Lo más sorprendente es que, según investigadores de la Universidad de Brown y colegas guatemaltecos y estadounidenses, esta obra no fue creada por un artista maya, sino por un artesano formado en la gran urbe del altiplano mexicano. Esta conclusión refuerza la teoría de una fuerte injerencia extranjera en Tikal durante ese periodo, una época que los investigadores describen como de gran agitación política y cultural.
«Cada vez está más claro que Tikal vivió un periodo extraordinario de turbulencia», explicó Stephen Houston, coautor del estudio publicado en la revista Antiquity. «El altar confirma que líderes poderosos de Teotihuacán llegaron a Tikal y replicaron estructuras rituales de su ciudad de origen. Fue una marca profunda que dejaron en la región».
Una representación del altar ilustra los paneles pintados en rojo, negro y amarillo, que muestran a una persona con un tocado de plumas y flanqueada por escudos o insignias. Crédito: Heather Hurst.
La relación entre ambas ciudades, inicialmente de intercambio comercial, cambió drásticamente hacia el año 378 d.C., cuando Teotihuacán intervino directamente en la política local. Investigaciones previas ya habían revelado que ese año, los invasores ejecutaron un golpe de Estado, destituyendo al rey maya y colocando en su lugar a un gobernante títere, favorable a sus intereses.
La reciente excavación también reveló detalles escalofriantes. Dentro del altar se hallaron los restos de un niño enterrado en posición sentada —una práctica común en Teotihuacán pero casi inexistente en Tikal— y los restos de un adulto con una punta de proyectil de obsidiana verde, característica de la capital mexicana. Según el profesor Andrew Scherer, otro de los coautores del estudio, esto sugiere una ocupación teotihuacana directa y duradera.
De hecho, el área fue luego sepultada y abandonada deliberadamente, lo que refuerza la idea de que el lugar quedó cargado de un simbolismo negativo para los mayas. «No volvieron a construir encima, como solían hacer. Lo trataron como una zona casi sagrada o prohibida, una especie de memorial incómodo», señaló Scherer.
«Cada vez está más claro que este fue un período extraordinario de turbulencia en Tikal», dijo Stephen Houston (izquierda), en la imagen junto a Edwin Román Ramírez en la excavación arqueológica.
Sin embargo, esta oscura intervención también marcó el comienzo de un auge. Pese al trauma, Tikal emergió como una potencia regional durante los siglos posteriores, consolidando una dinastía que duraría hasta la decadencia del mundo maya alrededor del año 900 d.C.
«El contacto con Teotihuacán fue un punto de inflexión. Aunque fue invasivo, también marcó el inicio de la edad dorada de Tikal», concluyó Houston. «Incluso en su ocaso, los mayas seguían reflexionando sobre esa época con una mezcla de temor y admiración».
Este hallazgo no solo redefine la historia de Tikal, sino que también resuena con un patrón histórico repetido: grandes imperios que codician territorios ricos en recursos. En palabras de Houston: «Lo que ocurrió con los aztecas tras la llegada de los españoles tiene un eco en esta historia mucho más antigua. Para Teotihuacán, el mundo maya era una tierra de plumas preciosas, jade y chocolate… un verdadero paraíso por conquistar».
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