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El alunizaje de la misión Apolo 11 es un momento inspirador en la historia de la especie humana, sin embargo hoy en día, 50 años después de ese hito, las teorías de conspiración siguen abriendo debate. Una de las tantas es la que asegura que la misión entera a la Luna estuvo influenciada por los deseos de logias masónicas y sus rituales.
Dado que la masonería tiene varias de sus raíces enterradas en la sabiduría del Antiguo Egipto y que, como veremos más adelante, muchos oficiales de alto rango en la NASA son masones, la teoría conspirativa sostiene que el objetivo final de Apolo 11 fue llevar a cabo un ancestral ritual para «establecer comunicación» con una «deidad del principio de los tiempos».
A continuación, el periodista y escritor Gabriel Muscillo entrega una exhaustiva investigación donde analiza esta y otras impactantes proclamaciones que parecen revelar una mezcla de verdades a medias, especulación y extrañas coincidencias.
Hasta hace poco, la cuestión del papel real desempeñado por la Masonería en la conquista de la luna, y particularmente, de la supuesta condición de Iniciado de Neil Armstrong —comandante de la Misión Apolo XI, que coronó con éxito semejante gesta—, era patrimonio casi exclusivo de los grupos que gustan teorizar sobre conspiraciones globales, por lo general desde una óptica de ultraderecha. Según estos, el mencionado astronauta –primer hombre en imprimir su huella sobre el polvo selenita– habría empleado para ello su pie izquierdo, circunstancia que permite sospechar un carácter ritual.
Algunas someras consideraciones inducían, ciertamente, a pensar que nos hallábamos ante una suerte de leyenda urbana.
En primer lugar, Armstrong Masón no hallaba cabida en ningún libro o trabajo de cierta extensión y profundidad; pululaba, en cambio, en sitios web, pasquines y revistas digitales. Cierto es que el supuesto intercambio de «gestos rituales» sobre la superficie de nuestro satélite es mencionado nada menos que por Emilio Corbière, en su enjundioso libro La Masonería: Política y Sociedades Secretas; pero el historiador lo hace de pasada, y manteniendo abierta la puerta a la duda.
En segundo lugar, ninguno de aquellos dispuestos a batirse a capa y espada por Armstrong Masón sabe consignar dónde y en qué año se inició, ni a qué Logia perteneció. Aquellos que mencionan su estatua al frente de un importante Templo Masónico no son capaces de ofrecer una foto como prueba; lo mismo vale para los que refieren sobre retratos del astronauta portando su Mandil.
Por otra parte, algunas fuentes específicas afirmaban directamente lo contrario, y en modo tajante. La página Freemasons in Space, que forma parte del fiable sitio web de la obediencia canadiense Grand Lodge of British Columbia and Yukon, subraya que Armstrong no fue masón; sin embargo, asevera a continuación la militancia en la Orden de su padre, a quien llama Neil Armstrong Sr., señalando incluso su pertenencia a la Gran Logia de Ohio. Dado que tales precisiones contienen al menos un notable error, de que se dará cumplida cuenta más adelante, parece lícito colocar entre paréntesis la noticia toda.
Es así que, a grandes rasgos, la condición masónica de Neil Armstrong era dato que no parecía digno de consideración: podía ignorarse fácilmente, desecharse sin temor, o al menos, ponerse en tela de juicio. Procedía, en efecto, del nebuloso reino de la especulación abierta, cuando no desenfrenada, donde campaban alegremente diversos ejemplares de la fauna conspiranoica, de escasa credibilidad.
Por lo menos, así era hasta hace poco.
Al producirse, el 25 de agosto de 2012, el deceso del veterano pionero, la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones emitió un Comunicado, firmado por su Gran Maestre, Ángel Jorge Clavero, donde «expresa su dolor ante el pase del Hermano Neil Armstrong al Oriente Eterno». Daba por cierta, además, la presencia de «sendas estatuas» de éste y de su compañero, Edwin 'Buzz' Aldrin, a las puertas de la Gran Logia de Washington.
Y de pronto, la balanza se equilibraba dramáticamente. Había entonces al menos un testimonio de peso del lado de Armstrong Masón.
Habiendo cambiado en tal sentido las circunstancias, se imponía, a mi criterio, proceder urgentemente a una «puesta en limpio» de la cuestión. Ello considerando, prima facie, que más allá de la pertenencia o no pertenencia del fallecido héroe a la Orden, ésta tuvo —sin lugar a vacilación alguna— decisivo protagonismo en el desarrollo del programa espacial estadounidense.
No cabe ignorar, asimismo, la gran importancia simbólica que reviste la hazaña lunar para los Masones: hasta el punto de que la misma sugirió a un Hermano Masón de Lomas de Zamora (Buenos Aires, Argentina), Dr. Enrique Febbraro, la creación del Día del Amigo, que se celebra ya en cien países.
Por fin: el Caso Armstrong contribuía a invisibilizar injustamente a 'Buzz' Aldrin, cuyo carácter masón resulta de sobra atestiguado, como si el hecho de haber tomado contacto con el regolito lunar en segundo término lo relegara al puesto de «actor de reparto», condenándolo a vegetar a la sombra de aquel a quien algunos llamaron «el Colón del espacio».
Este abigarrado cúmulo de estímulos me decidió a emprender una serie de lecturas y averiguaciones, que sería pretencioso llamar investigación. Puedo asegurar, en cambio, que fueron intensas y variadas, y que me permití todo el tiempo necesario para contrastar cada dato.
Los objetivos concretos fueron seis:
En primer lugar, cabe destacar que aquel que vemos bajar por la escalerilla del módulo en la ya clásica filmación del alunizaje es en efecto Neil Armstrong, quien como comandante de la misión tuvo prioridad en el descenso. ¿Pero entonces quién lo filmó siendo el primer hombre sobre la luna?
Los ingenieros de la NASA no son tontos y sabían que el primer paso era el más importante, por eso montaron una cámara —de baja resolución, eso sí— en el módulo, que en el momento indicado fue desplegada por el propio Armstrong mientras descendía. De hecho, durante las grabaciones se puede escuchar al astronauta preguntándole al centro de control ubicado en la Tierra si estaban obteniendo una buena señal, antes de seguir bajando por las escaleras.
Ahora, si hablamos de fotografías, efectivamente el retratado es Aldrin, quien siguió al fotógrafo oficial de la misión y pisó la superficie selenita… con el pie izquierdo:
Si acudimos a diversos sitios de Internet empeñados en denunciar la conspiración global de la Masonería, el Judaísmo y el Comunismo para adueñarse de las redes de producción e intercambio, intervenir en los sistemas de gobierno e instaurar un Nuevo Orden Mundial ateo y apátrida, encontraremos que «el primer viaje del hombre a nuestro satélite natural fue protagonizado por una delegación de la masonería, y no sólo eso, el alunizaje del Apolo XI fue programado de acuerdo al calendario de Osiris, el dios más importante del panteón de los antiguos egipcios y figura emblemática del hermetismo». Se trata de una cita textual del sitio Stop NWO que mantiene un anónimo español, y donde el Stop NWO refiere a la «urgente necesidad» de detener la caída de la civilización occidental hacia el New World Order. Esa misma página dice:
«Neil Armstrong, el comandante de la misión, Lubetón y hermano masón, que quiso rendir un homenaje discreto a la Orden y a sus hermanos del universo, al tocar por primera vez al suelo lunar el 20 de julio de 1969, caminó con los mismos pasos ritualísticos con que ingresan los aprendices en los templos masónicos, y para ello se acompañó con la frase que hoy se ha hecho inmortal: Es un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad. Sólo los miembros de la Orden tomaron nota de ese sentido homenaje».
Hay otro sitio que brinda detalles curiosos y pretendidamente inquietantes:
«Entonces [poco después del alunizaje] un ritual extraño, de una clase completamente diferente, de un carácter oscuro y siniestro, ocurrió en la Base de Tranquilidad sobre la Luna. No fue emitido a la Tierra vía televisión, ya que este ritual fue con cuidado trabajado de antemano como una ceremonia secreta, para ser escondida y vista sólo por los ojos de los adeptos Illuminati y su fraternidad Masónica. El astronauta Neil Armstrong, con cuidado, sacó su Delantal Masónico [sic por Mandil] y lo sostuvo para las cámaras sobre su traje espacial, como si cubriera el área de sus genitales – el centro de poder o dínamo de Energía Luciferina en el Ritual Masónico».
Cabe preguntarse cómo es que el autor de tan sorprendente texto logró enterarse de un Ritual secreto, cuidadosamente planificado por las mentes más sutiles y diabólicas, y que no fue transmitido al planeta. Pero, si hemos de juzgar por el grosero error de suponer la existencia de una «base» en el Mar de la Tranquilidad, sitio de descenso del Águila, no cabe conceder a tan primorosos pormenores mayor crédito que a las andanzas del Ratón Pérez.
En otros sitios de la misma índole, se asegura que «en la Casa del Templo, en Washington DC, hay una fotografía de Neil Armstrong sosteniendo su Delantal Masónico [otra vez sic] a la altura de la cintura». Incluso en un sitio de declarada filiación masónica se asevera tajantemente que «Armstrong y Aldrin tienen sus estatuas a la entrada de la Gran Logia de Washington, por ser dos Maestros Masones». Declaración cuya falsedad era muy fácil de comprobar, con sólo procurarse una foto de la fachada del referido edificio:
Claro: se podría argüir que las efigies de ambos astronautas se hallan, en realidad, adentro, en el hall que hace las veces de Salón de Pasos Perdidos, y ante las puertas del Templo propiamente dicho.
El hecho es que Armstrong ha negado repetidamente su militancia Francmasona, y que no figura en las listas «oficiales» de Masones Célebres que ofrece The Grand Lodge of the District of Columbia. La confusión, seguramente, deriva del hecho de que el padre del astronauta, que fue auditor del Estado de Ohio —y que no se llamó Neil, como puede leerse por allí, sino Stephen Koenig— sí fue un activo masón. También fue miembro del Club de Leones de Wakaponeta, su ciudad de residencia. Puede notarse cómo el autor del primer párrafo citado «pisó el palito» al calificar a Neil como lubetón: palabra que, en el diccionario particular de los Hermanos significa, sencillamente, hijo de masón.
Si bien el dato de la filiación masónica de Stephen Koenig Armstrong está corroborado —como tal figura en los listados oficiales del distrito de Columbia—, no pude saber mucho más acerca de su carrera en la Orden. Al parecer, se inició en Cincinnatti. Los sitios web antimasónicos coinciden en endilgarle el Grado 33°. Pero para los conspiranoicos, todo masón destacado es Grado 33°.
Con respecto al supuesto «calendario de Osiris», según el cual se habría programado el cronograma de la Misión Apolo XI, sólo puedo decir que nos enfrentamos a otra insensatez de grueso calibre. Más allá de que el autor del aserto nada explica al respecto, cabe señalar que en el calendario egipcio había dos días consagrados a la conmemoración de los fastos osiríacos: uno dedicado a la muerte y descuartizamiento del dios, cinco días antes del 1° de peret, estación de la germinación, esto es, invierno; y el dedicado a su alumbramiento, esto es, el primero de los cinco días agregados al final del año, conocidos como epagómenos, pero llamados por los nativos del Nilo Mesut necheru: El Nacimiento de los Dioses.
Mas, dado que el primer día de peret corresponde a nuestro 27 de diciembre, la Muerte de Osiris caía el 22 de este mes; y dado que los epagómenos se sumaban después del último día de mesore, el Nacimiento de Osiris se celebraba el 24 de agosto.
Pues bien: la totalidad de la Misión Apolo XI se desarrolló en la segunda mitad del mes de julio de 1969. El lanzamiento del Saturno V que portaba la cápsula Águila ocurrió el 16 de dicho mes; el alunizaje se verificó el 20; el descenso de los astronautas recién seis horas después, ya en la madrugada del día 21; el regreso concluyó con el amerizaje del día 24.
Como puede verse, la coincidencia con el pretendido «calendario de Osiris» es nula.
Cierto es que tenemos a un tal Richard Hoagland, a quien ciertos sitios web adjudican erróneamente la dignidad de «consultor de la NASA». Se trata, en realidad, de un sujeto excéntrico, que lleva años al frente de una peculiar cruzada contra el gobierno estadounidense, acusándolo de ocultar al público las evidencias de que «no estamos solos en el universo».
Hoagland sostiene que, tanto en la superficie lunar como en la marciana, existen estructuras artificiales, erigidas hace milenios por visitantes extraterrestres, a los que no duda en identificar con los dioses que, según las diversas mitologías, instruyeron al hombre, dándole los rudimentos de la civilización. Dioses que, según él, continúan siendo evocados en los ritos empleados por los francmasones. Este delirante individuo afirma que, tras los proyectos espaciales, se halla oculta la Masonería, deseosa de retomar contacto con los antiguos dioses. Y para ello, se enreda en complejos cálculos, que pretenden encajar, a tuerto y a derecho, cada uno de los lanzamientos, alunizajes y reingresos a Tierra del Proyecto Apolo con la constelación de Orión. Ha obtenido de esta forma una serie de «alineamientos» que considera sugestivos.
Entre ellos el referido al 20 de julio de 1969, el día en que Armstrong y Aldrin alunizaron.
Hoaglang afirma que el descenso del Águila en el Mar de la Tranquilidad «coincide curiosamente con el inicio del calendario egipcio». De ahí deduce que alguien, con notable influencia en el seno de la NASA, «venera al dios Osiris, cuya expresión estelar es, precisamente, la constelación de Orión».
Ahora veremos de qué subterfugios se sirve el supuesto «consultor de la NASA» para retorcer los datos, hasta que terminan coincidiendo, siquiera a duras penas, con sus expectativas.
El comienzo del año egipcio, acontecimiento que en modo alguno se encuentra relacionado con el mito osiríaco, ocurría con el orto helíaco de la estrella Sotis (Sirio), en un día que corresponde al 20 de junio de nuestro almanaque. Sólo si tomamos en cuenta el antiguo calendario juliano, en desuso desde 1582 —cuando se impuso el gregoriano, actualmente vigente— nos acercamos a una ligera sombra de coincidencia: el ascenso de Sirio —que es la Estrella Flamígera de los Templos Masónicos— ocurría el 16 de julio, según el abolido conteo.
Pero, además de que para caer en esta fecha debemos recurrir a un calendario perimido hace más de 400 años, debemos destacar que el 16 de julio de 1969 es el día del despegue desde Cabo Cañaveral… No el día del alunizaje.
No cabe duda, en cambio, sobre el carácter masónico del segundo hombre que pisó la Luna: Edwin 'Buzz' Aldrin. Al momento de su histórico viaje, pertenecía a la Logia Montclair N° 144 de New Jersey; antes, había integrado el Cuadro de la Logia Clear Lake N° 1417, en Seabrook, Texas. También era miembro de organizaciones paramasónicas como la Sagrada Orden del Temple de Sión (es decir, los Caballeros Templarios), y la Antigua Orden Arábiga de los Nobles del Santuario Místico, más conocida como Shriners.
En su libro Regreso a la Tierra, (que bien puede considerarse sus Memorias), Aldrin nos cuenta de su deseo de llevar a la Luna el Anillo Masónico del padre, y de su desilusión cuando lo extravió, pocos días antes del despegue. En su lugar, portó consigo una orden especial del entonces Soberano Gran Comendador J. Guy Smith, concediéndole pleno poder en el Nuevo Mundo que visitaría, con la condición de representarlo en él; lo autorizaba, asimismo, a exigir Jurisdicción Territorial Masónica sobre la Luna, en nombre de la Gran Logia de Texas de Libres y Aceptados Masones.
Para conmemorar el histórico acontecimiento —y tal vez también para consolidar a la Masonería Texano-Selenita—, se emitió Carta Patente en favor de una nueva Logia, conocida como Tranquility Lodge Nº 2000 (Logia Tranquilidad), la cual trabaja bajo los auspicios de la Gran Logia de Texas, y que tiene sede provisoria en dicho Estado… ¡hasta tanto pueda establecerse concreta y materialmente en nuestro satélite! En la siguiente página, podremos apreciar el Mandil de este «Templo Extraterrestre».
Claro está que el Levantamiento de Columnas de una Logia en pleno Mar de la Tranquilidad debe considerarse un acto meramente simbólico.
Aldrin ocultó en el interior de su traje espacial una bandera del Supremo Consejo del Grado 33°, Jurisdicción Sur de la Masonería Americana. Consta que la desplegó en la ausente atmósfera lunar —en una ceremonia que, esta vez sí, no captaron las cámaras—, pero me resultó imposible obtener precisiones acerca del destino final de la enseña: hay versiones de que Aldrin la trajo de regreso a la Tierra, para presentarla finalmente al Soberano Gran Comendador Smith; otras, aseguran que la dejó allá arriba, hincada en las rocas selenitas, y que allí sigue; y hay otras, por fin, según las cuales habría sido «rescatada» posteriormente por otros astronautas, también masones, y «repatriada». Lo cierto es que la Biblioteca del Museo del Templo del Rito Escocés en Washington DC, sita en la Sixteen Street 1733, exhibe un pabellón que pretende ser el mismo que Aldrin llevó a la Luna.
Por cierto, existe la posibilidad de que se trate tan sólo de una réplica. He escrito a la referida Biblioteca inquiriendo sobre el pormenor, pero hasta el presente no he recibido respuesta.
A modo de ilustración, pueden exhibirse:
O también:
Algunos sitios web sostenidos por amantes de las conspiraciones, tras regodearse y escandalizarse con semejante cúmulo de datos —pasando por alto que nada tienen de secretos, en tanto el propio Aldrin los refiere en su libro, y se hallan además documentados fotográficamente— adjudican carácter de «símbolo diabólico» al águila bicéfala. Como si no fuera figura común en la heráldica europea, emblema, por ejemplo, del Sacro Imperio Romano Germánico de los Habsburgo, y de la monarquía hispánica con Carlos I; o bien, de la Santa Rusia del Zar Nicolás, entre otras casas reinantes o nobles.
Algunos autores señalan como «sugestiva» la coincidencia con el nombre dado por la NASA al módulo de alunizaje: Eagle, esto es, Águila.
Antes de seguir adelante, parémonos a considerar los documentos fotográficos de que hablo más arriba. No me refería, por cierto, a la foto que utilizó Richard Hoagland como tapa de su amarillista The secret history of NASA (Historia secreta de la NASA), la cual se reproduce más abajo (Fig. 4). La misma es un evidente fraude, producto del liso y ramplón uso del Photoshop. Invito al lector a ver la ampliación que hice de la figura de Aldrin, y a examinar la imagen que aparece en la reflexión del visor de su casco. ¡Lo que en verdad sostenía Aldrin entonces era, a todas luces, la enseña norteamericana!
El documento fotográfico que alego es un tanto más serio: muestra a Edwin 'Buzz' Aldrin, junto a su padre —también masón—, entregando la bandera de marras al Supremo Gran Comendador Smith, el 16 de septiembre de 1969:
Sigamos deleitándonos con Hoaglang. En otro lugar, el conspicuo paranoide acusa a Aldrin de haber realizado un ritual, precisamente «treinta y tres minutos después de tocar superficie selenita, cuando Sirio se hacía visible en el horizonte del satélite»; relaciona luego el número 33 con los Grados del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
Cierto es que Aldrin llevó a cabo un ritual en el Mar de la Tranquilidad. Sí, aquí debo dar la razón al bando de los suspicaces.
Claro que el ritual que el astronauta celebró no tenía nada de masónico: antes bien pertenecía a la más pura ortodoxia cristiana. Aldrin había transportado consigo un diminuto «juego de comunión», que le había proporcionado el templo presbiteriano de Webster (Houston, Texas), al que pertenecía: un pequeño cáliz de plata, un frasquito de vino del tamaño de un dedal, y un fragmento de hostia, consagrado por el pastor Dean Woodrof, el cual había consultado previamente a la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana sobre la viabilidad del sacramento. Durante la mañana, había transmitido por radio: «Me gustaría pedir algunos momentos de silencio. Me gustaría invitar a cada persona que está escuchando, quienquiera que fuere o dondequiera que esté, a que contemple por un momento los acontecimientos de las pocas horas últimas, y a que dé gracias en su propia manera individual».
En la página 233 de Magnífica desolación, Aldrin escribió:
«En el apagón de radio, abrí los pequeños paquetes plásticos que contenían el pan y el vino. Eché el vino en el cáliz. En la gravedad lunar, de un sexto de la terrestre, el vino serpenteó con lentitud por las paredes del recipiente, y graciosamente escapó hacia un lado. Luego leí la Escritura: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos. El que permanece en mí, y yo en él, ése dará mucho fruto; pero sin mí, nada puede hacerse”. Había tenido la intención de leer este pasaje de regreso a la Tierra, pero en el último minuto Deke Slayton me pidió que no hiciera eso. La NASA estaba ya embrollada en una batalla legal con Madelyn Murray O’Hare, la célebre oponente de la religión, sobre la tripulación del Apolo 8, que leyó el Génesis mientras orbitaba alrededor de la Luna en Navidad. Estuve de acuerdo a regañadientes… [Tras la ceremonia], di gracias por la Inteligencia y el Espíritu que llevaron a dos jóvenes pilotos hasta el Mar de la Tranquilidad. Era interesante para mí pensar: el primer líquido alguna vez vertido en la Luna, y el primerísimo alimento comido allí, fueron los elementos de la comunión».
El pasaje que Aldrin recitó corresponde al Evangelio de Juan XV, 5, y fue escogido personalmente por el astronauta. El papel donde lo transcribió, y que leyó a 250 mil kilómetros de la superficie terrestre, se conserva hoy en el templo de Webster, junto con el cáliz utilizado para la ceremonia; con él, cada año, y en el domingo más próximo al 20 de julio, celebran los feligreses lo que han dado en llamar Comunión Lunar.
De más está decir que en ninguna fuente seria se halla la precisión cronométrica que exhibe Hoagland. La página oficial de la NASA proporciona el cronograma exacto de toda la Misión Apolo XI. Según ella, Aldrin bajó 20 minutos después que Armstrong. Permaneció en la superficie 1 hora y 33 minutos, ocupado en desplegar la aparatología para los experimentos programados; 41 minutos después de su regreso al módulo, lo siguió Armstrong. La fase completa de EVA (Actividad Extra Vehicular) duró más de dos horas y media, terminando 111 horas y 39 minutos después del despegue en Cabo Cañaveral. En total, Armstrong y Aldrin pasaron 21 horas y 36 minutos en la superficie de la Luna, incluyendo el tiempo previo a su desembarco y siete horas de sueño a bordo del módulo, antes de abandonar el satélite.
Si aceptáramos los números de Hoagland, Aldrin tendría que haber ejecutado su perverso y secreto ritual masónico apenas 13 minutos después de tocar suelo lunar, apañándose luego, en el escaso tiempo restante, para instalar los instrumentos científicos y la cámara de TV, e incluso recoger muestras minerales.
Claro está que siempre puede sostenerse que la NASA amañó los números. Aun así, resulta difícil aceptar que Aldrin haya contado con un «hueco» suficientemente prolongado, entre sus numerosas y delicadas operaciones, para desarrollar algo tan complejo como un ritual. Cada movimiento de EVA estuvo rigurosamente cronometrado, hasta con precisión de segundos: cualquier demora podría resultar fatal en las exigentes condiciones lunares. Si el amanecer llegaba a sorprender a los astronautas, el brusco salto térmico de -170 a 120 °C hubiera resultado una experiencia más bien incómoda. Sin contar con que no hay registro de interrupción alguna en la transmisión de las imágenes de sus actividades. Los televidentes pudieron ver todos y cada uno de los saltitos pour la galérie de ambos astronautas, como asimismo el desarrollo de sus actividades científicas.
Bien está que las mismas hubieron podido parecer esotéricas para los profanos.
Insistimos: en ningún sitio consta fehacientemente que el «ritual» de Aldrin —que, como vimos, no fue masónico sino crístico— se haya ejecutado precisamente 33 minutos después del alunizaje. Pero, ¿y si hubiera sido así… qué? Poco es lo que puede extraerse de semejantes cábalas numéricas. Tanto valdría retrotraerse a los 33 años que según la tradición tenía Jesús al punto de ser crucificado, como interpretar «mágicamente» el desembarco de Lavalleja y los 33 orientales.
Se suele decir que este destacado científico, cofundador del Laboratorio de Propulsión a Chorro de Pasadena, militó bajo la Escuadra y el Compás.
Parsons fue quien implementó la idea de utilizar perclorato de potasio como oxidante del combustible para cohetes, de modo que podemos llamarlo, sin exageración, Artífice de la Era Espacial en los EE.UU. El propio Wernher Von Braun se refirió a él como «el verdadero padre de la cohetería norteamericana».
Los conspiranoicos lo han acusado de adicto a las drogas y satanista. Algunos apuntan incluso que era «amigo íntimo» del inglés Aleister Crowley y del yanqui Lafayette Ron Hubbard: dos personajes, por cierto, bien distintos.
Crowley, iniciado en la esotérica Hermetic Order of the Golden Dawn (Amanecer Dorado), siempre se definió como mago, y gustaba de hacerse llamar La Bestia, identificándose con el número que, según el Apocalipsis, le corresponde como seña distintiva: el 666. Este excéntrico personaje, siempre posando de maldito sólo pour épater le bourgeois, fue además, cofundador del Astrum Argentum y alma mater de la controvertida Ordo Templi Orientis (OTO), donde rige su Ley de Thelema: «haz siempre tu voluntad». De esta manera, pretendía Crowley seguir fielmente el concepto que el propio Satanás, bajo figura de Serpiente, sibiló en el oído de Eva.
En cambio Hubbard fue un escritor de revistas pulp (se dedicó a la ciencia ficción, el terror y el western), que en algún momento —y según fama, respondiendo al desafío de una apuesta— fundó una nueva religión llamada cienciología. Su controvertido credo, supuestamente «científico», asegura que Xenu, «tirano cósmico», gobernante de la Confederación Galáctica con sede en la estrella Markab, aprisionó en la Tierra a un grupo de disidentes. Esto habría ocurrido millones de años atrás, cuando el mundo atravesaba su Prehistoria. Dichos disidentes lograron separar sus espíritus (llamados thetan), del continente de los cuerpos, sometidos a cárcel y tortura bajo la férula de Xenu. Una vez así liberados, encarnaron eventualmente en algunos de los humanos primitivos que entonces vagaban por el planeta. Hubbard aseguró que, por medio de sofisticados —y costosos— tratamientos terapéuticos, la psique de los descendientes de tales «vehículos ET» puede despojarse de los «engramas alienígenas» (huellas o rastros de memoria y conciencia), para alcanzar cierto estado de pureza.
¿Hay algo de verdad en el heterogéneo combo de acusaciones, lanzado contra Parsons? En este caso, debemos admitir que bastante.
Consta que Parsons se dedicó con verdadero afán al Ocultismo, que fue discípulo directo de Crowley, y que alcanzó el rango de Líder de Ágape (equivalente al Maestro de Banquetes de los masones) en la OTO de California. Conoció a Hubbard en agosto de 1946, iniciando con él una amistad aparentemente férrea.
Por órdenes del propio Crowley desde Inglaterra, Hubbard y Parsons practicaron rituales de magia sexual. Todo terminó, sin embargo, bastante mal: Hubbard se hizo amante de la entonces novia de Parsons, y huyó a Miami con ella… y con una alta suma de dinero. Parsons denunció a Hubbard por robo, pero el caso se resolvió extrajudicialmente: el demandante aceptó un pagaré del «cazador de tiranos galácticos» que, al parecer, disipó su ofensa con la misma facilidad con que los aparatitos de los cienciólogos esfuman engramas extraterrestres.
Los datos, en el libro de Russell Miller Bare-faced Messiah: The True Story of L. Ron Hubbard (Descarado Mesías: La verdadera historia de L. Ron Hubbard, 1987).
Los otros dos textos que suelen citarse, referidos a los «entusiasmos ocultos» de Parsons, no justifican las fuentes de su información, y por tanto no resultan confiables. Se trata de Sex and Rockets: The occult world of Jack Parsons (Sexo y Cohetes: El mundo oculto de Jack Parsons, 1999), escrito por John Carter, y que cuenta con una Introducción de Robert Anton Wilson; y Strange Angel: The Otherwoldly life of Rocket Scientist John Whiteside Parsons (Extraño ángel: La vida de otro mundo del científico de cohetes John Whiteside Parsons, 2005), de George Pendle.
Respecto a Parsons, podemos agregar que fue despojado de su autorización de seguridad en los años ’40, y casi procesado por traición a la patria, sindicado de «deslizar» documentos clasificados de su entonces empleador, Hughes Aircraft, al naciente gobierno israelí. Algunos autores consideran que la explosión que, en 1952, lo mató en su laboratorio de Pasadena, no fue accidental.
Para finalizar cabe señalar que ni la OTO ni la cienciología tienen punto de contacto alguno con la masonería.
La Ordo Templi Orientis (Orden del Templo del Este, u Orden de los Templarios Orientales) es una organización internacional de carácter fraternal y religioso, concebida por el químico austríaco Carl Kellner a fines del siglo XIX, y fundada por Theodor Reuss en 1902. Aunque originariamente inspirada en la Francmasonería, y asociada a ésta, la OTO fue reorganizada bajo el liderazgo de Aleister Crowley, en 1904, con la Ley de Thelema como eje principal. Desde entonces, el Liber vel legis (Libro de la Ley), pergeñado por el excéntrico mago inglés, es texto sagrado de esta organización, su letra es indiscutible y sus dogmas inapelables.
De hecho, la OTO incluye además a la Ecclesia Gnostica Catholica (EGC) o Iglesia Gnóstica Católica, suerte de rama monástica de la Orden.
PROGRAMA MERCURY
Tres de los siete astronautas asignados al Programa Mercury (nombre por demás sugestivo) fueron masones probados: Virgil Grissom, Leroy Gordon Cooper y Walter Schirra. A éstos quizá deba agregarse un cuarto: John Glenn. El 20 de febrero de 1962, y a bordo de la Friendship 7, Glenn fue el primer estadounidense que logró emular la proeza del soviético Yuri Gagarin, describiendo una órbita completa alrededor de la Tierra. Aún no era miembro de la Logia Concorde, en New Concord (Ohio). Ahora bien, 36 años después, Glenn volvió al espacio como parte de la tripulación del trasbordador Discovery… ostentando ya el rango de Maestro Masón.
PROGRAMA GÉMINI
Si exceptuamos a Glenn —que, como hemos visto, aún no era miembro de la Orden— la totalidad de los astronautas masones que salieron de la Tierra con el Mercury, continuaron en actividad durante el desarrollo del siguiente Programa Gémini: Virgil Grissom (Gémini III), Leroy Gordon Cooper (Gémini V) y Walter Schirra (Gémini VI a). A estos se agregaron otros dos adeptos de la Escuadra y el Compás: Thomas Stafford (que acompañó a Schirra, y después tripuló la Gémini IX a) y Edwin 'Buzz' Aldrin (Gémini XII). Cinco sobre un plantel de diecisiete pilotos.
Se dice que Leroy Gordon Cooper llevó consigo, a bordo del Gémini V, la joya oficial del Grado 33° y un banderín de su Logia.
PROGRAMA APOLO
Seis de los diez astronautas con filiación masónica reconocida formaron parte del Proyecto Apolo. Además de Aldrin, claro está, fueron ellos:
La lista de astronautas masones (o por lo menos, de pública pertenencia a la Orden) la cierra, hasta el momento, Paul J. Weitz, tripulante del Skylab 2 y miembro activo de la Logia Lawrence (Erie, Pennsylvania).
LISTA COMPLETA DE ASTRONAUTAS ESTADOUNIDENSES DE FILIACIÓN MASÓNICA
ASTRONAUTAS ESTADOUNIDENSES CUYOS PADRES ERAN O SON MASONES
OTROS PRESUNTOS MASONES ASOCIADOS A LA NASA
T. Keith Glennan, primer Administrador de la NASA, era graduado de Yale, y miembro de Skull and Bones: puching-ball favorito de los teóricos de la conspiración. Skull and Bones es, en realidad, tan sólo una Fraternidad Universitaria. Sólo la liga con la masonería el simbolismo utilizado, y el hecho de que muchos de los que fueron sus miembros cuando estudiantes, resultaron posteriormente iniciados en alguna Logia.
El responsable de la NASA durante el Programa Apolo, C. Fred Kleinknect, fue Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo Grado 33º del Rito Escocés Antiguo y Aceptado —Distrito Sur de los EE.UU.— durante dieciocho años. Se retiró en 2003.
Por error, algunos sitios web sugieren que, en realidad, es hermano del presente Soberano Gran Comendador. «Titular de todos los Masones del Rito Escocés en todo el mundo», lo apostrofa una página nazi-fascistoide, pésimamente redactada. Nótese el despropósito de suponer que existe algo así como una Cabeza Mundial, a la que debe acatamiento la totalidad de los Hermanos de nuestro orbe.
Sean O’Keefe, Administrador de la NASA desde 2001 hasta 2005, es miembro del Bohemian Club; en realidad, una asociación fraternal de artistas, hombres de letras y amantes de las artes, fundada en 1872, exclusivamente estadounidense, y que sólo incidentalmente guarda alguna relación con la masonería.
La evidencia circunstancial de pertenencia masónica o simpatías esotéricas tiende a engullir incluso a los subcontratistas de la NASA. A modo de ejemplo, se dice que Jack McDonnell, jefe de la Aeronáutica McDonnell, contratista principal para el desarrollo de la nave espacial Mercury, era devoto cultor de las Ciencias Ocultas; circunstancia alegada por algunos para explicar los extraños nombres de muchos de los aviones de la compañía: Phantom, Devil, Banshee, Goblin, Voodoo…
Un paseo, siquiera somero, por los ásperos campos de Internet nos enfrenta con disparates de todo tipo, arbitrariamente ensartados como cuentas de algún monstruoso collar, de modo que parezcan al incauto miembros de una serie, proponiendo a la calenturienta imaginación de los conspiranoicos truculentas sagas.
Existen, por caso, quienes se lanzan a la captura de «claves numéricas» en el desarrollo de la carrera espacial norteamericana. Estos hallan significativo que todas las misiones Mercury —primer programa tripulado de los EE.UU., desarrollado entre 1961 y 1963— se hayan llevado a cabo en cápsulas marcadas con el número 7… Sobre todo, considerando que sólo contó un total de seis viajes: Freedom 7, Liberty Bell 7, Friendship 7, Aurora 7, Sigma 7, y Faith 7.
La respuesta a este aparente enigma resulta sencilla.
En 1957, fueron siete los astronautas seleccionados para participar en el Proyecto Mercury: Alan Sheppard, Virgil Grissom, Leroy Gordon Cooper, Walter Schirra, Deke Slayton, John Glenn, y Scott Carpenter. Pero, finalmente, Slayton fue apartado de la lista de vuelos, por habérsele detectado un problema cardíaco. Sus compañeros decidieron, entonces, marcar todas las cápsulas con el número 7, en recuerdo del plantel original, y en homenaje al excluido.
Deke Slayton continuó en el programa espacial como controlador de vuelo hasta 1975, cuando finalmente salió al espacio en la misión conjunta soviético-estadounidense Apolo-Soyuz, de carácter meramente político.
Hay quien agrega que «siete es, también, el número máximo de ocupantes que el Shuttle puede transportar, y el número de fatalidades de los trasbordadores Columbia y Challenger»… Sin caer en la cuenta de que, si las lanzaderas espaciales tienen siempre siete tripulantes, resulta lógico que sean siete los accidentados cuando tales lanzaderas se accidentan.
Otros escudriñan lo que entienden como «anagramas» en los nombres asignados al programa espacial norteamericano, descubriendo con asombro «la presencia de símbolos de gran significado mágico-esotérico». ¿Cuáles, por Dios?, se preguntará a estas alturas el lector. «Pocos han advertido que tras la estilizada A del proyecto Apollo se esconde, también, la constelación de Orión, trasunto del dios Osiris de la mitología egipcia. El trazo horizontal de la A está formado por las estrellas Mintaka, Alnilam y Alnitak [el Cinturón de Orión, que nosotros llamamos Las Tres Marías], del mismo modo que las tres pirámides de la meseta de Guiza lo representan en la Tierra».
«Prácticamente todos los astronautas han sido masones, o sus padres lo han sido, o han estado relacionados con la Masonería. Y los que no pertenecían morían en extrañas circunstancias», nos advierte www.narom.org, acotando renglón seguido que los Hermanos «dirigen todos los estamentos económicos, sociales y políticos de nuestras sociedades», lo que incluye «por supuesto, la NASA, los viajes espaciales y la CIA».
La pregunta que surge espontáneamente es: si los masones controlan tan perfecta y absolutamente la agencia espacial estadounidense, ¿por qué no colocar en el espacio, simple y directamente, a miembros de la Orden, en lugar de permitir el ingreso de «profanos», con los que luego deben, inexorablemente, gastar energía, esfuerzos y horas de brain-storm con el único fin de llevarlos a la muerte «en extrañas circunstancias»? Ganas de complicarse la vida gratuitamente.
Hablando de muertes misteriosas, ahí tenemos a Virgil Grissom, piloto de Liberty Bell 7 y segundo estadounidense en órbita. Los conspiranoicos sostienen, sin que se sepa la fuente, que Grissom fue preparado para ser el primer hombre en caminar sobre la Luna. «Sin embargo, Grissom fue asesinado el 27 de enero de 1967, junto con sus compañeros astronautas Ed White y Roger Chaffee, durante un ejercicio de entrenamiento de la prueba pre-lanzamiento para la misión del Apolo I en el Centro Espacial Kennedy», acusan. Ahora bien, Grissom no era, precisamente, un «no masón»… sino un Hermano hecho y derecho. ¿Por qué eliminarlo? ¿Sólo porque la Jerarquía cambió de opinión, y decidió sustituirlo con Aldrin?
La realidad es que tanto Grissom como sus infortunados compañeros fueron víctimas de un accidente.
Las pruebas pre-vuelo consistían en crear una atmósfera presurizada de oxígeno puro. Un cortocircuito en un cable mal aislado provocó un incendio que se extendió muy rápidamente, casi de forma explosiva, matando a los astronautas por asfixia en sólo 17 segundos. La falta de un sistema de escape de emergencia en la escotilla de la cápsula contribuyó en parte al desastre.
No se pudo salvar a los astronautas, pero las filmaciones demuestran que se intentó con desesperación. La escotilla se abría hacia adentro, pero para ello había que vencer la presión interna, que era superior a la exterior (como en todas las naves espaciales). Los astronautas hubiesen debido liberar la presión mediante una válvula para que el equipo de rescate consiguiera auxiliarlos. Con sólo 17 segundos de vida y la atmósfera de la nave en rabiosa combustión, es evidente que no pudieron hacerlo. Los rescatistas forzaron la puerta de la escotilla apenas 5 minutos después de iniciado el fuego, pero Chaffee, Grissom y White ya habían muerto, a causa de la inhalación de humo.
Todo el programa Apolo fue sometido a una investigación exhaustiva a partir de la tragedia.
Sobre Alan Bartlett Sheppard, que comandó la misión Apolo XIV, y fue la quinta persona en pasearse por Selene, los conspiranoicos dicen que, allá arriba, mostró su amor por Satán.
Siendo un jugador de golf de reconocida habilidad, Sheppard, dueño, además, de cierto espíritu histriónico, decidió hacer gala de ella, probando dar algunos golpes. A pesar de llevar gruesos guantes y un traje espacial rígido, que lo obligaba a aferrar el palo de golf con una sola mano, Sheppard golpeó sucesivamente a tres pelotitas con un hierro seis, enviándolas, gracias a la escasa gravedad lunar, y según propias palabras, «a millas y millas y millas». La anécdota es cierta. Aún más: fue filmada.
Pero los atravesados, que tanto abundan en la web, dicen que el golf es «un deporte vinculado a la Masonería», (riguroso sic), y que el hecho puntual de que el astronauta propinara tres golpes con un hierro seis encierra oculta y oscura simbología: la sucesión forma la cifra 666 —según el Apocalipsis, el Número de la Bestia—. Además, sostienen que la palabra golf es un acrónimo, formado por las iniciales de Gentleman Only Ladies Forbidden (Sólo Caballeros Damas Prohibido), lo cual, según ellos, «se centra en la idea de que los hombres se deben reunir sin la participación de sus esposas», demostrando así «el nivel de desprecio que sienten los masones por las mujeres».
Pues bien: como mostramos en la lista ut supra, Sheppard no es masón… sólo un lubetón, esto es, un «hijo de masón». Además, no existe ninguna constancia histórica que ligue el origen del golf como deporte a la masonería. Tampoco hay datos serios que sustenten la peregrina idea de que la palabra golf es un acrónimo misógino: antes bien, la mayor parte de los historiadores asegura que el deporte nació en los Países Bajos, y que su nombre se origina en el flamenco kolf, que significa palo.
La cábala numérica de los tres golpes con hierro seis, que nos daría el 666 que cifra al Anticristo según el alucinado de Patmos, (Ap. XIII-17 y XV-2), también podría interpretarse como 6+6+6, esto es, 18… lo que nos permitiría cargar contra los Caballeros Rosacruces. O sobre el siglo XVIII, período sin duda herético: en él sucedieron la Revolución Francesa y la Independencia de los Estados Unidos…
Sin embargo… Nótese que Edgar Mitchell, compañero de Sheppard, quien compartió el insólito «peloteo lunar» que tanta urticaria levanta, era, como quien dice, masón hasta las cachas. Cosa que —extrañamente— no advirtieron los valerosos denunciantes de las argucias diabólicas.
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2 comentariosPrimero debes de hacer a un lado tus comentarios ofensivos hacia lo que no conoces si bien las fuentes y el mito existe no creo que tengas conocimientos sobre la Masonería, así que deja de opinar sobre ellos y de indultar.
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7:17
Buen artículo sobre la masonería, pero muy alejado de la realidad respecto a la luna; la NASA nunca llegó a la luna porque nadie puede salir del domo que cubre el círculo (plano no esfera) de la tierra, porque fuera se la tierra únicamente hay agua al igual que bajo la tierra, es decir vivimos en una prisión https://youtu.be/YcJNeiYiOYM
La luna y el sol son dos "lumbreras" o lámparas, (Génesis 1, 16) y ni modos que los PENDEJOS masones se paren sobre la lámpara llamada luna, nunca se ha sabido que se pueda parar sobre una luz ??. La luna de esos masones hdlgp está en Arizona y Marte en Canadá https://youtu.be/AN1R6YCA5IQ
Y nunca fue un gran salto para la humanidad el tal viaje a la luna más bien "EL GRAN ENGAÑO A LA HUMANIDAD".
Así que deben hacer un nuevo artículo con datos reales, sobre el mentiroso viaje a la luna de los desgraciados masones, que a través del tiempo han venido engañando y viéndonos la cara de PENDEJOS, imagino que se rieron incansablemente, se burlaron tanto de la humanidad que deberíamos hacer una campaña mundial y denunciar todas sus fechorías que son una larga lista. Saludos
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