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Una región de seres y criaturas fantásticas puebla las selvas, montañas, cuevas y ríos de Honduras, uno de los países menos conocidos de Latinoamérica y que, quizá por ello, preserva todavía tradiciones y costumbres ancestrales. Viajando a través de este país se pudo recoger relatos sobre la existencia de estas misteriosas criaturas interdimensionales, así como información facilitada por algunos reconocidos folcloristas. A pesar de que la llegada de la civilización ha truncado muchas de estas tradiciones, aún hoy existen remotas aldeas donde los campesinos recuerdan historias insólitas y lugares en los que estos seres parecen pervivir.
Al igual que sus parientes de las nieves, el yeti del Tíbet y el bigfoot de EE.UU. y Canadá, el sisimite es otra de esas criaturas que aparecen de la nada y desaparecen del mismo modo. Según el investigador hondureño Jesús Aguilar Paz, el sisimite o itacayo deambula por las altas montañas y habita en inaccesibles cavernas, alimentándose de frutas silvestres, de la misma manera que sus parientes cercanos de México y Argentina, el peludo y el ucumar respectivamente.
"Estos monstruos secuestraban a mujeres, y se las llevaban a sus cuevas. Se dice que de esta unión nacieron hombres-simio". Aún se comenta en los pueblos de las montañas la historia de una mujer que logró huir del escondite donde vivía con un sisimite.
Según cuentan, la criatura la persiguió cargando con los tres hijos que habían tenido en común y enseñándoselos a la madre. Ésta logró cruzar un río mientras la bestia, desde la otra orilla, le mostraba a los pequeños para lograr atraerla. Al parecer, los intentos del sisimite no surtieron efecto, de tal modo que, enfurecido, arrojó a los niños al agua y perecieron ahogados.
El fraile italiano Federico Lunardi, uno de los más importantes estudiosos de la cultura hondureña, asociaba esta criatura al dios Chac de los mayas, "el que sostiene el cielo, el dios del agua". Según Lunardi, la creencia popular sostiene que en el interior de una de estas cuevas, en una pared, están grabadas "la mano con sus dedos" y varias huellas que habían dejado los sisimites que acudían a media noche a la caverna para afilar sus uñas en la roca.
En los años 50, en Nacaome, al sur de Honduras, una misteriosa criatura causaba pavor a los lugareños. En Literatura oral de la Zona Sur (Tegucigalpa, 1996), Karen Ramos y Melissa Valenzuela describen cómo varios campesinos observaron un ave gigantesca sobrevolando las haciendas de dicha localidad. Según estos mismos testigos, al día siguiente de los avistamientos se encontraron algunas reses muertas en extrañas circunstancias. Un campesino asegura que vio cómo la criatura atacaba a un toro usando su cola, semejante a una gruesa serpiente, para estrangular al animal y, finalmente, arrancarle la lengua. Sin embargo, esta descripción no concuerda con otros relatos en los que se asegura que el misterioso animal, bautizado con el descriptivo nombre de comelenguas, no dejaba signos de violencia tras sus ataques. En aquella época, muchos hacendados se quejaban de la pérdida de ganado vacuno. Invariablemente, las reses aparecían muertas, con la lengua cortada de raíz y las quijadas dislocadas. También se recogió informaciones semejantes a miles de kilómetros de distancia en el estado de Goias (Brasil). Los casos ocurrieron en los años 40 y presentaban características similares a los que tuvieron lugar en Honduras. Estas mutilaciones recuerdan a las que han sido relacionadas con el fenómeno OVNI o con el ya célebre chupacabras.
Un pariente cercano al comelenguas es el pájaro-león, que atemorizó a los habitantes de la región de Sabanagrande. Según la tradición, esta bestia, descrita como un ave de grandes dimensiones y pico enorme, devoraba o enloquecía a quienes tenían la desgracia de cruzarse en su camino.
A principios de siglo XX, un molesto visitante merodeaba por los cementerios de la región de Sabanagrande y Texiguat. Se trataba del timbo, una criatura profanadora de tumbas que se alimentaba de cadáveres y que también era conocida como sacamuertos o comemuertos. Dicho ser, de aspecto similar a un perro de hocico pronunciado, caminaba sobre dos patas, poseía un vientre abultado y pelaje rojizo. A esta inquietante descripción se añadían unos brazos extremadamente largos y unas enormes garras que le servían para arrancar raíces y cavar sepulturas.
Las criaturas de hábitos sanguinarios han sido una presencia constante en las zonas rurales de Honduras. En el antiguo cuartel de Texiguat se aparecía a los soldados el picudo, animal parecido a un perro aunque de cabeza semejante a la de un cerdo. Todavía hoy, muchos habitantes de la ciudad recuerdan los relatos que describían las andanzas de esta criatura que succionaba el fluido vital de los soldados dormidos. "Se cuenta que les chupaba la sangre a través de la boca sin que los infortunados llegaran a despertarse. Después enfermaban y morían a los pocos días", dijo Juan Avellano Díaz, de Trujillo, que vivió muchos años en Texiguat.
"Mi padre vio al picudo en el cuartel. Disparó contra el animal y, de repente, apareció otro que era aún más grande. Papá despertó inmediatamente a los soldados, pero ya era demasiado tarde; los picudos lograron escapar", asegura Juan Avellano.
Según explican Karen Ramos y Melissa Valenzuela, la última vez que apareció el picudo fue en 1937, en vísperas de Semana Santa. "Siempre le hacían tiros pero nunca le pegaban —relató un testigo— , entonces, unos soldados que eran más vivos curaron (bendijeron) las balas. Mire que esta vez le dispararon y le pegaron, y entonces la huella de sangre del animal iba derecho a la poza de Barraituca y de ahí se tiro (el animal)".
Al igual que sucede en Brasil, en Honduras habita el gritón, una criatura que jamás ha sido vista pero cuyos espeluznantes aullidos rompen el silencio nocturno en las selvas y montañas del país. En la región de Trujillo y en el valle de Sula varios campesinos afirmaron haber oído los gritos desgarradores de este ser. "Yo conozco todos los animales de estos montes y nunca he oído nada semejante", era lo que casi todos contaban. Algunos decían que eran "espíritus de hombres errantes" asesinados en los senderos y quebradas y que gritaban su desesperación.
En la región de Texiguat se aparecía una mujer espectral, la sucia. Se trataba de una joven con el cuerpo desnudo, muy esbelta y sensual. Quienes afirman haberla visto aseguran que los cabellos le llegan hasta más abajo de las caderas, pero nadie ha podido ver su rostro. Aquéllos que la contemplan suelen padecer fiebre durante varios días.
En Sabanagrande, las gentes del pueblo creen que la sucia es una creación del demonio, pues siempre anda desnuda y tentando a los hombres. Ramos y Valenzuela la describen como un ser con capacidad de trasladarse "a saltos invisibles" de un sitio a otro y con poder de transmutación: la joven sin rostro se transformaba en una vieja con largas greñas y senos grandísimos que ofrecía voluptuosamente a los asustados paseantes nocturnos.
Se cuenta que en el enclave de Piedra Blanca, cerca de Trujillo (Costa Atlántica), había una cueva habitada por un lagarto de oro que perseguía al ganado vacuno. En la gruta, que posee pinturas rupestres, se oían extraños ruidos que amedrentaban a los lugareños. Quizá la historia más antigua respecto a este lagarto, que más bien parece una especie de cocodrilo dorado, es la que se remonta a los primeros años de la conquista, cuando soldados españoles llegaron hasta el actual municipio de El Corpus y encontraron bajo la tierra enormes cantidades de oro. Para facilitar la explotación del preciado mineral excavaron un túnel con una longitud aproximada de 3 kilómetros.
Reza la leyenda que un Jueves Santo, los taladros llegaron al punto exacto donde hoy se encuentra el altar mayor de la iglesia, descubriendo una gran laguna de aguas verdes. En su fondo se movía un descomunal lagarto de oro que mostraba amenazantemente sus poderosas mandíbulas a los intrusos.
Entre los indígenas de la aún poco explorada selva Misquitia existe la creencia en un ser que se asemeja a los cíclopes de un solo ojo. La antropóloga Anne Chapman recogió en los años 70 relatos que tenían por protagonista a esta criatura y los publicó en su libro Los hijos de la muerte: el universo mítico de los Tolupanes-Jicaques de Honduras.
Una de estas historias se remonta a mediados del siglo pasado y habla de un indio, Julián Velázquez, que no quiso ser bautizado. Vivía cerca de la laguna Seca (Departamento de Santa Marta), pero viajó hacia la costa atlántica en compañía de un brujo. Allí encontró a una tribu de antropófagos que poseían un sólo ojo. Julián fue capturado y estuvo prisionero junto con tres ladinos (como se denomina a blancos y mestizos) para ser engordados. "Los matan con cuchillo, degollados; la carne la comen frita y la echan con manteca en una botella", cuenta un informante de Chapman. Julián Velázquez logró escapar de la infame tribu. Nunca más se ha oído hablar de tales cíclopes.
Los duendes son los personajes fantásticos más recurrentes en las zonas rurales de Honduras. Para los campesinos no se trata de ninguna leyenda, sino de seres de carne y hueso que han podido ser vistos en raras ocasiones. Se cree que esta especie de enanitos encantados vive, junto a sus bellas esposas, en palacios subterráneos repletos de tesoros. Travieso como la mayoría de los duendes europeos, el hondureño se enamora con facilidad de las campesinas jóvenes y suele acariciar descaradamente los senos de las púberes.
El folclorista Jesús Aguilar Paz describe el comportamiento de los duendes, asimilándolo a los fenómenos poltergeist: "Les ensuciará las comidas, les tirará piedrecillas y huesecillos de animales en las sartenes puestas al fuego y, de cuando en cuando, lanzará puñados de tierra y otros objetos desde el tejado de la casa; cuando vayan al río les meterá inmundicias en los cántaros de agua y, en fin, no dejará en paz a los familiares de la niña objeto de sus amores. Por la noche, si hay hombres que lo desafíen, pueden estar seguros de que recibirán una ejemplar y tremenda paliza".
Es raro encontrar un pueblo de Honduras donde no haya habido un caso de una niña o adolescente raptada por un duende: muchas han desaparecido para siempre y otras, aunque con dificultades, han sido recuperadas.
En agosto de 1921, en el caserío de Los Cuturos, en la aldea de Piedra Grande o San Rafael (departamento de Santa Bárbara) la niña Emeteria García fue objeto de los amores de un duende que no la dejaba dormir. El extraño ser, a quien llamaba Manuel, llegó a golpear (como siempre, de forma invisible) a un desafortunado pretendiente de la joven Emeteria.
Durante un baile en el que estaba presente la niña, cuenta Jesús Aguilar Paz, el duende se manifestó como un insigne matemático: al apagarse las luces de forma misteriosa y al volverse a encender aparecían los productos de complicadas raíces cuadradas en una pizarra. También, en otras ocasiones y siempre a oscuras, decían que tocaba la guitarra delante de la casa de su amada.
Para que los fenómenos —supuestamente provocados por el duende— dejaran de perturbar el sosiego de Emeteria y de su familia, se solicitó la presencia de un párroco de Trinidad para exorcizar a la joven y a la casa. Sólo a partir de entonces dejaron de tener lugar los extraños hechos, no sin que antes la niña hubiera sido llevada por el duende a pasear por sus recónditos dominios.
Emeteria fue encontrada en peligrosos despeñaderos y aseguraba haber conocido los palacios deslumbrantes del duende Manuel. ¿Fue transportada Emeteria a otra dimensión a través de algún portal dimensional?
Otro insigne folclorista hondureño, Rafael Manzanares Aguilar, describía al duende como un "personaje encantado, poderoso y rico, que habita en las montañas". Su aspecto es el de un hombre pequeño que usa "sombrero aludo, de copa alta y picuda" y que, normalmente, sólo puede ser visto por algunas niñas y adolescentes. Le gusta llevarse a las pequeñas a su cueva encantada para jugar con ellas. Este ser suele manifestarse —siempre a escondidas— en quebradas, ríos o riachuelos, arrojando piedrecitas o trocitos de plantas sobre las personas, así como lanzando silbidos.
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