Una historia medieval sobre el tesoro de un obispo muerto, el Papa y un pirata cuyo nombre significa «explosión de fuego» o «flatulencia de fuego», ha sido revelada en documentos de los archivos del Vaticano publicados recientemente.

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«Hollywood tiene el guión de una película en esta historia; lástima que nadie la conocía por estar sepultada en estos documentos», declara Charles Donahue Jr., profesor de la Universidad de Harvard y autor del prefacio del nuevo libro The Spoils of the Pope and the Pirates. Editado por Daniel Williman, profesor emérito de la Universidad de Binghamton, y Karen Ann Corsano, de la Universidad de Cambridge, los documentos en latín se exponen en este ejemplar que saca a la luz una pintoresca historia de piratas.

El tesoro del obispo muerto

De acuerdo a los documentos del Vaticano, en los primeros meses del año 1357, el São Vicente, un barco cargado con el tesoro de un obispo fallecido, zarpa desde Lisboa. Entre otras cosas, el cargamento incluía oro, plata, anillos, tapices, joyas, y vasijas finas.

El tesoro pertenecía a Thibaud de Castillon, un obispo que había adquirido una gran fortuna durante su práctica eclesiástica.

«Él explotó muy bien su obispado durante tres años, cuando llegó a un arreglo comercial con Peire Laugautru y Guilhem Parayre, unos importantes mercaderes de Montpellier», escriben Williman y Corsano en el libro. Sus actividades comerciales en el Mediterráneo y en el Atlántico se relacionaban con el comercio especulativo, por ejemplo, comprar materias como la lana y esperar que su valor se incremente.

Si bien De Castillon no estaba obligado a tomar el voto de pobreza, las maneras en que adquirió su riqueza era y es cuestionable para alguien en su posición.

«La usura —prestar dinero con alta tasa de interés— era un pecado mortal, y la ganancias obtenidas de inversiones comerciales eran consideradas usureras», acotan los autores. «Para esquivar las consecuencias de este pecado, De Castillon hizo burdos esfuerzos para pretender que sus ganancias pertenecían en realidad a sus agentes Laugautru y Parayre».

La Cámara Apostólica —organización a cargo de las finanzas del Papa— quizás vio a estas actividades como una experiencia tentadora para el obispo en Portugal. Lo cierto es que tras su muerte, la Cámara intentó tomar como botín toda la riqueza de Thibaud.

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Ataque pirata

La misión del São Vicente era llevar el tesoro del obispo a Avignon, en Francia, donde se encontraba el Papa Inocencio VI. En el siglo 14, los papas a menudo residían en Avignon debido a las revueltas políticas en Italia.

Mientras zarpaba de la ciudad de Cartagena (España), la tripulación del barco, compuesta por una docena de hombres, fue atacada por dos buques piratas. Uno de ellos comandados por un hombre llamado Antonio «Botafoc». La palabra botafoc significa «explosión de fuego» o «flatulencia de fuego» —su verdadero apellido se perdió en las páginas de la historia. El otro barco pirata estaba al mando de Martin Yanes.

La nave de Botafoc estaba armada hasta los dientes. Los registros indican que la tripulación disponía de alfanjes (espada de hoja ancha y curva) y picas. La galera tenía al menos siete balistas capaces de lanzar proyectiles de piedra de 23 centímetros a grandes velocidades. Enfrentado con este temible arsenal, el São Vicente no tuvo otra opción que rendirse y entregar el tesoro.

El barco de Yanes tenía su salida preparada luego del atraco y escapó impunemente; por otro lado, Botafoc no corrió con la misma suerte y encalló cerca del pueblo de Aigues-Mortes en Francia. La guarnición local capturó entonces a los hombres de Botafoc y los colgó en la playa, posiblemente utilizando los propios postes de la galera para la ejecución.

«Los pobres marineros fueron colgados de forma extrajudicial. La tradición los consideraba hostes humani generis, enemigos de la raza humana y forajidos, y por lo tanto no había ley que los amparara», escriben Williman y Corsano.

Botafoc y unos pocos de sus oficiales fueron perdonados y enviados a prisión. «Habiendo depositado una gran cantidad de monedas de oro con el obispo de Torino, quien residía casualmente en Montpellier, el pirata se rindió ante el capitán de Aigues-Mortes, mientras que uno de sus oficiales quedó bajo la custodia del jefe de justica de la Curia papal en Avignon».

Antes que las autoridades pudieran asegurar el navío en la playa, pescadores locales lo saquearon en gran medida. La parte del tesoro que se pudo recuperar fue a parar a manos del Papa, quien lo utilizó como regalos para la nobleza y la paga a soldados y cortesanos.

Los registros del Vaticano señalan que la tripulación pirata fue colgada, y sus oficiales se salvaron de este destino al pagar una multa o, más bien, sobornar a la gente adecuada.

El segundo barco pirata que atacó al São Vicente —comandado por Yanes— no es mencionado otra vez en los registros históricos. Esto significa que escapó con su parte del gran botín para disfrutarlo en vida, a diferencia del obispo que lo amasó.

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