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Recientemente han sucedido una serie de hechos extraños en la provincia argentina de La Pampa, siendo el último de ellos un caso de teletransportación. Pero mucho antes de eso, en 1983, ya se sucedían cosas de otros mundos en estas extensas llanuras.
Julio Platner trabajaba en una casa de venta de semillas, forrajes e implementos agrícolas de la localidad rural de Winifreda —que ni siquiera alcanzaba los 3.000 habitantes en aquellos tiempos—.
Nunca imaginó que los sucesos del atardecer del 9 de agosto de 1983, cambiarían su vida de manera tal que pasó a ocupar la primera plana de los medios de comunicación nacional e internacional. Su nombre se popularizó en toda la provincia y, más allá del tratamiento sensacionalista que le dieron algunos medios a su caso, toda una población defendió al protagonista, porque nadie dudó del relato de su experiencia y de su hombría de bien.
El caso se inició en un establecimiento rural 12 km al norte de la localidad de Winifreda, donde Julio había llegado a revisar semillas para la compra de la empresa para la que trabajaba. Demás está decir que era conocedor de la zona en todos sus detalles geográficos, por lo que su relato resulta asombroso al cabo de la experiencia.
Eran aproximadamente las 19:15 cuando Julio se aprestó a retirarse del establecimiento de Antonio Fisher, cuando ambos advirtieron que los animales y aves de corral «estaban muy nerviosos». Se despidieron y Fisher le pidió que no olvidara de cerrar bien la tranquera.
«Cuando me bajé a abrir la tranquera es como si alguien me hubiese puesto un reflector en la cara, como de una soldadora autógena o eléctrica que despide muchos rayos y a una cierta distancia hay que cubrirse la vista, yo simplemente vi eso, después de allí no recuerdo más nada», contó.
Una vez que recobró el conocimiento, estaba «dentro de una habitación» que le trajo el recuerdo de un «quirófano». Las paredes no eran lisas ni parejas, parecían tapizadas, de color parecido al beige claro. Observó lo que parecía una vitrina, de tonalidad similar a la de las paredes, opaca como el resto de la habitación, donde no se destacaban brillos. Sin embargo, estaba iluminada por una luz blanca, muy clara que no molestaba la vista y no se distinguía la fuente de dónde provenía y tampoco producía sombras.
«Era una habitación esférica», definió en su relato Julio quien destacó que en ese lugar sentía «una tranquilidad terrible, era algo como para quedarse toda la vida». Además, advirtió que no tenía ni el abrigo ni el reloj y la camisa estaba arremangada.
Permanecía sentado en un sillón «como si fuese de odontólogo». Le daba la sensación que «estaba suspendido en el aire, sin sostén alguno».
A su alrededor notó la presencia de cuatro seres, tres hombres y un mujer, cuya estatura oscilaba en 1,60 m., de conformación antropomorfa, de cuerpos atléticos. No pudo apreciar si vestían un enterizo muy ajustado al cuerpo o si se trataba de la piel de los seres, de color semejante al de la habitación. Distinguió sus labios pero no pudo confirmar si eran parte del rostro o del enterizo, del que destacó un calzado, similar a botas.
El detalle que más lo impresionó de sus rostros fueron sus ojos, que le transmitían una sensación de tranquilidad. Los describió «saltones, opacos, grandes y sobresalían del rostro, sin párpados». Luego agregó que «sus orejas estaban bien pegadas al cráneo, las manos tenían cinco dedos» y el ser femenino se caracterizaba por sus formas y por ser más delgada que los seres masculinos. Ninguno tenía pelo.
Julio quiso hablar y advirtió que no pudo hacerlo, pero automáticamente tuvo respuesta sin escuchar voces. La percibió como un pensamiento en forma de palabras que le indicaba que se quedara tranquilo, que casos como el suyo había miles, que si quería podía contarlo, algunos le iban a creer y otros no. Le transmitían una sensación de total tranquilidad.
La mujer se acercó a él con movimientos suaves, «daba la sensación que se deslizaba sobre el piso» y colocó su mano derecha sobre su izquierda. Mientras, el ser parado a la derecha colocó su mano sobre el hombro.
Repentinamente, observó en las manos del ser de la izquierda «un tubo» —mitad rígido y mitad flexible— transparente, de unos 20 cm. Este fue colocado en la muñeca de la mano izquierda de Julio, quien no percibió dolor ni roce. A pesar de notar el contacto, el testigo asegura que no sintió nada —es decir, fue tocado por este tubo pero no sintió presión alguna—.
Posteriormente, con la parte más fina del tubo tocaron la fracción interior del codo y en este caso Julio observó la extracción de sangre que ascendía hacia la parte rígida del dispositivo.
Intentó tocar al ser de la derecha que tenía una de sus manos sobre el hombro pero chocó contra algo, lo mismo que cuando intentó incorporarse. «Era como que chocaba contra algo invisible», contó.
Después de la extracción, se incorporó sin inconvenientes y advirtió que estaba sólo, parado sobre una superficie blanda, que le daba la sensación de flotar y cuando intentó caminar, advirtió que estaba dentro de su camioneta, con las manos sobre el volante. Sorprendido comenzó a mirar para intentar ubicarse y dio arranque al motor.
Conocedor de la zona, se dio cuenta que estaba a casi 20 km del lugar inicial del extraño suceso —en la ruta 11 que une la ruta 35 con Villa Mirasol—. La camioneta permanecía con orientación oeste-este.
De regreso, con mucha tranquilidad su mente recordaba la experiencia y se detuvo en el acceso del establecimiento de Fisher y comprobó que la tranquera permanecía abierta. La cerró y aprovechó para mirar su brazo izquierdo en el que tenía marcas que lo acompañarían el resto de su vida.
A las 20:25 aproximadamente llegó a su trabajo pero no contó nada. No obstante, al arribar a casa y ver a sus hijos, decidió narrar lo sucedido a su señora. Esa noche le fue imposible dormir pues recordaba todo lo sucedido y sentía ardor en las marcas de su brazo.
Al otro día, para sacar sus dudas, regresó al lugar del episodio y verificó las huellas de su camioneta cuyo trayecto fue interrumpido a 1,5 m. de la tranquera, sin huella de salida, como también el viraje en la ruta 11, el camino de tierra donde apareció.
Al día siguiente del caso, quien escribe este artículo tomó contacto con Julio en su trabajo. Conté para eso con el apoyo no solo de la empresa sino de su familia y el Dr. Pizarro, quien realizó la primera revisación y aceptó abordar el caso abiertamente. Desde un principio admitió que era algo «no convencional» —las marcas del brazo correspondían a una extracción sanguínea, pero sin punción, solo absorción—.
El paso del tiempo me permitió forjar una cierta amistad y confianza y al cabo de algunos años me confesó que tenía «un implante» que descubrió un médico que ordenó una radiografía de columna. El implante de reducidas dimensiones, permanecía alojado sin cicatriz de ingreso en la mitad de su columna. Julio se negó a que se lo extrajeran porque dijo no le causaba ninguna anormalidad y temía someterse a una operación.
Al cabo de 10 años, el implante fue retirado por los mismos seres que se lo colocaron. Hoy estoy en condiciones de afirmar que Julio tuvo más encuentros y que la mayoría de ellos fueron precedidos por un extraño «zumbido» probablemente emitido por aquel implante.
A los 67 años, el 20 de septiembre de 2017, Julio partió (de este mundo) en busca de más respuestas y quedó como un ícono de la ovnilogía regional, nacional e internacional, porque rara vez se concentran en un testigo tantas cualidades.
Por Quique Mario/CEUFO.
Cortesía de La Web de Winifreda.
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19:20
LA RADIOGRAFIA CON EL IMPLANTE EN LA COLUMNA CALCULO QUE NO LA TIRO NUNCA... NO.????