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El Padre Crespi saltó a la fama por su Museo de una Arqueología Fantástica que ya no existe. Una época dorada que se gestó alrededor de un personaje único, más allá de su excentricidad y contrastes, su paso terrenal perdura y exclama. Escrito por Alex Chionetti.
El misterio de Crespi tiene su aniversario. Se cumple un siglo del arribo del padre milanés al Ecuador con 45 jóvenes al puerto de Guayaquil, después de haberse embarcado en marzo de 1923.
Esto se suma al centenario del natalicio de otro de sus contemporáneos, el de un Janos ‘Juan’ Móricz, otro emigrado a esa ciudad, a esa provincia, a ese país, desde una distante Europa. Muchos puentes de unión mistérica, que ambos fueron construyendo en lo que hicieron y en lo que planearon, entre lo real y lo imaginario, dos soñadores, dos poetas de la exploración, salvajes e irreverentes.
Y la controversia continua, la leyenda se agiganta, la esperanza de un nuevo milagro es como las flores junto a su nicho: nunca finalizan, nunca se marchitan, siempre se renuevan.
Crespi nació un 29 de mayo de 1891, en Legnano, un pueblo cercano a Milán (Italia). Crecido en un ambiente cristiano, circundado por la naturaleza de la Lombardía, no tardó en entrar en el colegio salesiano de San Ambrosio.
Ya en la década de los 1920s, sus superiores le encargaron —digamos— la publicidad de la orden. Es así como surge su pasión por el registro cinematográfico en forma de documentales —sobre la Patagonia, Tierra del Fuego, los Indios de Mato Groso, etc.— acompañados con música y con su piano en vivo.
La industria del cine ya había tomado vuelo, incluso en Italia. Pero la vocación evangelizadora de Carlos Crespi fue a la par, llevándolo a aplicar como misionero. Así, es destinado al Ecuador. Pero detrás de la cruz estaba la estrategia salesiana de expansionismo y educación rural de los interiores de una América del Sur que ya comenzaba a acoger a uno de los flujos migratorios más grandes de entre esos dos siglos.
El gobierno italiano apoyó la colonización, con ciencia, técnica y arte, proveyendo con las invenciones avanzadas como cámaras de registro y de proyección, brújulas, teodolitos, herramientas de campo, tiendas de campaña, niveles y plomadas, y cartografías de la región —donde Crespi había proyectado su visión lo legendario de los jíbaros (shuar) del Alto Marañón—.
Es así como se fue convirtiendo en un misionero explorador, atravesando la jungla a lomo de mula entre colinas y precipicios, y penetrando el sur selvático en 1923. El destino: Gualaquiza. Allí levantaría una primera misión y la convertiría en una escuela pupila para los niños shuar, a los que les enseñarían carpintería y mecánica. Les llevaría también regalos —algo fundamental en las selvas del ayer y del hoy—.
Pero a Crespi también lo acompañaban sus mejores aliados, la cámara cinematográfica, el grabador de audio llamado gramófono, como así varias máquinas Kodaks de cajón.
Después subiría a Macas, a Limón Indanza. Y seguiría a pie en la exploración de las hidrografías del Paute y del Zamora.
Crespi también estudió la botánica (helechos que llevarían su nombre), la zoología, la etnografía viva. Recolectó objetos y regalos de los shuars, caleidoscopios de una cultura que darán nacimiento al primer documental en la historia: Los Invencibles Shuaras del Alto Amazonas.
A esto le seguiría otra hazaña, el descubrimiento, exploración y el registro del Pongo de Manseriche, el epicentro de la naciente del gran Río Marañón. Para ello se abrió camino entre el Yaupi, el Morona, hasta sobrevivir después de un mes y medio los rápidos, pozas, remolinos, y cascadas descomunales, como se pueden ver en el citado documental.
El oratorio y colegio de María Auxiliadora de Cuenca se fueron gestando en esta época; y junto a él, la imprenta, y los talleres de oficios, como en la mayoría de los centros educativos salesianos del resto del mundo.
Pronto creo un teatro/cine y un museo destinado a una colección de antigüedades arqueológicas, como especies de animales de todo tipo. Recibió, compró, encontró, intercambió, ordenó, contrató, diseñó. Y su fama lo llevó a recibir constantes donaciones.
Pero también muchos le llevaron artesanías antiguas y otras no tanto. Algunos le dijeron que eran del Azuay, del Cañar, y otras de las cuevas que quedan entre el Río Morona y Santiago —Crespi nunca bajaría a las Cuevas del Coangos, pero ciertamente le contaron sobre ellas—.
El resto de la historia es conocida. Se encontraría con el Padre Baca, no tardaría en asomar Móricz, llegaría Von Däniken, y Hall lo filmaría ya en su etapa más senil, en sus ochentas.
El Colegio se incendiaría más tarde, las colecciones se verían afectadas, con una renovación rápida, y posterior reconstrucción inmediata.
Con el pasar de los años, muchos misterios se irían oscureciendo en los sótanos, con muchas piezas que podrían ser parte del «rompecabezas» confundiéndose con colchones salpicados por poluciones nocturnas. El pillaje del Banco Central fue una realidad, y es una herida que todavía sienten los cuencanos aledaños a la basílica y colegio.
De pronto vendrán los milagros, después de la añoranza y de todo un pueblo, de toda una ciudad, Cuenca, la tercera más grande del Ecuador.
Su bondad y sacrificio lo harían siempre un diferente, parte de esa estirpe de italianos exploradores de lo material y de lo espiritual en tierras lejanas. Curiosidad y compasión, acto de tal vez no perdurar o vencer, pero intentar con su humanismo la difícil tarea de evangelizar a una nación como la Jíbara/Shuar que nació y vive en un código de conciencia y moral que no es de este mundo.
Misiones quedan menos que en aquella época, los colegios siguen, han perdurado.
Todos esperan un milagro final que pueda llevar a llamarlo San Crespi, mientras por ahora seguirá siendo el Padre Crespi... Don Crespi.
Entre los materiales salesianos encontré esta cándida y concisa entrevista —una de las últimas— al Padre Carlos Crespi. Posteriormente pude hallar otras y de tres diferentes las he agrupado en una —más recuadros con documentos, cartas, y reflexiones del benemérito salesiano—. Editando parte de sus diarios he reconstruido partes de su espíritu explorador, con vaivenes de su fe evangelizadora educativa.
MUCHACHO DE 100 AÑOS
-¿Cómo fueron esos primeros años como alumno salesiano?
Crespi: Los años vividos en Milán los pase en la más espontanea inocencia, sin la minina sombra del mal, sin un mal pensamiento, sin comprender nunca qué era la malicia. El último año fue de ascendencia espiritual, de manifestaciones de sufrimiento, de generosos propósitos.
-Se cuenta y se rumorea que usted tuvo la aparición de la Santísima Virgen en varias oportunidades, tanto en su temprana como tardía vida...
Crespi: Cuando todavía estudiaba en San Ambrosio, recién me había adormecido y vi a la Virgen, la que me mostró una escena: por un lado, el demonio quería agarrarme y arrastrarme; por otro, el Divino Redentor con la cruz me señalaba otro camino. Luego me vi vestido de sacerdote con barba, subí a un viejo púlpito teniendo a mi alrededor una multitud de personas ávidas de oír mi palabra. El púlpito no se hallaba en una iglesia, sino en una cabaña. En seguida me desperté. Algunos compañeros de dormitorio que estaban todavía despiertos oyeron cuando hablaba en sueños, oyeron mi predica y al día siguiente me lo contaron.
-¿Cuántos años tiene padre?
Crespi: Preferiría no hacer declaraciones, soy un hombre muy viejo. El 21 de marzo cumpliré 90 años.
-¿Cuándo vino al Ecuador?
Crespi: En 1923.
-¿Se dice que usted es descendiente de una de las familias más nobles de Italia, ¿qué hay de verdad en eso?
Crespi: Bueno, sí. Soy descendiente de una antigua familia de Cruzados... los Croci, que tanto en latín como italiano significa «Cruz». Nueve hermanos míos que llevan el mismo apellido viven aún.
-¿Cuántas veces ha regresado a Italia desde su venida a Ecuador?
Crespi: Solo dos veces: en el año 25 cuando llevé objetos arqueológicos a la exposición vaticana: y en el 39 que fui en búsqueda de técnicas y maquinarias para el Instituto Técnico Salesiano de esta ciudad (Cuenca).
-Dicen que usted tuvo título de Conde. ¿Es verdad?
Crespi: Todos somos hijos de Dios. Ese es el mejor título.
-¿Y qué hechos le han dado mayor satisfacción durante los últimos cincuenta años de su apostolado?
Crespi: Mi estadía en el Oriente, como misionero y como científico.
-Se habla ya desde hace tiempo del «Milagro del Padre Crespi», por el mantenimiento de su escuela, ¿quiere decirnos algo en torno al financiamiento de las distintas obras que tiene a su cargo?
Crespi: La Providencia nunca falta. Recibo ayuda de mis familiares de Italia y algunas otras del exterior.
-¿Cuál es el recuerdo más favorito de su vida en el Oriente ecuatoriano?
Crespi: Mi gran expedición al Pongo de Manseriche. Cuarenta hombres y sesenta y cinco días de duración. Aquel Oriente fue el escenario de mi primera misa con la asistencia de doscientos jíbaros.
-¿Cómo es su vida cotidiana?
Crespi: Me levanto a las cinco de la mañana y me acuesto muy temprano. Leo mucho y no como sólidos. Solo leche.
-¿Hasta hace muy poquito usted estuvo muy grave de salud?
Crespi: Sí, creí que me moría.
-¿Pero qué le paso Padre?
Crespi: Jaja… Permítame, apague ese grabador: eso es cosa privada. El médico dijo que no había remedio. La calle estaba llena de gente. No podía comer ni beber nada. Como a las tres de la tarde se abrió la puerta, y entró una mujer. Estaba tapada, pero una luz muy especial había en ella. Y me dijo: Puer centum annorum. Ponga tibi restat vía (‘Muchacho de cien años. Todavía queda un largo camino’). Me sentí bien y me levanté. A nadie le he contado esto porque la gente es muy incrédula.
-¿Cuánto le queda entonces?
Crespi: No sé realmente. Pero vea, vea. Permítame. Yo lo interpreto así: que la misión mía es estar con los muchachos hasta el fin. Está bien lo de la ciencia. Todo puede ser. Pero yo nunca abandonare el Oratorio y sus festividades.
-¿Quién cree que pudo ser el personaje de la aparición que usted presenció?
Crespi: No sé. Se ilumino todo. Yo le digo la verdad. Yo tenía en ese entonces una gran devoción a Santa Teresita del Niño Jesús.
-¿Cree que fue ella?
Crespi: Bueno, seguramente ha sido ella porque de nuestra Congregación no había todavía santos entonces...
-Entonces son tres los Grandes Amores del Padre Crespi: ¡María Auxiliadora, el Oratorio festivo y la Arqueología!
Crespi: Ecco! Exacto. No se entiende un salesiano sin la Auxiliadora.
Para construir una de las capillas más grandes yo iba los sábados y domingos dando funciones de cine por los pueblos. Entonces un sucre valía mucho. Y así se hizo la capilla dedicada a María Auxiliadora. Pero la campaña más grande fue en Quito, donde di diez funciones sobre el Oriente, en suma, principalmente las películas que yo hice.
La primera noche no entró ni el presidente. Pero al segundo día fue un éxito, y fue en el Teatro Sucre, yo le digo sinceramente que la devoción a la Auxiliadora ha sido mi gran ayuda como salesiano. Todos los años recibimos gracias de la Virgen María Auxiliadora, como de Don Bosco.
-¿Y el Oratorio?
Crespi: Basta que sea la obra de Don Bosco. La cuestión es esta: Mi vida para los niños.
El Oratorio no lo dejo, es la cosa más bella de todas. Es lo que da más satisfacción.
Si el sacerdote salesiano puede tener predilecciones, el oratorio es la única.
-¿Es cierto que en sus mejores y más activos tiempos confesaba a tres niños al mismo tiempo?
Crespi: Jajaja, ¿cómo haría usted para confesar unos 3.000 niños en una sola mañana? Es algo como «Ven acá chicuelo: ¿has robado? ¿has desobedecido? ¿te peleaste? Vete, vete...». Y nada de absolución. La bendición y al siguiente....
-¿Porque se confiesa la gente con el Padre Crespi?
Crespi: Porque es bueno, dicen: es bueno y atiende rápido.
-¿Cuántas horas al día confiesa?
Crespi: Depende. Unos días, dos horas. Otros dieciséis, por ejemplo, cuando hay fiestas.
-¿Cuánto fue el tiempo más largo que usted confesó?
Ah… dos días. En aquel Congreso Eucarístico. Dos días sin comer nada.
-¿Y qué le gustar comer al Padre Crespi?
Crespi. Yo ya no puedo comer tanto. Me hace mal. Como lo mejor de la tierra que es la fruta. La leche ya no sirve, es agua. Y las galletas que sobran de las que les doy a los niños. Y agua.
EL MUSEO
-¿Donde realizó sus estudios teológicos?
Crespi: La teología, jajaja. ¿Dónde? Pues allí mismo, en el Este. Usted no vio, pero sucede que hubo la Gran Guerra. A mí me bombardearon. Iba con varios chicos de paseo. Creyeron que éramos militares y comenzaron a echar bombas, un poco de aquí, un poco de allá. Estábamos en la frontera. No nos mataron porque no sabían mirar tan bien sus blancos como ahora. Pero arruinaron todo alrededor.
Terminé los estudios, y en Verona me ordené de sacerdote. Después, en suma, comencé a estudiar por cuatro años en la Universidad de Padua. En julio de 1921 me gradué como Doctor en Ciencias Naturales. Mi tesis de laurea fue sobre la fauna de Padua.
Luego descubrí por el microscopio, la existencia de los rotíferos, los cuales eran traídos desde la región ártica por las aves migratorias.
-¿Cuéntenos bien de cómo y por qué llegaría al Ecuador ?
Crespi: Vine para preparar la Exposición Misionera Internacional de Roma (1925). La exposición fue muy vista, y gusto muchísimo. Yo extendí mi stand para cubrir los puestos de Perú y de Brasil que no llegaron a concurrir.
Llegué un 23 de abril de 1923. Recogí muchísimas cosas de Oriente, de los jíbaros, y una gran colección de helechos. Algunos de los que descubrí llevan el nombre científico de «crespianos».
-¿Pero después del éxito de aquella exposición internacional por qué usted regreso al Ecuador?
Crespi: En pocas palabras, y hablando con la verdad, eso no se lo puedo decir.
-¿Por qué Padre Crespi?
Crespi: Permítame decirle, cuando yo di la conferencia en Roma, fuimos después a ver al Papa (Pio XI). También estaban Esteban de Tonelli y D’Agostino con el Rector Mayor. Y entonces el Papa le dijo: «Mande a este joven al Ecuador, y ahí debe construir un gran museo».
Por eso yo vine para hacer el museo. Yo vine con esa preocupación y objetivo, pero también vine como salesiano, no solo como científico. Primero estuve en Macas, Indanza, Cuenca.
-¿Y el Padre Crespi se considera cuencano?
Crespi: Eso sí. Definitivamente llegue en el año 27. Ese mismo año filmé mi segunda película del Oriente y con ella me fui a los Estados Unidos de Norteamérica. Al regresar comencé la construcción del Instituto Merchán. Lo hice rápidamente, toda la población de Cuenca trabajo en él.
-Hablando de construir, ¿cómo comenzó su monumental museo?
Crespi: Ah… ¡este museo! ¿Cómo comenzó esto? Encontré un pedazo de olla de cerámica en los cimientos fundacionales del Merchán. Y aquella vez dije antes de verla: «Aquí hay una olla grande, completa. Y la encontramos». Y así empecé a coleccionar y ya ve; los que no saben se ríen, los que entienden saben que hay cosas increíbles.
-¿Y qué opina de su propia colección, de su propio museo?
Crespi: Mi tesoro no es nada comparado con los tesoros que están todos ahí en las vastas cuevas y túneles que todavía no han sido descubiertas en el Oriente Ecuatoriano. Sin la confianza y amistad la madre iglesia nunca poseería toda esta enorme riqueza de mis colecciones.
Es importantísimo —y malo que yo lo digo— guardar tesoros de civilizaciones antiguas: como Egipto, Babilonia, Ur, de las culturas etruscas y mediterráneas. Todos estos tesoros han sido hallados en el Ecuador.
-¿Qué nos cuenta de sus expediciones y peligros de la selva?
Crespi: Había estado lloviendo todo el día y finalmente paró. Los trabajadores estaban cortando hojas de palmeras y recogiendo ramas y otras vegetaciones para hacer fuego. Estábamos tratando de secarnos y mantenernos calientes.
Mandé a uno de mis porteadores para que fuera a recoger unos fósforos de una de mis mochilas, y de repente, todo saltó. Una serpiente le había mordido la mano. El joven jibaro murió de una horrible manera. Cuando le administraba sus últimos sacramentos la sangre le empezó a brotar de los poros de su piel.
-¿Qué otros animales son peligrosos en la selva amazónica?
Crespi: También otro peligro son las «hormigas soldado». Ellas atacan a la gente o al que se le cruce a su paso, o ante su avance que es siempre en cuatro filas, devorando todo a su paso. Y su picadura es muy dolorosa. Las arañas también son muy ponzoñosas. Se las halla en los árboles y en las malezas, en las matas más tupidas.
¡Si ustedes piensan en aventurarse en el Oriente ecuatoriano deben ser muy cuidadosos!
-¿Qué le han comentado los shuars que le traían objetos y reliquias del interior de las provincias, y de las sierras cercanas?
Crespi: Me describieron que había grandes pirámides, ciudades desérticas, enormes túneles y cuevas interconectadas.
Algunas de esas ciudades brillaban con una luminosidad azulina justo antes del anochecer. Los túneles eran de un tamaño donde cabían diez hombres, los que podían pasar a través de entradas recortadas, y tan alisadas como el vidrio más pulido.
LOS JÍBAROS
-Cuéntenos un poco de los jíbaros (hoy en día llamados más Shuar) con los que usted ha tenido muchas historias desde que llegó y lo ayudaron en las expediciones a lo largo del Oriente amazónico, como así en la exploración de las fuentes del Rio Marañón.
Crespi: La raza jibara se distingue muchísimo de las otras razas indígenas del Ecuador, por sus tradiciones, nombres, el idioma.
-¿Usted ha estudiado sus lenguas con detenimiento, que opina de las teorías de Estrada de que se dispersaron a otros continentes?
Crespi: Su idioma es muy distinto del de los demás indios.
Examinando el abundante material recogido, parece que puede llegarse a la conclusión de que muchas palabras jíbaras son comunes con las lenguas japonesas —además algunas reglas gramaticales parecen que tienen fuertes puntos de contacto con el idioma mencionado y con otras lenguas orientales—.
Permítame explicarle:
-Cuéntenos con detalle sobre los jíbaros.
Crespi: El jibaro tiene porte fiero pero noble, estatura regular, mide un metro sesenta, y hay individuos que llegan a medir entre un metro ochenta y un metro con noventa y dos centímetros.
Tiene el sentido del olfato poco desarrollado, puesto que no rehúsa la carne de puerco y la de pescado, aun cuando este corrompida.
La vista, empero, es finísima: distingue un pajarito a muchos metros de distancia.
El gusto lo tiene muy ordinario, pero el tacto muy sensible: clavarse una espina, o un dolor cualquiera le hace lanzar siempre palabras de imprecación.
Entre jibaros no existen ni locos ni neurasténicos, ni afectos de gota, ni raquíticos, ni escrofulosos: pero en cambio los afea mucho la sarna y son afectados con harta frecuencia por enfermedades del aparato digestivo, lo que es debido a la gran cantidad de chicha que beben, y a la carne de puerco.
Hay también unos casos de tuberculosos. Entre los niños y los viejos circula la «jipatera», una especie de disentería que ellos la curan con manteca de chancho.
La curación de las enfermedades la hacen con hierbas e infusiones, la guayusa, el natena, el huando, son las hierbas medicinales más comunes.
A los «voishin» o brujos, por regla general, nos los llaman para la curación sino tan solo para que quiten el maleficio que algún jíbaro pudiera haber inoculado al enfermo.
Llámenle de noche, apagan todas las luces y sobre todo el fuego de los fogones. El brujo toma el natema y después gira alrededor del enfermo, cantando una canción monótona y procurando arrojar lejos, con un manojo de hojas, el maleficio. Luego hace succiones en la parte dolorida del enfermo y, generalmente al terminar la función, extrae de su boca un pedacito de madera o de hueso y lo entrega al jefe de la familia o a la esposa diciendo: «He aquí la causa de la enfermedad».
El brujo se hace pagar caro: pretende hasta puercos, pero, por lo común, termina contentándose con algunas gallinas.
Es tanta la autosugestión, que muchas veces, realmente se curan hasta enfermos graves. El brujo, no obstante, es odiado y perseguido: más si lo llegan a matar no le cortan la cabeza nunca.
Las mordeduras de culebras venenosas las curan con una infusión de hojas de huaco, que las ponen en la herida, y con infusión potente de ají.
Durante la curación el enfermo es llevado fuera de su casa a un rancho apartado y, una vez sano, se pinta todo el cuerpo de negro, formando rayas iguales a las de la culebra que lo mordió.
-¿Cómo son sus habitaciones y su vida familiar?
Crespi: Las casas de los jíbaros son de forma rectangular, cerrada en sus extremos por dos semicírculos en los que están las puertas. Es hecha de madera, y palos redondos. El techo es de paja cambanac, sostenido por dos palos centrales y uno atravesado. La madera preferida es la de palo de chonta, una durísima madera. La puerta es maciza y consta de una sola pieza.
En la casa hay un dormitorio largo de un metro y medio de ancho. Es hecho de palos y de cañas de guadua. Cerca del lecho está colgado el fusil, la bolsa que contiene lo necesario para el tocado de la casa, a saber, el achiote, el espejo, las agujas, además el hueso para hilar y algunos otros objetos.
Luego se ve el tunduli, un grueso troncho hueco, que, al ser golpeado, produce un ruido sordo. Con algunos golpes convenidos, llaman de lejos al dueño de casa en las visitas, anuncian la guerra, la toma del matema, o si sucede una picadura de culebra, etc. El tunduli se oye de 10 y hasta 15 kilómetros de distancia.
Los otros muebles están representados por el telar, las ollas, las bodoqueras, etc.
Entre la recámara del hombre y la de la mujer hay una pequeña diferencia que consiste en que la de esta tiene paredes a los lados.
El fuego lo mantienen siempre encendido, y si se apaga lo encienden con fósforos.
No tienen cocina: el mismo fuego que encienden a los pies de la cama sirve para calentarse y también para preparar la comida.
Para el servicio del agua se sirven de calabazas vacías.
Los alimentos principales son: la yuca, el plátano, la carne de chancho, la de mono, la del oso. Comen también ranas asadas lentamente sobre la hoguera y envueltas en hojas de plátano.
Como bebida emplean la nijamangi, o chicha de yuca, que la preparan las mujeres con un procedimiento harto repugnante.
En los viajes, llevan paquetes yuca fermentada y con ella preparan la chicha donde encuentran agua. Por la mañana beben la guayusa, una especie de té que sirve para vaciar el estómago como ellos dicen.
Los jibaros comen también mucho pescado, palma, camote, maíz.
Las comidas son tres: por la mañana, al medio día y por la tarde. La más abundante es la de la tarde.
-¿Cuál es su conocimiento del uso de metales? Un tema de continua discusión.
Crespi: No conocen los metales y por lo tanto no saben labrarlos. Los jibaros no escriben, pero emplean signos de propiedad personal en los objetos de su uso. Cuentan hasta 10 con los dedos. No conocen el calendario. Cuentan los años con la eflorescencia anual de la chonta: no tienen nombre para los meses, ni para los días de la semana.
-¿Qué nos puede contar de sus creencias y religiosidad?
Crespi: Sus conocimientos astronómicos se reducen a los nombres del Sol, de la Luna y de la estrella grande y pequeña.
Los jíbaros no son religiosos en el verdadero significado de la palabra: admiten la existencia de Dios, del alma, y su libre existencia, que pasa a través de los cuerpos de algunos animales: una especie de Metempsicosis.
Creen en el espíritu malo, que lo llaman «iquanchi» y sobre todo reconocen en el brujo a una persona que puede producir maleficios fatales.
Las fiestas principales de la Yuca, del Tabaco, de la Tzanza, exceptuadas ceremonias, se reducen a bailes y a grandes borracheras.
Macabra, sobre todo, es la fiesta de la Tsanza. (Crespi también la llama tasanza)
-¿Qué nos puede contar con detalle de la tradición y practica como cazadores de cabezas?
Crespi: El feroz matador del enemigo, una vez que lo ha herido mortalmente con la lanza, le corta la cabeza, hace pasar un bejuco entre la boca y la faringe y amarrada sobre la lanza, como tigre, corre a la floresta.
Cuando le parece estar seguro y bien lejos del lugar de la matanza, se para en el bosque y con un cuchillo o con la lanza saca del cráneo la piel, con una pericia que parecería prodigiosa.
Si esta ya cerca de la casa, entonces avisa a las mujeres para que preparen el agua, la arena y la piedra caliente.
Cuando el agua ya está bien hervida, pone la piel de la cabeza por unos minutos en la misma, a fin de que se cueza un poco y pierda la facilidad de dañarse.
Sacada la piel y cosida la boca y los ojos con una cuerda de pita, introduce por el cuello la arena caliente y la piedra redonda: al contacto del calor, toda el agua que está en las células se evapora: la cabeza se va reduciendo gradualmente.
Contra la piedra va aplastando la cara, de manera que mantenga completamente la forma humana. En pocos minutos la cabeza se ha reducido como un puñado: saca la arena y a la piedra le pone a la nariz una cuerda y con ella la coloca sobre el fuego que arde cerca de la cama, a fin de que continúe secándose. Después de pocos días, la cabeza está completamente reducida y libre del peligro de putrefacción.
Por lo tanto, el matador y sus mujeres empiezan los preparativos para la gran fiesta de Tzantza.
Las mujeres preparan unos centenares de ollas para la chicha y los hombres procuran tener abundantes huertas de yuca, camote y plátano.
Unos pocos días antes de la fiesta, las mujeres preparan innumerables litros de chicha mascada, los hombres van a la cacería, matan puercos y reúnen una gran cantidad de carne.
Llegados a la Jibaria, el héroe con la voz alta dice «Tráeme la tzanza», y uno de la casa sale llevando la cabeza reducida y un gran plato redondo. El sacerdote o director de las ceremonias de la fiesta, recibe la cabeza reducida y la deposita sobre el plato redondo. Después pone en un potito unas hojas de tabaco reducidas a polvo y mezclándolas con saliva, hace una especie de infusión. Absorbiendo después con la boca una pequeña cantidad, le sopla en la nariz del «héroe» (el matador o victimario), quien la hace pasar a la garganta y al estómago para purificarse de sus pecados.
Repetida dos veces esta ceremonia, el sacerdote toma la tsanza y la pone religiosamente en la mano derecha del «héroe», quien teniendo la tsanza al cuello, entra triunfalmente en la casa. Apenas entrado con todos los invitados, su primera mujer se le acerca y teniéndola con las manos al cinturón dan unos saltitos rectilíneos hasta el gran «árbol maestro» de la casa y regresando al primer lugar por dos veces. Después, el sacerdote recibe la tzantza y amarrada a un palo, la pone cerca de la puerta de la casa.
Mientras tanto, las mujeres han traído grandes ollas de chicha y todos se sirven abundantemente: en seguida traen carne, guineos, camote, y comen con la mayor avidez.
El «héroe», empero, desayuna. Inmediatamente empiezan los bailes de las mujeres y de los jóvenes, acompañados con flautas y tambores, bailes que duraran casi todo el día.
Cerca de las cinco de la tarde, el sacerdocio toma religiosamente el bastón con la tsanza, sobre la puerta, lo levanta en dirección del sol por unos segundos como para adorarlo, y después pone la tsanza en su lugar primero.
Caído el sol, empiezan los grandes bailes alrededor de los árboles centrales de la casa, bailes rítmicos de los que participan todos hombres, mujeres y niños. Estos bailes continúan hasta horas avanzadas de la noche y cuando todos están cansados se entregan al sueño.
Al día siguiente se renuevan las comidas abundantes, los bailes y las borracheras: lo mismo al tercer día, pero generalmente al amanecer del cuarto, toda la fiesta está acabada con una borrachera general.
-¿Cuáles son las otras festividades y practicas ceremoniales?
Crespi: La Fiesta del Tabaco es la fiesta de la muchacha soltera que pronto se casara. Para esta fiesta igualmente se reúnen muchos invitados y se preparan ollas de chicha y grandes cantidades de carne.
En esta fiesta, la ceremonia consiste en que la mujer más anciana que hace de sacerdote da a beber una infusión de tabaco a la heroína soltera. Después empiezan las borracheras de chicha y las grandes comidas de yuca, plátano, camote, carne y los bailes y cantos. La fiesta dura tres días.
Pero en cambio la fiesta de la Yuca dura a veces ocho días: la ceremonia característica de esta fiesta consiste en que todos los invitados, los tres días anteriores, van triunfalmente a las huertas de yucas para sacar raíces. Cuando tienen una buena cantidad, llenan las changinas y regresan a la casa. Luego, empiezan las mujeres a preparar la chicha. También esta fiesta se reduce a grandes borracheras y a bailes.
Bien larga sería la enumeración de las supersticiones jíbaras y de sus creencias.
Mientras más se vive en contacto con ellos, más se descubre una serie variada de hechos nuevos y característicos, que explican las ideas religiosas de estos salvajes, y muchas cosas todavía se descubrirán el día en que su lengua ya no sea un secreto, sino una conquista segura de la ciencia.
Mucho se ha hablado y hasta exagerado sobre los feroces instintos de los jíbaros.
En medio de tanta soberbia, en medio de un carácter tan libre e independiente, se ve siempre al hombre primitivo, al niño de la civilización
Entre los jíbaros hay caracteres sanguinarios, violentos, vengativos, entre las mismas personas de las tribus, pero con todo eso, se puede decir que no representan absolutamente ningún obstáculo al avance de la civilización.
El jíbaro es progresista. Tradicionalista en sus costumbres radicales, aspira a mejorar su posición: en contacto con los blancos y con las comodidades de la civilización, se siente instintivamente movido a ellas.
Quiere, como los cristianos, tener escopetas y armas de precisión y poseer herramientas modernas para el trabajo; aspira a vestirse como los blancos, con pantalones, sacos, sombreros y chalecos.
Yo creo no exagerar al decir que si una fuerte colonización empezase la conquista pacifica del Oriente, los jíbaros, en pocos años, serían absorbidos por las nuevas energías sin cambiar radicalmente sus costumbres, se convertirían en una fuerza verdaderamente productora para la nación.
Demos a estos salvajes, no los vicios y las miserias de nuestra civilización, sino al contrario, los méritos y las virtudes y en pocos años habremos, ciertamente, creado fuertes cooperadores en la regeneración y conquista del Oriente.
Por Alex Chionetti para MysteryPlanet.com.ar.
NOTA: Este artículo/entrevista es parte de uno de los capítulos de la nueva edición de Misterios de las Cuevas de los Tayos de Alex Chionetti, que aparece con su título original: La Odisea de los Tayos.
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