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Por grandes que sean las diferencias de criterio entre los especialistas en el mundo infantil, existe consenso en que los primeros siete años son cruciales para el desarrollo y maduración futuros. La intensidad y audacia en los juegos y relaciones, sea con amigos reales o «invisibles», es una muestra de receptividad hacia el mundo espiritual. Generalmente se piensa que, a medida que el niño se va familiarizando con el pensamiento racional, pierde buena parte de la frescura e inocencia que caracterizaban esos años. Sin embargo, en el libro Children and Angels (Los niños y los ángeles) la escritora británica Clennyce S. Eckersley ofrece otra visión del mundo de los adultos, pues ella opina que nunca se llega a perder del todo ese don infantil.
Los investigadores británicos David Hay y Rebecca Nye llevaron a cabo un estudio durante tres años sobre la espiritualidad de la infancia y descubrieron que la mayoría de los entrevistados tenía creencias profundas y experiencias espirituales significativas desde edades muy tempranas. Los niños están convencidos de que poseen su propio ángel de la guarda y no cuestionan la misión de estos seres. Y los más pequeños, con independencia de su origen cultural, hablan de los ángeles con total naturalidad, como si se tratara de amigos de toda la vida.
En muchas sociedades se cree que los bebés de pocos meses poseen la capacidad innata de «ver» más allá de nuestra dimensión física. Este don clarividente desaparece gradualmente con la edad y al llegar a los doce años se han perdido todos o casi todos los vínculos con el mundo espiritual.
En la investigación preparatoria de este reportaje, he escuchado y leído relatos de muchos padres convencidos de la profunda afinidad existente entre niños y ángeles. Por lo que se refiere a los más pequeños, los padres coincidieron al describir una escena que se repite con frecuencia: el bebé mira fijamente a un punto de la habitación, generalmente el techo, y en un momento dado sonríe o ríe, como respuesta a alguna forma de comunicación invisible; a menudo extiende sus manos hacia arriba, como si esperara que un ser invisible le cogiera en brazos.
Tampoco es inusual escuchar relatos de bebés que han sobrevivido milagrosamente tras caer de pisos altos, o en accidentes de tráfico donde mueren los padres pero los pequeños se salvan. Son muchos los que no dudan en atribuir estos sucesos a los ángeles de la guarda.
Un ejemplo de este tipo de «rescate angélico» ocurrió en el verano de 1998 en Inglaterra, cuando un hombre llamado Jack llevó a su nieto de trece meses a dar un paseo en coche. Por razones desconocidas, Jack perdió el control del coche y cayó por el precipicio que había a un lado de la carretera. Fue lanzado fuera del vehículo y murió en el acto. Su nieto permaneció dentro del coche durante 72 horas, hasta que fue encontrado vivo y en buen estado de salud por un joven que hacía senderismo en la zona. El coche estaba oculto por una maleza muy espesa y protegido de los rayos del Sol y las inclemencias del tiempo. Durante la vista judicial del caso, todo el mundo hablaba de un milagro, incluso la magistrada. También el policía encargado de las investigaciones dijo que algo o alguien que no era de este mundo había cuidado del niño, salvaguardando su vida.
En los hospitales de todo el mundo se puede asistir diariamente a numerosos prodigios producidos gracias a la tecnología y a la rápida intervención en pacientes que hubieran muerto sólo unas décadas atrás. Pero un milagro auténtico, un caso para el que médicos y enfermeras no encuentren ninguna explicación, es algo muy diferente. Sin embargo, no faltan los ejemplos. Uno de ellos es el caso de Lucy, una niña inglesa de 4 años que ingresó inconsciente en el servicio de urgencias del hospital Santa María de Paddington, en Londres, tras haber sido atropellada por un camión.
El aspecto de Lucy era tal que las dos doctoras de guardia, Judith y Jenny, no pudieron evitar estremecerse a pesar de tener experiencia en accidentes de todo tipo. Parece ser que acompañaba a sus padres mientras caminaban por Edgware Road, una de las calles más concurridas de Londres. Sin previo aviso, la niña se precipitó en la calzada y se metió literalmente bajo las ruedas del camión, que no pudo frenar a tiempo. Todo el tonelaje del vehículo pasó sobre el cuerpo de la pequeña.
Después de examinarla, las dos facultativas no daban crédito a sus ojos, ya que sólo le encontraron un pequeño cardenal en el hombro. Mientras la llevaban al departamento de radiología, la niña abrió los ojos y preguntó que «dónde estaba el hombre vestido de blanco brillante». El radiólogo pensó que se refería a él, ya que, como todos los médicos, vestía bata blanca, pero la niña repetía que ella hablaba del «hombre con el vestido largo que brillaba». Una de las doctoras intentó tranquilizar a Lucy, pensando que todo era producto de su imaginación, pero la niña mantenía su relato con tenacidad, insistiendo en que aquel personaje luminoso le había acariciado las mejillas mientras la cogía en brazos para evitar que las ruedas del camión aplastaran su cuerpo. Unos minutos después se durmió y no despertó hasta pasadas veinticuatro horas. Transcurrido ese tiempo se le practicaron todo tipo de pruebas y análisis, pero, salvo el pequeño cardenal del hombro, no encontraron nada.
Nadie podía creer lo que estaba pasando, ya que el conductor del camión recordaba el ruido producido por las ruedas cuando supuestamente pasaron sobre el pequeño cuerpo y un testigo confirmó que esa versión era cierta. Pero Lucy insistía en que el hombre de blanco le había salvado la vida. Muchos afirmaron, sin ningún género de duda, que ese «hombre» era su ángel de la guarda.
Estos seres muestran su presencia de muchas formas distintas y una de ellas es mediante los aromas, generalmente de flores como el jazmín.
Hace unos años, una joven madre llamada Jane se fue de vacaciones a la costa con sus dos hijas de 5 y 3 años. Cuando llegó a su destino, empezó a llover y el tiempo empeoró de tal modo que, dos días después, Jane decidió interrumpir las vacaciones y regresar a casa. Metió en el coche el escaso equipaje veraniego y se puso en camino, con tan mala fortuna que cuando apenas había recorrido unos kilómetros se desató una lluvia torrencial que le impedía la visibilidad.
Las ruedas del coche resbalaban sobre el firme embarrado y Jane empezó a sentir miedo. Decidió parar y, al mirar hacia los asientos traseros, observó que la niña pequeña dormía plácidamente mientras la mayor, sonriendo, le habló como si se tratara de un adulto: «No te preocupes, mamá; los ángeles nos van a ayudar a salir de aquí». En aquel mismo instante, el coche se llenó de un aroma intenso, difícil de identificar, parecido a una mezcla de perfumes, flores y especias. El olor apenas se mantuvo un minuto, pero fue suficiente para que Jane condujera a partir de entonces con mucha más seguridad, sabiendo que tanto ella como sus hijas estaban protegidas por los ángeles.
Ya en casa y a salvo, Jane seguía intrigada por el origen de la misteriosa fragancia, aunque siempre convencida de que no era de este mundo.
Aunque existen muchas teorías, no se sabe a qué obedecen las visitas de los ángeles tanto a niños como a adultos. Sin embargo, todo el mundo coincide en que su propósito es siempre positivo y estimulante. La visita o visitas, según las experiencias, permanecen indelebles en el corazón de aquellos que las experimentan y la sensación que éstos tienen es siempre de serenidad, consuelo y valor.
De todas maneras, aunque usted no haya tenido un encuentro angélico, no quiere decir que no goce de la alta protección de estos seres. Los ángeles de la guarda «trabajan a tiempo completo» y están siempre dispuestos a echarnos una mano en cualquier momento. Existen muchas experiencias que así lo prueban.
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