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Los llamados berserkers se hicieron famosos hace un milenio por su violencia y arrojo en batalla, y porque no parecían experimentar ningún dolor. Ahora un nuevo estudio revela cuál era exactamente el arma secreta detrás de los guerreros: una potente planta alucinógena conocida como «beleño negro».
Según el diccionario de mitología germánica, el berserker es una figura frecuente en las sagas nórdicas, siendo mencionado por primera vez en el siglo XI. Se trataba de una raza de guerreros odínicos célebres por su ardor combativo.
«Los hombres de Odín iban al combate sin cota de mallas, rabiosos como perros o lobos, mordiendo sus escudos, fuertes como osos o toros. Mataban a la gente, y ni el fuego ni el hierro hacían mella en ellos», decía Snorri Sturluson, escaldo, historiador y escritor islandés.
Ahora, un nuevo estudio presentado por Karsten Fatur, etnobotánico de la Universidad de Lubliana, afirma que los «síntomas» descritos sobre los berserkers son consistentes con los producidos por dos alucinógenos presentes en la Hyoscyamus niger, el nombre científico de la planta alucinógena conocida como «beleño negro».
«Su consumo habría reducido su sensación de dolor y los habría vuelto salvajes, impredecibles y altamente agresivos», explica Fatur. «También podría haber producido efectos disociativos, como perder el contacto con la realidad. Esto les podría haber permitido matar indiscriminadamente sin reparos morales».
El uso del alucinógeno también ayudaría a entender la tendencia de los berserkers a desnudarse durante el combate. Y el bajón que por lo general sigue al consumo de este tipo de sustancias daría cuenta del contraste con su posterior comportamiento tranquilo.
A lo largo de la historia se ha considerado el consumo de varias sustancias para explicar el actuar de los guerreros vikingos: grandes cantidades de alcohol, el consumo de belladona y sobre todo el del hongo psicoactivo Amanita muscaria.
Pero, según Fatur, los alcaloides tropánicos contenidos en el beleño negro (escopolamina, hiosciamina y atropina), lo hacen un mejor candidato que la Amanita muscaria, la cual produce efectos que «no coinciden completamente con los que sufrían estos guerreros».
En contra de la teoría del hongo, el autor ha explicado que, «aunque es cierto que puede producir ira e hiperactividad, estos síntomas son excepcionales y no habituales». Por otro lado, también ha señalado en su estudio que «la rabia no es un síntoma común que se presente en los casos de consumo de muscaria, pero prevalece en los casos de alcaloides tropanos». Y este efecto es, en sus palabras, uno de los más recurrentes en las sagas.
«Pretendo subrayar los problemas con la teoría original y ofrecer una alternativa que se ajusta mucho mejor a los informes del comportamiento berserker», sentencia.
«El planta del beleño negro, que puede ser letal si se la ingiere, ha sido utilizada como intoxicante en muchas culturas europeas, por lo que es razonable suponer que los vikingos también sabían qué podía hacer y encontraron formas de emplearla. Por ejemplo, podrían haber hecho té con ella, podrían haberla infundido en alcohol o hacer una pomada con la planta y grasa animal y frotarla en su piel», concluyó el etnobotánico.
En las crónicas, los berserker combaten, por lo general, en solitario o —como mucho— en pequeños grupos. Aunque es cierto que en algunas sagas como la de Egil Skallagrímson se habla de doce de ellos al lado del rey.
Con todo, el más famoso de estos guerreros fue el que luchó en la batalla de Stamford Bridge. En ella, y siempre según la tradición, uno solo defendió durante horas un puente de las tropas del monarca anglosajón Harold. Acabó con nada menos que una cuarentena de enemigos hasta de que le derribaron. Y no lo consiguieron en un enfrentamiento singular, sino gracias a una lanza desde el agua.
Una de las leyendas más famosas sobre los berserker, la que explicaba que se convertían en hombres lobo, hizo que fuesen repudiados tras la llegada del cristianismo a pesar de que, durante la era vikinga, formaban parte de la élite de la sociedad. Poco a poco, empezaron a ser considerados locos y proscritos. En 1015, por ejemplo, el jarl Eirikr Hákonarson de Noruega les declaró fuera de la ley, algo que se replicó, un siglo después, en la ley islandesa.
En el XII ya habían desaparecido de la vida pública.
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