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Hubo un tiempo en que la humanidad creyó en la existencia de dragones con tanta certeza como la que hoy tenemos de que hay tiburones.
El dragón era un monstruo fabuloso en forma de reptil, de las leyendas y la mitología orientales, parecido al cocodrilo y al que se representa con alas, garras grandes, cola de serpiente y aliento de fuego.
En el antiguo Oriente Próximo, el dragón simbolizaba el mal y la destrucción. Esta idea se encuentra, por ejemplo, en Enuma Elish, epopeya mesopotámica escrita hacia 2000 a.C. Uno de los protagonistas de la leyenda es la diosa Tiamat, dragón que personifica los océanos y comanda las hordas del caos y cuya destrucción era condición previa para crear un universo ordenado.
Según los egipcios, Apohis, dragón de la oscuridad, era expulsado cada mañana por Ra, el dios sol.
En las sagradas escrituras hebreas, el dragón representa la muerte y el mal. Los cristianos heredaron la idea hebrea del dragón que aparece en la principal literatura terrorífica de la Biblia, sobre todo en el Apocalipsis, y en otras tradiciones posteriores. En el arte cristiano, el dragón simboliza el pecado y como tal aparece aplastado bajo el pie de santos y mártires simbolizando el triunfo de los cristianos sobre el pecado y, por lo tanto, sobre el paganismo. La leyenda de san Jorge y el dragón ilustra claramente este significado.
El dragón del Apocalipsis, una bestia con siete cabezas y diez cuernos. Arte de Dürer Albrecht, 1497.
En la mitología clásica, se asocia el dragón con un guardián. El de Ladon protege las manzanas de oro en el jardín de las Hespérides, papel que reaparece en los romances medievales, donde los dragones custodian, con frecuencia, doncellas cautivas. Los griegos y los romanos creían que eran capaces de entender, y transmitir a los mortales, los misterios del mundo.
Ambos aspectos del dragón, tanto el favorable como el que inspira terror, se entremezclan en el folclore de las tribus paganas del norte de Europa. En el Cantar de los Nibelungos, Sigfrido mata al dragón Fafnir y se hace invulnerable al untarse su sangre por el cuerpo. Uno de los principales episodios de Beowulf también narra el combate con un dragón. Los antiguos escandinavos adornaban la proa de sus naves esculpiéndolas en forma de dragón.
Sigfrido mató a un dragón, se bañó en su sangre y, por lo tanto, su piel se volvió tan dura como el cuerno. lo que lo hizo invulnerable.
Entre los conquistadores celtas de Bretaña era un emblema heráldico, símbolo de la soberanía, y durante la ocupación romana del siglo I a.C. se convirtió en un estandarte militar. También aparece en los escudos de las tribus teutonas que más tarde invadieron Bretaña y, hasta el siglo XVI, se veía en los estandartes de batalla de los reyes ingleses. Forma parte del escudo de armas de muchas casas nobiliarias europeas.
En la mitología de varios países orientales, sobre todo en China y Japón, el dragón representa el poder espiritual supremo y es el símbolo más antiguo y más ubicuo del arte oriental.
Los dragones representan el poder terrenal y celestial, el conocimiento y la fuerza. Viven en el agua y proporcionan salud y buena suerte y, según la creencia china, traen la lluvia para las cosechas.
El dragón de los tradicionales desfiles chinos de Año Nuevo repele los malos espíritus que podrían echar a perder el año que se inicia. El dragón de cinco garras se convirtió en el emblema imperial chino; el de cuatro es el dragón normal, y el japonés tiene tres garras.
En la mitología hindú, Indra, dios del cielo y de la lluvia, mata a Vitra, dragón de las aguas, para liberar a la lluvia.
De las muchas leyendas que circularon por todo el orbe cristiano sobre san Jorge, la que obtuvo mayor favor del público es la que relata su contienda con el dragón. Una ciudad pagana de Libia era acosada por este animal, al que los habitantes habían intentado en un principio aplacar ofreciéndole dos ovejas diarias, y cuando todo el ganado ovino fue sacrificado, pasaron a entregarle dos jóvenes elegidas por sorteo. Un día la suerte recayó en la hija del rey. Cuando la joven estaba a punto de ser devorada, apareció San Jorge a caballo y ensartó con su lanza a la bestia. Según su hagiografía, el santo había anudado el cinturón de la princesa alrededor del cuello del monstruo y, una vez recuperado de la herida, comenzó a seguirla a todas partes como si de un perrillo faldero se tratase.
Salvo que el héroe no se casó con la princesa, todo lo demás está tomado de los relatos míticos y caballerescos. Los antiguos griegos creían que Andrómeda fue rescatada de forma semejante por el héroe Perseo de un horrible monstruo que amenazaba devastar la Tierra, si no ofrecían a esta princesa de Etiopía como víctima del sacrificio. La doncella fue encadenada a una roca a orillas del mar, pero la rescató Perseo, quien mató al monstruo y reclamó la mano de Andrómeda como recompensa.
Perseo es, a su vez, la versión griega del dios egipcio Horus, a quien se representa atravesando con su lanza al cocodrilo Sobek. Por tanto, san Jorge sería la réplica cristiana de Horus, vencedor de las fuerzas oscuras.
El dragón parece haber sido en su origen una personificación del mar y del guardián de las fuentes. Es por eso que san Jorge, al igual que Apolo, Hércules y Perseo lo matan a orillas del mar o de un río.
La palabra «dragón» proviene de la antigua palabra griega draconta, que significa 'custodiar' o 'vigilar', algo que aplica a las historias donde esta criatura custodia tesoros, como montañas de oro o gemas preciosas. Algunos apuntan a que, siendo el dragón tan poderoso, no se explica por qué iba a tener la necesidad de pagar por algo; aunque probablemente estemos ante un tesoro simbólico: no un botín físico sino la recompensa por vencer a la bestia.
Y es que estos son unos de los pocos monstruos que en la mitología son sinónimo de poder, de un oponente aterrador al cual matar. No solo existen por sí solos, sino que son el complemento mayor de grandes aventureros. Otras criaturas míticas como los trolls, elfos y hadas interactúan con la gente (a veces maliciosamente, otras amablemente) pero su papel principal no es el de combatiente.
La Iglesia creó leyendas de los honestos y devotos santos batallando y venciendo a Satanás en la forma de un dragón, siendo la más celebrada de todas ellas la ya mencionada de San Jorge, donde impresionados por la hazaña del héroe, un pueblo completo se convierte al cristianismo.
Derrotar a un dragón no era solo una oportunidad importante en la carrera de cualquier santo, caballero —¡o hobbit!—, sino también una manera de ganar seguidores y erigir ejércitos. Como bien notan los autores Michael Page y Robert Ingpen en su Enciclopedia de Cosas que Jamás Existieron (Viking Penguin, 1987): «El uso de un diente de dragón provee un método simple de expandir las fuerzas armadas de cualquier nación. Fue practicado inicialmente por Cadmo, rey de Tebas. En primer lugar, prepara una zona del terreno como si fueras a sembrar grano. Acto seguido, atrapa y mata a cualquier dragón y quítale todos sus dientes. Luego siémbralos en los surcos que has preparado, cúbrelos superficialmente y aléjate».
Muy fácil, ¿no? Pero sigue: «Ataviados con armaduras de bronce y armados con espadas y escudos, de la tierra emergerán rápidamente, posicionándose en rangos de acuerdo a la manera en que los dientes del dragón fueron sembrados. Aparentemente, estos soldados draconianos son muy belicosos y se comenzarán a matar entre ellos si no tienen un enemigo a quien combatir cerca. Por lo que si tu plan es pergeñar esto, primero asegúrate de que tu adversario se encuentre en las proximidades».
Entre las características más llamativas de estas bestias a vencer, está su capacidad de escupir fuego. Los eruditos creen que esta noción provino de las descripciones medievales de la boca del infierno; por ejemplo, el arte del pintor holandés Hieronymus Bosch (El Bosco), entre otros.
La entrada al infierno a menudo era representada como literalmente las fauces de un monstruo, con las llamas y humo característicos del eructo del mismísimo Hades. Si uno cree no solo en la existencia literal del infierno, sino también en la de dragones satánicos, la asociación es más que lógica.
Pero la creencia en dragones estaba basada no solo en leyendas y teología, sino también en evidencia sólida... o al menos eso era lo que pensaba la gente antes. Por cientos de años, nadie supo que aquellos huesos gigantes desenterrados ocasionalmente alrededor del mundo no pertenecían a dragones, sino a dinosaurios que reinaron la tierra hace millones de años.
Más cerca de nuestros tiempos, apenas unos siglos atrás, los rumores sobre dragones adquirieron mayor relevancia, pues la cosa iba más allá de huesos gigantes. Marineros que regresaban desde Indonesia reportaban haberse topado con dragones vivitos y coleando: dragones de Komodo, una especie de lagarto que puede ser agresiva, mortífera y alcanzar los tres metros de largo.
Dragón de Komodo. A consecuencia de su tamaño, son los superpredadores de los ecosistemas en los que viven. A pesar de que estos lagartos se alimentan principalmente de carroña, también cazan y tienden emboscadas a sus presas, que incluyen invertebrados, aves y mamíferos.
Los científicos occidentales solo lograron verificar la existencia de estos animales recién en 1910, luego que las historias sobre estas feroces bestias circularan por largo tiempo.
En la era moderna de los satélites y aparatos inteligentes equipados con cámaras, es simplemente inverosímil la existencia de dragones como aquellos combatidos por los héroes mitológicos de la antigüedad. Eso no impide, desde luego, que invadan nuestra imaginación a través de novelas, videojuegos, series y películas contemporáneas donde, tras muchos siglos, siguen despertando la misma fascinación...
¿Pero por qué? Tal vez porque son la metáfora más aterradora sobre el monstruo y los miedos que existen dentro de cada uno de nosotros y el tesoro que podemos obtener al vencerlos.
Edición: MP.
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