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En el suelo de la remota isla de Pascua, conocida por sus enigmáticos moáis, se encontró en 1964 el secreto de un fármaco multimillonario que ha revolucionado la medicina moderna. Sin embargo, la exitosa historia de este «medicamento milagroso» ha borrado sistemáticamente a sus protagonistas involuntarios: los habitantes originarios de la isla, el pueblo Rapa Nui.
Moáis de la isla de Pascua. Arriba a la izquierda, detalle de la estructura química de la rapamicina. Crédito: Thomas Griggs/MysteryPlanet.com.ar.
Bautizada como rapamicina en honor al nombre indígena de la isla, esta molécula fue inicialmente desarrollada como un potente inmunosupresor para evitar el rechazo de órganos en trasplantes y mejorar la eficacia de los stents coronarios. Su uso se ha expandido al tratamiento de diversos tipos de cáncer, y actualmente se investiga su increíble potencial para combatir la diabetes, enfermedades neurodegenerativas e incluso el envejecimiento.
Con más de 59.000 artículos científicos publicados, la rapamicina es, indiscutiblemente, una de las drogas más estudiadas y rentables del mundo. Sin embargo, detrás de este triunfo médico se esconde una compleja historia marcada por la ética y el olvido.
Este relato se inicia en 1964 con la Expedición Médica a la Isla de Pascua (METEI), una misión canadiense liderada por el cirujano Stanley Skoryna y el bacteriólogo Georges Nogrady. El objetivo de la expedición era estudiar cómo una población que creían «aislada» se adaptaba al estrés ambiental antes de la construcción de un aeropuerto internacional.
Con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud, el equipo examinó a casi todos los 1.000 habitantes de la isla, recolectando muestras biológicas. Fue como parte de esta intensa labor que Nogrady recogió más de 200 muestras de suelo. En una de ellas se encontraba, sin saberlo, la bacteria Streptomyces hygroscopicus, la productora natural de la rapamicina.
Aunque las intenciones de los investigadores pudieran ser honorables, la expedición es hoy vista como un claro ejemplo de colonialismo científico. Un equipo de científicos occidentales estudió a una población no blanca sin su consentimiento informado ni participación en el diseño del estudio, creando un profundo desequilibrio de poder.
La expedición partió de premisas erróneas: asumieron que el pueblo Rapa Nui estaba aislado, ignorando siglos de contacto con el exterior, y que eran genéticamente homogéneos, pasando por alto una compleja historia de migración, esclavitud y enfermedades.
Años más tarde, el científico Surendra Sehgal, del laboratorio Ayerst, aisló la rapamicina de la muestra de Nogrady. A pesar de su persistencia para llevar el fármaco al mercado a finales de los 90, en sus publicaciones clave nunca se dio crédito ni a Georges Nogrady ni a la expedición METEI, borrando el primer eslabón de la cadena.
Lo más grave es que, a pesar de que la rapamicina ha generado miles de millones de dólares en ingresos para las compañías farmacéuticas, el pueblo Rapa Nui no ha recibido ningún beneficio económico ni reconocimiento formal hasta la fecha.
Este caso plantea serias dudas sobre los derechos indígenas y la biopiratería. Algunos argumentan que, como la bacteria se ha encontrado en otros lugares, la contribución de la isla no fue única. Sin embargo, el descubrimiento fundacional ocurrió en Rapa Nui y fue posible únicamente porque su gente fue el objeto de estudio de la expedición.
Hoy, acuerdos internacionales como el Convenio sobre la Diversidad Biológica de la ONU buscan proteger los derechos de las comunidades indígenas y evitar la biopiratería, principios que lamentablemente no existían en la época de METEI.
Más allá de la ausencia de marcos legales en su momento, la historia de la rapamicina es un relato de triunfo científico y, a la vez, de una profunda deuda social. Reconocer formalmente el papel esencial que el pueblo Rapa Nui desempeñó en este descubrimiento es un primer paso indispensable para comenzar a saldarla.
Por el Prof. Ted Powers/UC Davis. Edición: MP.
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