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Se halló como parte de una urna, cuya tapa remata con una cabeza de esta deidad prehispánica vinculada con las tormentas eléctricas, las serpientes, la fertilidad y el maíz.
Al igual que la mayoría de los últimos descubrimientos por el estilo en México, la estatua fue desenterrada durante las labores de salvamento arqueológico que se realizó en el Tramo 7 del proyecto Tren Maya —el cual corre de Bacalar, en Quintana Roo, a Escárcega, en Campeche—.
El antropólogo y director general del INAH, Diego Prieto Hernández, detalló que la representación de dicha deidad prehispánica se halló como parte de una urna, en cuyo cuerpo muestra el rostro de una deidad, posiblemente, solar, y en la tapa, la cabeza del dios K’awiil.
«Es muy importante este hallazgo porque hay pocas representaciones del dios K’awill; hasta el momento, solo conocemos tres en Tikal, Guatemala, y esta es una de las primeras que aparece en territorio mexicano», destacó Prieto Hernández.
La deidad, dijo, está representada en pinturas, hachas votivas y relieves, así como en los códices Dresde y Maya de México (antes llamado Grolier), y no es frecuente que aparezca como figura en tres dimensiones.
Usualmente, se caracteriza por una cabeza zoomorfa, con ojos grandes, hocico largo y respingón y pie de serpiente. De su frente sale una antorcha, un hacha de piedra o un cigarro, normalmente despidiendo humo, mientras que una pata de serpiente representa un rayo. De esta manera, Kʼawiil personifica el hacha relámpago tanto de la deidad de la lluvia como del rey.
Hay que recordar que los relámpagos juegan un papel crucial en los cuentos que tratan sobre la creación del mundo y su preparación para el advenimiento de la humanidad. De hecho, en la cosmogonía del Popol Vuh, tres deidades del rayo crean la tierra a partir del mar primordial y la pueblan con animales.
En este caso, la representación de solo la cabeza de Kʼawiil sugiere que formó parte de un ritual de inauguración y acceso al trono del rey, donde no solo encarnaba el poder del rayo bélico, sino también la promesa de traer fertilidad y longevidad para que la semilla del monarca perdure por «innumerables generaciones».
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