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Nikola Tesla (10 de julio de 1856 - 7 de enero de 1943) fue un gran inventor y visionario. Nos dio electricidad, una bombilla fluorescente, un control remoto, la primera imagen de rayos X, un motor de inducción y la turbina Tesla para fuentes de energía renovables. También predijo los teléfonos móviles, Wi-Fi, una cámara de resonancia magnética y automóviles autónomos.
Pero el hombre que marcó el rumbo del siglo XX creció como un niño tímido y con poca autoestima. Aún así, un incidente de su infancia indicó que tenía mucho para dar.
Un día, cuando era niño, los representantes locales de Smiljan (un pueblo en la actual Croacia) caminaban por la calle cuando vieron a un grupo de niños jugando. Entre ellos estaba el pequeño Nikola. El mayor de los caballeros se acercó a los muchachos para darles una moneda de plata a cada uno. Cuando llegó al joven Tesla, de repente se detuvo y dijo:
—«Mirame a los ojos».
El frágil niño levantó la vista y estiró la mano para sacar la moneda pero el hombre lo defraudó:
—«No, no puedes obtener nada de mí. Eres demasiado inteligente».
Unas décadas más tarde, el chico le daría la razón, convirtiéndose en el científico que cambió la vida de todos para mejor.
Y su capacidad para diseñar venía de familia.
Según palabras del propio Nikola Tesla, su madre Georgina (Djuka) fue de la que heredó su don inventivo.
Después de la muerte de su progenitora, ella renunció a la educación para cuidar a sus seis hermanos y hermanas. Pero a pesar de no saber leer y vivir en un pueblo de montaña del siglo XIX, Georgina era tan inteligente que creó varias herramientas para el hogar. Una de ellas era un batidor de huevos.
Otra mente brillante en la casa era el hermano mayor de Nikola, Dane. Desafortunadamente, murió a una edad temprana después de caerse de un caballo. Los padres de Tesla estaban angustiados y seguían contando historias sobre cómo su hijo mayor había sido dotado por encima del promedio.
Desde los cinco años, el sensible Nikola vivió a la sombra del perfecto hermano fallecido. Mucho más tarde, el famoso científico describió la mente de Dane como uno de los raros fenómenos que la investigación no podía explicar.
Sin embargo, el chico débil también tenía un gran potencial: curiosidad que más tarde abriría las puertas de famosas compañías occidentales. Le encantaba leer literatura, matemáticas, física, y aprender sobre los fenómenos naturales.
Pero su padre Milutin, que se desempeñó como sacerdote ortodoxo, se enojaba cuando durante la noche veía a Nikola con un libro sobre estas materias. ¡Él podría arruinar sus ojos! Y con tal excusa, Milutin escondió todas las velas. Esto no impidió, empero, que el niño se las ingeniera para hacer un acto de desobediencia. Encontró un poco de cera y fabricó mechas y velas por la noche. Bloqueaba las cerraduras de la casa para leer sin ser molestado, a menudo hasta la mañana mientras los demás dormían.
Y es que, después de perder trágicamente a su hijo mayor, Milutin quería que Nikola siguiera sus pasos eclesiásticos para que estuviera a salvo y cerca de la familia. Algo que contradecía los deseos del joven, quien estaba entusiasmado con convertirse en un ingeniero.
El cambio vendría de la mano de una extensa enfermedad. El día después de la graduación, cuando Nikola ya tenía 17 años, contrajo cólera y quedó postrado en cama durante nueve largos meses. Estuvo al borde de la muerte varias veces y el anciano padre temía perder al único hijo que tenía.
Un día, entró en la habitación con el rostro pálido y trató de animar la situación. Entonces el adolescente dijo:
—«Tal vez podría mejorar si me dejas estudiar ingeniería».
—«¡Irás a la mejor escuela técnica del mundo!», exclamó el padre desesperado.
Y así lo hizo. El joven Nikola se recuperó pronto y Milutin lo envió a Graz, Austria, para estudiar ingeniería. Resultó ser una gran recompensa por una década de entrenamiento mental que hizo todos los días.
Más allá del capricho de que Nikola fuera un sacerdote, Milutin no dejó de estimular la mente de su hijo. Para ello le dio 4 ejercicios útiles que expandieron su mente brillante.
Con un coeficiente intelectual entre 160 y 300, Nikola Tesla afirmó más tarde que todos estos ejercicios tuvieron el mismo propósito: fortalecer su memoria y mente, así como desarrollar su pensamiento crítico. Instintivamente, su padre supo todo el tiempo la mente brillante que se escondía detrás del frágil niño.
Pero el joven genio tenía otra condición que lo molestaba: las creaciones de su mente. Alucinaciones que resolvía con imaginación tridimensional, algo que de grande lo llevaría a prever eventos futuros. Cuando pensaba en alguna creación o invento, inmediatamente lo veía en su mente tan vívidamente que no podía dilucidar si realmente se encontraba frente a él o no.
Esto lo hizo sentir incómodo y ansioso. Al punto de sospechar que estaba loco.
De niño, trató de alejarse de las apariencias inquietantes y concentrarse en otra cosa —en una silla, en el sol, un árbol...—. Pero muy pronto agotaría todas las imágenes porque había visto muy poco del mundo fuera de la casa.
Para encontrar refugio, comenzó a hacer picnics imaginarios y a viajar en su mente. Día y noche partía para conocer nuevos países y conocer nuevos amigos. Se encariñó con ellos como si fueran personas reales y lugares en los que había estado. Y repetía el proceso día tras día hasta que cumplió 17 años. Reformó su mente para siempre.
Llegó a pedir una respuesta a psicólogos y fisiólogos, pero nada de lo que escuchó lo satisfizo. Al final, creyó que estaba predestinado a ver esas visiones al igual que su hermano mayor.
Cuando finalmente se convirtió en ingeniero, este «talento» funcionó tan bien para sus inventos que podía imaginar objetos completos en toda su complejidad: cómo se movían y funcionaban. No necesitó ningún modelo ni experimento para probar su desempeño antes de construirlos.
Sin el proceso experimental y con todo en su cabeza, Tesla afirmó que ahorró mucha energía, tiempo y dinero.
De esta manera, logró domar su mente incontrolable y transformarla en su más preciada aliada. Y luego la conquistó, también.
Una noche en la biblioteca de su padre, el joven Nikola encontró una novela histórica Abafi (1854) del escritor húngaro Miklós Jósika. Es un cuento moral sobre un héroe que se transforma de un hombre corrupto a un caballero respetable. Al final se sacrifica por el príncipe al que sirve como lo hacen las personas más valientes.
Esta obra tuvo un enorme impacto en el adolescente. Le hizo pensar cuánto puede hacer una persona para cambiar quién es y qué hace...
De repente, el adolescente comenzó a ejercer el autocontrol y descubrió el poder de su propia voluntad. Al principio, las cosas no salieron bien: no pudo apegarse a sus decisiones durante mucho tiempo. Lo intentaba y fallaba.
Pero pronto de alguna manera venció sus debilidades. La práctica hace la perfección. Con el tiempo, este ejercicio mental se convirtió en una segunda naturaleza para él y podía hacer lo que quisiera.
Al principio se abstenía de hacer algo. Pero después de un tiempo, lo que quería y deseaba se convirtió en uno. Tras muchos años de autodisciplina, obtuvo un control total sobre sí mismo y ninguna pasión podría dañar su bienestar.
Aún así, si le hubieras preguntado, Tesla no creía que tuviera tanto poder. Afirmó que cada uno de nosotros es como una máquina: nuestras vidas están completamente controladas por las fuerzas de la naturaleza, pero pensamos erróneamente que tenemos libre albedrío.
Además, el genio estaba seguro de que estamos lejos de ser independientes unos de otros. En cambio, vio a todas las personas atadas por hilos invisibles. Estás sufriendo, y yo también siento tu dolor.
La historia de Nikola Tesla muestra cuánto puedes mejorar tu capacidad. Era un hombre con una mente extraordinaria.
Nacido notablemente inteligente; estimulado mentalmente por su padre todos los días; se las arregló para vencer sus miedos de la infancia con la imaginación, y además ejerció dominio propio hasta vencer a sus demonios.
Todos esos cuatro aspectos lo convirtieron más tarde en un físico y pensador excepcional.
No puedes elegir tu intelecto, es algo que heredas. Pero los años de concentración mental que inviertes todos los días pueden marcar una diferencia impresionante. Como demuestra la historia de una de las personas más inteligentes, siempre hay algo que puedes hacer para aprovechar al máximo tu naturaleza.
Esta no es una cuestión de productividad o auto-hackeo. Es una forma de vivir una vida más plena y fructífera.
Referencias:
Por Maria Milojković para MysteryPlanet.com.ar.
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