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Un estudio publicado en el Journal of Archaeological Science sugiere que las antiguas tumbas egipcias podrían haber sido utilizadas para almacenar desechos nucleares radioactivos, lo que habría provocado enfermedades y muertes que se asociaron con maldiciones.
El estudio revela sorprendentes paralelismos entre la ancestral literatura egipcia y la tecnología nuclear. Para esto, examina textos datados alrededor de 2300-2100 a.C. —incluyendo los Textos de las Pirámides y los Textos de los Sarcófagos— que contienen referencias a procesos y sustancias transformadoras que se asemejan a materiales basados en uranio, insinuando un nivel previamente no reconocido de sofisticación tecnológica en el antiguo Egipto.
Por ejemplo, Osiris, una figura central en la mitología egipcia, es descrito como «transformado en luz», sugiriendo la liberación de energía nuclear e implicando una comprensión de la conversión de materia en energía. Otras descripciones de Osiris como una «sustancia primigenia», «materia informe» y «luz en su nacimiento», junto con ser «formado por átomos», indican un primitivo entendimiento de la teoría atómica o de las propiedades elementales.
Referencias a emanaciones invisibles de efluvios de «tortas de azafrán», sugiriendo «torta amarilla» (óxido de uranio), revelarían una asociación mística con el uranio, un componente clave en el combustible nuclear.
«Esta conexión entre una sustancia mística y un material radiactivo podría implicar un conocimiento temprano o utilización de elementos radiactivos, que hasta la fecha no ha sido reconocido», afirma Ross Fellowes, autor del estudio.
Además, registros arqueológicos de tumbas mastabas revelan rituales que implican el entierro de los desechos de Osiris, «excrementos odiados», en bóvedas subterráneas, posiblemente indicando una comprensión de la eliminación de desechos radiactivos.
Según el estudio, además, «una secuencia de características sugiere que la radiación antinatural en las tumbas mastabas es consistente con el almacenamiento de desechos nucleares».
«Simbolismos encontrados en vasijas de piedra, etiquetadas con animales que representan diferentes tipos de radiación, reflejan una conciencia de los tipos de radiación y sus peligros asociados», escribe Fellowes.
Alusiones textuales al procesamiento de «alimentos mágicos» utilizando técnicas como la difusión, tiendas de purificación y centrifugadoras, también insinúan una comprensión sofisticada de los procesos de refinamiento de materiales. «Aquí, una reexaminación de las traducciones estándar revela descripciones frecuentes y claras de la tecnología nuclear», señala el investigador.
El estudio desafía explicaciones previas de la «maldición del faraón» y apunta a la presencia de fuentes de radiación antinatural dentro de estos sitios históricos. Investigaciones anteriores habían notado niveles de radiación peligrosos, principalmente por gas radón, en las antiguas tumbas egipcias. Sin embargo, la nueva investigación va más allá, vinculando estos altos niveles de radiación a muertes inusuales entre egiptólogos y sugiriendo una conexión potencial con tecnología basada en uranio.
«Los datos de egiptólogos de campo de la era moderna y sus asociados expuestos a la excavación de tumbas revelan altas tasas de muertes por cáncer, falla cardiovascular nominal y otros síntomas típicos de cáncer hematopoyético, correspondientes a lo que ahora se reconoce como enfermedad por radiación», dice Fellowes.
El autor, obviamente, menciona la maldición egipcia más célebre de todas, la de Tutankamón.
«La naturaleza de la maldición fue explícitamente inscrita en algunas tumbas, con una traducida premonitoriamente como: “aquellos que rompan esta tumba encontrarán la muerte por una enfermedad que ningún médico podrá diagnosticar” (Hawass, 2000, pp. 94-97). La antigua maldición fue reconocida por arqueólogos de la era moderna», argumenta.
«El egiptólogo británico Arthur Weigall, rival de Howard Carter en excavaciones alrededor de Tebas, observó a un Carnarvon exultante (junto con Carter) entrar en la tumba de Tutankamón y comentó a un colega: “estará muerto en seis semanas” (Nelson, 2002, pp. 1482-1484). Irónicamente, Carnarvon murió unas pocas semanas después del diagnóstico incierto de envenenamiento de la sangre y neumonía, mientras que Weigall murió prematuramente a los 54 años de cáncer, y Carter murió más tarde a los 65 años de linfoma de Hodgkin», concluye.
El estudio completo, que de seguro desatará gran polémica entre los egiptólogos más ortodoxos, puede ser visualizado a continuación:
Fuente: The Mirror. Edición: MP.
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