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Marte es frío, seco y tiene una atmósfera tan tenue que el agua hierve a la temperatura del cuerpo humano. Sin embargo, un nuevo estudio del Dr. Leszek Czechowski, del Centro de Investigaciones Espaciales de la Academia Polaca de Ciencias, plantea un plan tan ambicioso como visionario: redirigir asteroides para impactar en el planeta rojo y transformarlo en un mundo habitable.
La atmósfera marciana actual tiene una presión promedio de apenas 610 pascales —menos del 1 % de la terrestre—. En zonas como la cuenca Hellas Planitia, esta presión sube ligeramente, pero sigue siendo insuficiente para permitir la existencia de agua líquida sin que hierva instantáneamente. Para que los humanos puedan vivir sin trajes presurizados, se necesitaría aumentar significativamente la densidad atmosférica, idealmente hasta presiones cercanas a los 10 kPa como mínimo, o incluso más si se quiere alcanzar condiciones similares a las de la Tierra.
El principal obstáculo: Marte simplemente no tiene los gases necesarios. A diferencia de la Tierra, carece de un ciclo atmosférico activo, no posee grandes reservas de nitrógeno ni vapor de agua, y no cuenta con un campo magnético que impida que su atmósfera se escape al espacio con el tiempo.
Ante este escenario, el Dr. Czechowski propone una solución tan osada como científicamente viable: importar masa atmosférica desde el espacio exterior. Su investigación demuestra que redireccionar cuerpos helados desde el cinturón de Kuiper —una región lejana del sistema solar repleta de objetos ricos en compuestos volátiles— permitiría liberar enormes cantidades de agua, dióxido de carbono y nitrógeno en Marte.
Solo un objeto de unos 100 km de diámetro bastaría para generar una atmósfera respirable en ciertas regiones marcianas. Incluso versiones más modestas del plan podrían incrementar la presión atmosférica lo suficiente como para permitir la presencia de agua líquida en superficie y facilitar la vida de organismos extremófilos diseñados para liberar oxígeno.
El Dr. Czechowski identifica a Hellas Planitia, una enorme cuenca de impacto, como el punto de partida ideal, ya que es el punto natural más profundo de Marte. La presión del aire allí ya es 1/100 de la presión al nivel del mar en la Tierra, por lo que es la zona más cercana a ser mínimamente habitable. En la imagen, un mapa topográfico Hellas Planitia logrado por el instrumento MOLA a bordo del Mars Global Surveyor de la NASA.
El método requiere tecnologías avanzadas: motores iónicos alimentados por reactores termonucleares, maniobras de asistencia gravitacional para redirigir trayectorias, y una planificación a escala planetaria. Pero en comparación con otras propuestas —como producir gases in situ, detonar bombas nucleares o liberar CO₂ atrapado en el suelo marciano— esta opción tiene una ventaja clara: aporta gases nuevos en lugar de reciclar los pocos que ya existen.
El plan no está exento de riesgos. Un impacto mal calculado podría fracturar la corteza marciana o expulsar al espacio los mismos gases que se busca acumular. Por eso, el Dr. Czechowski insiste en reducir la velocidad de colisión y elegir zonas de impacto cuidadosamente, minimizando el calentamiento atmosférico y los daños geológicos.
A pesar de estos desafíos, la propuesta tiene un atractivo difícil de ignorar: ofrece una hoja de ruta realista para transformar un planeta muerto en un mundo viviente. Y lo hace en escalas de tiempo humanas: cuerpos del cinturón de Kuiper podrían alcanzar Marte en apenas 30 a 60 años desde su redirección, muy por debajo de los 15.000 años que tomaría traer material desde la distante Nube de Oort.
Terraformar Marte no es solo un sueño futurista. Gracias a estudios como este, la humanidad está empezando a definir los pasos concretos para convertir ese sueño en realidad. El mensaje es claro: el camino hacia un Marte habitable podría comenzar con un simple empujón… a un asteroide.
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