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Entre las noticias más importantes del año 1994 –las masacres en Bosnia y Ruanda, el juicio del ex-futbolista O. J. Simpson en los EUA, y otras– hubo una que pasó mayormente desapercibida por el público no especializado: se trataba del regreso a la Luna del programa espacial de los Estados Unidos a través de una pequeña sonda "desechable" denominada Clementine, cuya tecnología supuestamente era fruto de la entonces inactiva Incitativa de Defensa Espacial impulsada en la década de los '80 por el régimen de Reagan.
La falta de publicidad en torno a este lanzamiento espacial hizo que el controvertido investigador OVNI George Andrews hiciese el siguiente comentario: "Resulta curioso que la primera misión espacial estadounidense a la Luna en más de 21 años no haya recibido más de dos pulgadas de espacio en los principales periódicos de la nación". Andrews agregó que el monto total de la misión Clementine –$75 millones de dólares– debió haber llamado la atención de por lo menos algún interesado en el presupuesto gubernamental. Según un cable de prensa de la AP, la misión de Clementine 1 consistía en fotografiar nuestro satélite natural así como otro "asteroide inespecífico" (Geographos, nombrado en honor de la revista National Geographic) para probar un nuevo herramental defensivo, cuyas características exactas jamás se dieron a conocer.
Las largas vacaciones que se tomó la NASA de la exploración lunar han sido racionalizadas por los investigadores como la consecuencia de la indiferencia pública ante la exploración espacial, o la hostilidad abierta de dicho público ante el costo elevado de las sondas espaciales. También se ha dicho que en la Luna no se hicieron descubrimientos excitantes, y que lo verdaderamente emocionante de la investigación espacial reside en las arenas rojas del planeta Marte o en las riquezas minerales del cinturón de asteroides. Luego de haber transportado ochocientas libras de roca lunar a una distancia en exceso de doscientas mil millas, la ciencia actual parecía saber todo lo que había que saber sobre nuestro único satélite natural.
La realidad del asunto es que la NASA jamás se olvidó de la Luna, ni siquiera durante los momentos más oscuros de los recortes presupuestarios realizados por el senador Bill Proxmire a fines de los '70 (Proxmire ordenó la destrucción de las instalaciones y herramientas utilizadas para construir los enormes lanzadores Saturno V que llevaron el hombre a la Luna). Se ha observado que durante el Programa Vikingo para la exploración de Marte, la NASA había propuesto el uso de un módulo de descenso parecido al Vikingo I para colocar más de 1.000 libras de equipo científico en cualquier parte de la Luna, aún en la cara oscura, mientras que un aparato orbital proporcionaba comunicaciones con la Tierra. Durante la década de los '80, la ex-astronauta Sally Ride presidió el comité encargado de explorar la mejor manera de regresar a nuestro satélite como trampolín para tareas de exploración más arduas, como la de Marte.
Sin embargo, existían otras líneas de pensamiento que proponían hechos sumamente intrigantes, tales como el hecho de que el proyecto Apolo no había sido más que un disfraz elaborado y de baja tecnología para ocultar el altamente sofisticado programa de exploración militar que efectuaba la exploración verdadera. Muchos llegaron al grado de sugerir la posibilidad de que ya se habían establecido bases debajo de la superficie lunar, excavadas por maquinaria sacada de una pesadilla. Y hubo otros –habitantes en la tierra fronteriza entre la cordura y la locura– que contaron historias sobre bases extraterrestres, linde entre humanos y extrahumanos, y el hecho de que la Luna era una esfera perfectamente hueca.
Colocando la paranoia a un lado, muchos creen aún que este reavivamiento de interés en la Luna resulta altamente sospechoso. Uno de los principales argumentos esgrimidos es la extraña circunstancia de que ambas superpotencias perdieron interés en la Luna casi al mismo tiempo: el altamente exitoso programa Lunakhod de la Unión Soviética tocó a su fin siete meses después de que se produjera el despegue de la misión Apolo 17 de la superficie lunar el 7 de diciembre de 1972. El centro de mando espacial soviético en Baikonur perdió contacto con el Lunakhod 2 misteriosamente en las inmediaciones del cráter Le Monnier, a tan solo 110 millas del punto de aterrizaje del Apolo 17. ¿Habrá sido cierto, entonces, aquel rumor de que los humanos habían sido echados de la Luna por intrusos, y que nuestras sondas lunares habían sido plagadas por intensa actividad OVNI?
La agencia noticiosa UPI hizo eco de una noticia circulada por TASS, el servicio noticioso de la Unión Soviética sobre un hecho ocurrido el 14 de febrero de 1973: el Lunakhod 2 había descubierto una losa de piedra inusualmente lisa, casi parecida al tabique de una estructura humana, en las cercanías de las montañas Tauro. La losa guardaba un parecido extraordinario al célebre monolito descrito en la novela 2001: La odisea del espacio por Arthur C. Clarke.
En la década de los '70, una serie de artículos de prensa sugirieron la posibilidad de que los primeros astronautas habían encontrado naves e instalaciones extraterrestres tanto en el Mar de la Tranquilidad y como en otros puntos de la geografía lunar. Las transcripciones de las conversaciones entre Houston y los distintas expediciones lunares apuntaban la posibilidad de que los intrépidos astronautas estaban en una situación muy fuera de su alcance. El día de navidad de 1968, se produjo un evento extraordinario: mientras que la cápsula Apolo 8 circunvalaba la esfera lunar, las comunicaciones quedaron interrumpidas por un espacio de seis minutos que parecían interminables. Después de este lapso, los controladores en Houston pudieron escuchar que el astronauta James Lovell decía: "Acaban de decirnos que existe Papá Noel". Los aparatos de monitoreo clínico en tierra comprobaron que el pulso de astronauta había saltado repentinamente a 120 pulsaciones por minuto, habiendo permanecido en la gama normal antes del evento.
El aterrizaje de la misión Apolo 11 en el Mar de la Tranquilidad fue caracterizado por la singular "serenata" de sonidos –que asemejaban los silbidos de un tren y ruidos de maquinaria– que interrumpieron el canal de comunicación segura entre el Módulo de Excursión Lunar y CAPCOM en Houston, haciendo que este último preguntara a los astronautas "si tenían compañía allá arriba".
Existe también la creencia muy arraigada, aunque totalmente carente de mérito, de que la misión Apolo 13 (inmortalizada por la película del mismo nombre protagonizada por Tom Hanks) casi fue destruida por un haz de energía disparado por un OVNI contra el módulo de servicio. No obstante, "algo" ha disparado contra nuestros astronautas: un objeto parecido a un proyectil, con una rapidez inverosímil para las condiciones lunares, surcó el espacio justo sobre las cabezas de David Scott y James Irwin de la misión Apolo 15, mientras que los tripulantes de la Apolo 16 fueron sorprendidos por el destello de un haz de luz en el cielo negro de nuestro satélite. Más alarmante aún fue el encuentro cercano con lo desconocido que tuvieron los astronautas Gene Cernan y Harrison Schmitt: una fuerza invisible hizo explotar la antena de alta ganancia en su vehículo lunar. La transcripción de las comunicaciones entre los exploradores lunares y el módulo de mando, que permanecía en órbita, sigue siendo un misterio hasta la actualidad. Los astronautas en el coche lunar dicen: "Sí, explotó. Algo voló sobre nosotros justo antes... todavía..." mientras que el otro responde: "¡Dios! Pensé que nos había impactado un... un... ¡miren aquello!" El intercambio entre los astronautas queda interrumpido por la voz lacónica del control en Houston, asegurándoles que otras misiones han experimentado el mismo fenómeno. Según declaraciones hechas por el doctor Farouk El-Baz, el prestigioso geólogo de la NASA, los extraños objetos debían ser catalogados como OVNIs, puesto que no existían naves soviéticas ni estadounidenses capaces de alcanzar velocidades tan vertiginosas.
En diciembre de 1969, el físico nuclear Glenn Seaborg, quien ejercía el cargo de presidente de la Comisión de Energía Atómica de los EE.UU. (AEC), manifestó durante una visita a Moscú que la misión Apolo 11 había descubierto "huellas sospechosas" en la cara oculta de la Luna... huellas que parecían haber sido hechas por alguna clase de vehículo. Esta declaración no sorprendió en lo más mínimo a mucha gente, especialmente los astrónomos encargados de catalogar los "fenómenos lunares transitorios" y la aparición y desaparición de distintivos extraños en la superficie de nuestro satélite. Desde el siglo XVIII, la comunidad astronómica venía interesándose por las luces que podían ser vistas en ciertos cráteres y en los "mares" lunares. A lo largo del siglo XIX, el cráter Aristarco hizo gala de luces blancas de gran brillantez que fueron descartadas como ilusiones ópticas hasta que un grupo de observadores las vio despegar de la superficie del cráter. Este cráter, altamente visible desde la Tierra, siguió siendo una fuente de actividad extraña hasta bien entrada la década de los '60.
Pero los eventos de alta extrañeza no estaban circunscritos al cráter Aristarco: el cráter Platón –uno de los más visibles a simple vista de la Tierra– reveló luces parecidas a la de una procesión de vehículos, y los tripulantes del Apolo 8 habían hecho la observación de que el Monte Pickering, situado entre los cráteres Messier y Pickering, parece emitir haces de luz. Todo esto parecía indicar que lo escrito sobre este cuerpo celeste supuestamente muerto estaba equivocado, o que sus "inquilinos" estaban sumamente atareados.
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