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Egipto es, sin duda, uno de los destinos del mundo más cautivador por su misterio. La civilización cimentada en la rivera del Nilo es una de las que mayor número de documentación escrita nos ha legado y, paradójicamente, es también una de las civilizaciones que más interrogantes tiene aún por contestar, y consecuentemente, que más desconocemos.
Y es que mientras en Europa los hombres se hallaban en plena revolución neolítica, viviendo en cavidades naturales o en primitivas construcciones, en Egipto se erigían pirámides de colosales dimensiones, sin grúas, sin herramientas de hierro, sin aparatos de precisión y sin rueda. ¿Estaba a su alcance tales construcciones o recibieron la ayuda de alguien más desarrollado? ¿Tal vez de las estrellas?
Se nos ha dicho que las pirámides eran simples monumentos funerarios, que los antiguos invirtieron tanto esfuerzo porque, en realidad, trabajaban para los dioses... pero ¿qué dioses?
La idea de que los conocimientos técnicos para desarrollar las pirámides vinieron de las estrellas no es nueva. En la década de los setenta el controvertido investigador alemán Erich von Däniken se encargó de poner en evidencia sólo algunos puntos que sugerían la participación de una civilización extraterrestre en el desarrollo tecnológico de ciertos pueblos en la antigüedad.
«¿Por qué —se pregunta Däniken— habían de deformar las cabezas de algunos niños para que sus cráneos se parecieran a los de los dioses antiguos?». «A lo largo y a lo ancho de la Tierra —asegura— los hombres habían topado con esos seres inteligentes y dignos de respeto».
Graham Hancock llega más lejos y asegura que en los Textos de las Pirámides hay referencias claras de la procedencia de estos seres elevados a la categoría de dioses por el hombre.
«Según la leyenda —asegura en su libro Las huellas de los dioses (Ediciones B)— Osiris/Orión fue el primero en ascender por la gran escalera que habían construido los dioses. Esta escalera no se extendía hacia arriba, desde la tierra hasta el cielo, sino hacia abajo, desde el cielo a la tierra. En el párrafo 669 de este texto jeroglífico puede leerse: "¿Con qué medios puede volar el Rey hacia arriba?" ¿Volar en el antiguo Egipto? ¡Asombroso!»
Casi tan asombroso como los más de dos millones y medio de bloques de piedra que componen la Gran Pirámide. Encajados con una precisión increíble. Un monumento que, a diferencia del resto, no contiene ni un solo jeroglífico egipcio... si obviamente descartamos el cartucho con el nombre de Keops que se halla en la última cámara de descarga de la Gran Pirámide —un jeroglífico que, según el especialista en temas astroarqueológicos Zecharía Sitchin es una falsificación efectuada por un estrecho colaborador de su descubridor, Howard Vyse—.
En nuestra visita a las pirámides tal vez no podamos ver este polémico jeroglífico pero sí podremos advertir la ausencia de otras pinturas, incluida la cámara del rey donde, normalmente, se hallan glosas al faraón que preparan su vida eterna. También advertiremos la depurada técnica constructiva que aún con todos los adelantos resulta inoperante hoy en día para efectuar una obra de estas dimensiones.
El viajero más osado podrá interpretar en sus muros la ciencia perdida de sus constructores. La pirámide es un modelo a escala del hemisferio septentrional de la Tierra. En sus medidas se halla el diámetro ecuatorial del planeta, el número pi, la milmillonésima parte de la distancia entre la Tierra y el Sol así como otros números, medidas y distancias significativas para el hombre actual, en posesión de conocimientos entonces ignorados como que la Tierra es esférica y que el año solar tiene 365 días.
Pero la tradición reserva a la arqueología todavía más descubrimientos y sorpresas pues se ha hablado de cámaras secretas, de subterráneos que comunican la Gran Pirámide con la misteriosa esfinge y de conocimientos, en suma, inimaginables para aquella gloriosa civilización. Tal vez algunos de ellos serán desvelados pronto porque, como anunció Hawass recientemente en Madrid, el primer día de enero del 2000 el gobierno egipcio sorprenderá al mundo con lo que oculta la cámara secreta hallada por Rudolf Gantenbrink en uno de los canales de ventilación de la Gran Pirámide.
Puede que el hombre moderno haya tratado con desdén los conocimientos de los antiguos egipcios. Puede que incluso, dispusieran de elementos que no serían «redescubiertos» hasta más tarde como, por ejemplo, la electricidad... Adivino tu sorpresa. Pero ¿cómo sino lograron pintar y construir en profundos subterráneos? Ya sé, todos hemos visto esos largometrajes de Hollywood donde maravillosos espejos transportaban hasta los más recónditos lugares de la construcción la luz de Ra. Pero, ¿qué me dirías si te mostrara un jeroglífico donde se puede ver lo que, a simple vista, definiríamos como bombillas?
El singular hallazgo tuvo lugar en el templo de la diosa Hathor, a cerca de 70 kilómetros de Luxor, erigido en los tiempos de Ptolomeo, y del que hoy sólo es visible una parte pues ha sido restaurado y destruido en varias ocasiones. Fue explorado en el siglo pasado aunque no fue hasta 1992 cuando sus relieves se interpretaron fuera de los cánones estrictamente ortodoxos. En aquella época vio la luz el libro de Peter Krassa y R. Habeck titulado La luz de los faraones (Das Licht der Pharaonen) en el que los dos astroarqueólogos relacionan unas enormes burbujas sujetas por criaturas de aspecto humano con ¡bombillas!
Estos relieves se hallan en una de las doce criptas del templo a Hathor. En la actualidad sólo se puede visitar una de ellas y vale la pena. En la oscuridad de sus catacumbas se conservan los relieves y las pinturas terreno de discordia. Se trata de dos individuos enfrentados que sostienen lo que parece una burbuja de cristal vacío en cuyo interior fluctúa una serpiente que sobresale de una flor de loto. El tallo de la planta parece estar conectado a una misteriosa caja —acaso un generador— encima del que se distingue un jeroglífico que muestra un hombre con los brazos en alto y un disco solar en la cabeza que según el historiador vallisoletano Nacho Ares corresponde a un elemento de tipo religioso.
Como en el caso de las pirámides, para Krassa, todo parece indicar que el Egipto faraónico fue visitado por seres más avanzados tecnológicamente que legaron a los sacerdotes conocimientos importantes. Para probarlo los autores de este revelador ensayo consultaron al ingeniero eléctrico Walter Garn, jefe de proyectos de una compañía industrial austríaca y, con los datos suministrados por los jeroglíficos, construyó un modelo de bombilla como el de Dendera. «Su modelo —explican— se corresponde con un vaso cónico de dieciséis pulgadas de largo y cinco de diámetro. Los dos extremos —prosiguen— tienen resina». El ingeniero situó un electrodo en uno de los extremos y, en el otro, un clavo. Para hacerla funcionar utilizó una bomba neumática y un transformador ¡iluminaba!
Sin embargo el experimento de Garn tropezaba con una nueva incógnita. ¿Cómo consiguieron los antiguos egipcios producir baja presión en la bombilla para que irradiara luz? La respuesta, según descubrirían Krassa y Habeck se hallaba en los relieves de Dendera. Pues muestran como unos hombres vierten un líquido fuera del aparato al igual que en la actualidad hacemos con las bombas de agua capaces de producir energía eléctrica.
Para estos autores tampoco pasa inadvertido el hecho de que Dendera fue, junto a Edfu y Abydos, los lugares preferidos por los «dioses» para realizar sus batallas. ¿Fueron los extraterrestres quiénes transmitieron conocimientos avanzados a los sacerdotes egipcios?
No todas las voces, sin embargo, se alzan a favor de esta hipótesis. El mencionado Ares, en su libro Egipto el Oculto asegura que «la serpiente insertada dentro de una burbuja que reposa sobre un pedestal» o su variante sobre el jeroglífico del niwt o niut son, en realidad, representaciones de las capillas durante la época ptolemaica. Para ser precisos las cajas que conservaban los llamados ushebtis, unas mágicas figurillas, que sustituían al difunto en las tareas tediosas que le eran encomendadas en su vida eterna.
Si te ha parecido fascinante la visita al templo de Hathor (es decir la morada de Horus en idioma egipcio) prepárate para la visita a las canteras de donde se extraía el granito rosa que componen sus muros. Se hallan dispersas por todo el país y de ellas se extraían, además, otros materiales como la diorita o la dolerita que tienen una dureza extrema, por debajo del diamante. ¿Cómo era posible? Uno puede imaginar ejércitos enteros de esclavos picando piedra con paciencia y tesón pero ¿Cómo pudieron perforar el granito con la precisión de una widia de carburo tungsteno actual?
En la aludida Gran Pirámide de Guiza existe una serie de bloques de granito con unos agujeros de 15 centímetros de diámetro casi perfectos. El estudio de la perforación revela que entre vuelta y vuelta el «taladro» descendió ¡dos milímetros y medio! Un taladro actual de punta de diamante alcanza los 0,05 milímetros por vuelta ¿De qué material era la widia de los antiguos egipcios? Es un misterio.
Misterio es, asimismo, cómo transportaban los pesados bloques. En la tumba de Djehutihotep (ca. 1900 a. de C.) existe un grabado que nos muestra el traslado de un coloso. Cuatro hileras de hombres, 172 en total, arrastran la monumental estatua sobre un trineo. A pesar de la claridad del relieve se ignora si siempre utilizaban este método pues hay ocasiones en las que resulta muy complicado adaptarlo. Me estoy refiriendo al célebre obelisco inacabado de Asuán que habría alcanzado una altura de 42 metros y un peso de más de mil toneladas.
El obelisco se quebró durante su construcción lo que, naturalmente, impidió su finalización. Están separadas de la roca madre tres de sus cuatro caras y es todavía un misterio cómo pensaban moverlo con rudimentarias estructuras de madera y cuerdas de papiro. Ni siquiera hay una salida fluvial que permitiera su deslizamiento...
Un misterio, uno más de los que descubriremos en cada roca del país de los faraones.
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