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En lugar de lanzar una gran nave que tardaría mucho tiempo en viajar a cualquier lugar, la misión propuesta lanzaría varios nanosatélites capaces de autoensamblarse en un viaje de 25 años a más de 550 unidades astronómicas de distancia.
El Instituto de Conceptos Avanzados de la NASA es famoso por apoyar ideas extravagantes en los campos de la astronomía y la exploración espacial. Desde su restablecimiento en 2011, el instituto ha apoyado una amplia variedad de proyectos como parte de su programa de tres fases.
Sin embargo, hasta ahora, solo tres proyectos han recibido financiamiento de la Fase III. Y uno de ellos acaba de publicar un documento oficial que describe una misión para obtener un telescopio que pueda ver efectivamente biofirmas en exoplanetas cercanos utilizando la lente gravitatoria de nuestro propio Sol.
Esa distinción de la Fase III viene con una financiación de 2 millones de dólares, que en el caso se destinó al Laboratorio de Propulsión a Reacción (JPL), cuyo científico, Slava Turyshev, fue el investigador principal en las dos primeras fases del proyecto.
En lugar de lanzar una gran nave que tardaría mucho tiempo en viajar a cualquier lugar, la misión propuesta lanzaría varios pequeños cubesats (nanosatélites) capaces de autoensamblarse en un viaje de 25 años hasta el punto de lente gravitacional solar (SGL).
Ese «punto» es en realidad una línea recta entre cualquier estrella orbitada por el exoplaneta objetivo y entre 550-900 unidades astronómicas (UA) en el otro lado de nuestro sol. Esa es una distancia tremenda, mucho más que las míseras 156 UA que la sonda Voyager 1 ha tardado 44 años en recorrer hasta ahora.
Entonces, ¿cómo podría una nave espacial llegar a tres veces la distancia tomando casi la mitad del tiempo? Simple: se sumergirá (casi) en el Sol. Usar un impulso gravitatorio del Sol es un método probado y verdadero. El objeto más rápido creado por el hombre, la sonda solar Parker, usó esta técnica.
Sin embargo, con un aumento de 25 UA al año, la velocidad esperada a la que esta misión tendría que viajar no es fácil de lograr. Y sería aún más desafiante para una flota de naves que para una sola.
El primer problema sería el material: las velas solares, que son el método de propulsión preferido de la misión, no funcionan tan bien cuando están sujetas a la intensidad del Sol que se requeriría para una honda gravitacional. Además, la electrónica del sistema tendría que ser mucho más resistente a la radiación que la tecnología existente en la actualidad. No obstante, ambos problemas conocidos tienen soluciones potenciales bajo investigación activa.
Otro problema aparentemente obvio sería cómo coordinar el paso de múltiples satélites a través de este tipo de maniobra gravitatoria desgarradora y aún permitirles coordinar la unión para formar efectivamente una nave espacial completamente funcional al final.
Pero según los autores del artículo, habrá tiempo más que suficiente en el viaje de 25 años hasta el punto de observación para volver a unir activamente los cubesats individuales en un todo cohesivo.
Lo que podría resultar de ese todo cohesivo es una mejor imagen de un exoplaneta que es probable que la humanidad no alcance para una misión interestelar completa.
Hasta ahora se han encontrado más de 50 exoplanetas en las zonas habitables de sus estrellas, por lo que descartar y decantarse por uno seguramente requeriría un amplio debate y mayores observaciones previas. Pero eso ya es pensar muy en el futuro, más considerando que la misión aún está en lo conceptual, sin haber recibido ninguna luz verde por parte de la agencia espacial —para mayor factibilidad tendrían que desarrollarse muchas tecnologías antes—.
Pero así es precisamente como siempre comienzan tales misiones, y esta tiene más impacto potencial que la mayoría.
El equipo detrás de esta investigación merece elogios por sentar las bases para la innovadora idea.
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