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Un proyecto estudiará más de 600 ataúdes depositados durante décadas en los almacenes de la mayor colección de arte faraónico del planeta. Los sarcófagos, de procedencias y épocas dispares, jamás han sido expuestos y no se hallan catalogados.
Han permanecido durante décadas arrumbados en los lúgubres sótanos del museo de Antigüedades egipcias de Tahrir, sepultados por el polvo y el abandono. Jamás han visto la luz pública, castigados en la bodega del mayor centro de arte faraónico del planeta. Ahora un proyecto se ha propuesto rescatar más de 600 ataúdes de madera en un acto de justicia poética que promete suculentas sorpresas para los investigadores y amantes del Antiguo Egipto.
«Estamos impacientes por comenzar la tarea. Esperamos muchos y buenos resultados», reconoce Moamen Ozman, jefe del departamento de conservación del museo entre las salas atestadas de piezas y visitantes, el escenario donde se ha presentado este martes una iniciativa financiada con los 130.000 dólares (unos 121.000 euros) desembolsados por el Fondo del Embajador para la Preservación Cultural, un programa de la unidad de asuntos educativos y culturales del Departamento de Estado estadounidense.
La labor, que se desarrollará a lo largo de los próximos dos años, desempolvará más de 600 sarcófagos de madera que se hallan actualmente repartidos entre el sótano y el almacén de la tercera planta del centro. «Son ataúdes procedentes, en su mayoría, de excavaciones arqueológicas. Son de épocas y procedencias diferentes, lo que hace de éste un proyecto realmente apasionante», desgrana Ozman. Las piezas serán sometidas a un pormenorizado estudio por un equipo multidisciplinar de 35 empleados del museo asistidos por expertos llegados de Estados Unidos, Reino Unido e Italia.
«Nos vamos a centrar primero en la documentación y conservación de los ataúdes. Es un reto enorme porque analizaremos, fotografiaremos e investigaremos cada uno de los sarcófagos», admite el especialista que llegó al departamento para borrar el recuerdo de la chapuza que en 2014 hirió la máscara dorada de Tutankamón. «Todos gozarán de un estudio de documentación completo pero la restauración solo afectará a entre 15 y 20 ataúdes», apostilla.
Desde su fundación, allá por 1902, las misiones arqueológicas que pueblan la tierra de los faraones han nutrido los gigantescos fondos de un museo que es, en sí mismo, un enorme almacén. Un absoluto caos campa a sus anchas por sus estancias, abarrotadas y anticuadas. Los objetos languidecen pobremente identificados por leyendas escritas aleatoriamente en árabe, inglés o francés. Una situación aún más precaria sufren las bambalinas del centro, un universo del que susurran maravillas quienes han tenido el privilegio de transitarlo.
«Hay miles de objetos en el sótano. No tenemos una cifra exacta», balbucea Ozman, feliz por las dimensiones nunca vistas del proyecto.
«Los ataúdes, una vez restaurados y catalogados, estarán disponibles para los investigadores y el público en general. Es algo formidable porque significa que personas de todo el mundo podrán descubrir y apreciar este patrimonio», añade Martin Perschler, director del fondo que sufraga esta misión faraónica. «Una de las preocupaciones es el entorno en el que se hallan los sarcófagos. Un traslado inmediato a otro lugar podría tener un efecto negativo sobre su preservación».
Además de reparar el agravio histórico, el proyecto también transformará el agreste subterráneo del museo en un páramo más habitable. «Vamos a examinar las condiciones del sótano, su nivel de humedad y temperatura, para mejorar el ambiente», avanza el máximo responsable de la conservación del museo, pendiente del profundo remozado que las autoridades locales han prometido coincidiendo con la inauguración en 2018 del Gran Museo Egipcio en las inmediaciones de las pirámides de Guiza.
El proceso de salvación de un tesoro hasta ahora oculto abrirá la puerta a nuevos hallazgos. «Tenemos alguna información. Sabemos que hay una colección de ataúdes de un sacerdote de la dinastía XXI pero hay cientos más que jamás han sido exhibidos», comenta Ozman. «Hay féretros pintados y otros sin decoración. Lo que es seguro es que habrá sorpresas. Quizás seamos capaces de identificar la propiedad de algunos de ellos; descubrir piezas relacionadas o poner nombre a sus antiguos moradores. Es una misión apasionante», concluye.
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1 comentario
7:22
es una pena que tanta historia se este degradando por la humedad y loa polucion, el cambio de clima los satura de germenes ademas estan tapados con nylon???? que poco profesionales
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