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Los evangelios nos cuentan la historia de una hombre que fue crucificado, Jesús de Nazaret. Un maestro, alguien que predicaba con autoridad, un obrador de milagros, un hombre al que se recibió en Jerusalén como a un rey pero también un problema para las autoridades porque se hacía llamar el hijo de Dios, un hombre que fue arrestado, enjuiciado, condenado, crucificado y soportó la cruz como los ladrones comunes.
La cruz se utilizó por primera vez en Oriente cinco siglos antes de Cristo, los romanos la utilizaron en todo su Imperio aunque casi exclusivamente para esclavos y extranjeros. Ante espectadores indiferentes se forzaba al condenado a cargar la viga transversal de la cruz hasta el lugar de la ejecución, al llegar allí se lo ataba o perforaba con clavos.
Era una ejecución común sufrida por miles de personas que dejó las huellas del sufrimiento en el Santo Sudario. Nadie ha podido negar que la interpretación de esas huellas demuestre la existencia irrefutable y altamente emotiva de la historia de la pasión de Cristo. Esta muy claro que el hombre del sudario murió en la agonía de la crucifixión después de otras series de torturas, algunas de las cuales, como la corona de espinas, sólo esta documentada en la imagen de Jesús que dan los evangelios.
El hecho que haya sido perforado con una lanza, es también algo inusual, aparentemente era más común romper las piernas de la víctima para acortar su agonía en la cruz. La imagen impresa en el sudario es extraordinaria, se puede ver la sangre que cae desde la herida y baja por la espalda, también se ven claramente las marcas de los crueles azotes y las heridas producidas por la viga horizontal de la cruz.
Una serie de pequeñas manchas de sangre en la cabeza y en la nuca evocan en nuestro recuerdo ocular la imagen de la corona de espinas apretada con mucha tensión contra la cabeza de este hombre, el rostro revela signos de contusiones y sangre cayendo. Los clavos usados para la crucifixión han dejado heridas visibles en las muñecas y en los pies, las marcas de clavos en las muñecas se contradicen con la tradición iconográfica que retrata a Cristo como clavado en las palmas o atado a la cruz. Sin embargo, concuerdan con un reciente descubrimiento arqueológico del esqueleto de un hombre crucificado en la misma época que Cristo, ese esqueleto hallado en una morgue cerca de Jerusalén revela signos de clavos colocados en la parte superior de los brazos, entre el radio y el cúbito; el mismo hallazgo revela una parte torcida del clavo colocada en el talón del hombre y probablemente curvada por la madera dura de la cruz.
La tumba de Jesús, descubierta inesperadamente abierta y vacía, liberó una fuerza interior entre los discípulos, que al entrar al sepulcro vieron los lienzos puestos allí y el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús no puesto con los lienzos sino enrollado en un lugar aparte, el Señor resucitado hizo varias apariciones y envió a sus seguidores al mundo a anunciar las buenas noticias de los evangelios.
La imagen que vemos impresa en el sudario todavía es un desafío para los estudiosos, que no han podido explicar cómo se formó exactamente; nadie duda seriamente de que la imagen es consecuencia del contacto de un cuerpo crucificado con su sudario. Ningún experimento de laboratorio ha sido capaz de reproducir una imagen con características idénticas.
En investigaciones posteriores a 1978, cuando se examinó el Santo Sudario, se confirmó la falta total de pigmento o tinte de color, también se demostró que la imagen se originó por la oxidación de la celulosa en las hebras superficiales de la tela como consecuencia de algún proceso desconocido . También visible en el sudario, además de la imagen, hay algunas manchas de color carmín que han sido consideradas tradicionalmente como sangre. Pruebas realizadas en hilos extraídos del Santo Sudario en 1978, han identificado efectivamente rastros de sangre, primeros reconocidos como humanos y luego más específicamente como del grupo AB.
Durante el Imperio Romano, el sudario llegó a Constantinopla y desapareció luego de las cruzadas con los saqueos posteriores al sitio de 1204. Posteriormente, emprendió su camino hacia una campiña francesa y una iglesia en 1353.
En 1453, llegó a las manos de los duques de Saboya, luego pasó por capillas en Francia. En 1506, el Papa Julio II reconoció y autorizó la veneración pública del Santo Sudario, concediendo a la preciada reliquia su propio oficio litúrgico y estableciendo el 4 de mayo como día de conmemoración. Cuando la guerra agitó Europa a mediados del siglo XVI pareció prudente trasladar el sudario a lugares más seguros donde fue exhibido y venerado. En especial en los alrededores de Viena, dan amplio testimonio de la devoción demostrada en varios recorridos y exposiciones. Para facilitar la veneración del arzobispo de Milán, el sudario se trasladó a Turín, la nueva capital del ducado de Saboya en 1578. Y en la catedral de Turín se ha conservado desde entonces.
El sudario nunca abandonó la ciudad de Turín, salvo en el período del sitio francés en 1706 y durante la Segunda Guerra Mundial de 1939 a 1946.
Algunos hechos que parecieran apoyar la hipótesis que el sudario es auténtico son:
Se piensa que Leonardo Da Vinci aprovechó la oportunidad de crear la reliquia cristiana más impresionante como vehículo para dos cosas: una técnica innovadora, y la puesta en clave de una creencia herética. Sin duda, Leonardo se habría divertido cuando tomaba sus disposiciones para asegurarse de que su prototipo fuese conservado amorosamente por el mismo clero que detestaba.
El Santo Sudario, y esto lo reconocen cuantos han escrito acerca de él, tanto a favor como en contra de su autenticidad, se comporta como una fotografía. Es decir, que tiene un curioso aspecto de negativo fotográfico, lo cual significa que no se ven a simple vista sino unas manchas, y sólo al «positivarlo» invirtiendo los valores de claro y oscuro se manifiesta la imagen que contiene. Como no se conoce ninguna obra de pintor ni calco funerario que presente tal efecto, éste se interpreta por parte de los partidarios de la autenticidad como la prueba de su origen milagroso. En cambio se ha descubierto que la imagen de la Síndone se comporta como una fotografía precisamente porque lo es.
Pues sí, aunque parezca increíble de entrada, el Sudario de Turín es una fotografía. Aunque los defensores de la hipótesis milagrosa decían que no era factible, con medios sumamente sencillos se ha logrado reproducir características del Sudario para las cuales hasta ahora nadie había encontrado explicación. Para ello se utilizó una cámara oscura (en esencia, un cajón con un agujero de muy pequeño diámetro), una tela impregnada con una capa fotosensible en la que utilizamos productos que podían conseguirse fácilmente en el siglo XV, y una larga y paciente exposición. Aunque eso sí, el asunto de dicho experimento fotográfico fue un busto femenino de escayola, muy lejos de la categoría del modelo original. Pues, aunque la cara que aparece en la Síndone no sea, como muchos han afirmado, la de Jesús, evidentemente es el semblante del mismo impostor. En resumen, el sudario de Turín es, entre otras muchas cosas, una fotografía de quinientos años de antigüedad y el retratado no es otro sino Leonardo da Vinci.
Ahora bien, y pese a algunas afirmaciones más bien curiosas en contrario, eso no pudo ser obra de un devoto creyente cristiano. El Sudario de Turín una vez positivado, muestra lo que parece ser el cuerpo martirizado y ensangrentado de Jesús. Vamos a recordar aquí que ésa no es una sangre vulgar. sino el propio vehículo de la redención humana. Nadie que se atreviese a falsificar dicha sangre podría ser considerado un creyente... como tampoco sería posible tener el mínimo respeto por la persona de Jesús y suplantar la imagen de éste por la de uno mismo. Leonardo hizo lo uno y lo otro con meticulosa habilidad y, se sospecha, con cierto regocijo secreto. Desde luego, le constaba que la supuesta imagen de Jesús —pues nadie llegaría a darse cuenta de que se trataba del propio artista florentino— estaba destinada a ser venerada por un gran número de peregrinos, incluso en vida de él mismo. Por lo que sabemos, bien pudo quedarse a un lado, de incógnito, contemplando el espectáculo: eso cuadraría muy bien con lo que conocemos de su carácter. Pero ¿sería capaz de imaginar siquiera el número aproximado de peregrinos que se persignarían delante de su imagen en el decurso de los siglos? ¿Que algunas personas inteligentes se convertirían al cristianismo después de haber visto ese rostro bello y atormentado? ¿Pudo prever que la idea vigente en la cultura occidental en cuanto al aspecto físico de Jesús iba a quedar en buena parte determinada por la imagen de la Síndone? ¿Que algún día millones de personas de todo el mundo reverenciarían la imagen de un herético homosexual del siglo XV en lugar de su Dios amado, y que literalmente Leonardo da Vinci iba a convertirse en ¡a figuración de Jesucristo?
Nos parece que el Sudario no anda lejos de haber sido la superchería más ofensiva de la Historia, así como la más creída. Pero, aunque haya engañado a millones de personas, hay ahí algo más que un homenaje al arte de la broma de mal gusto.
Además de ser un fraude y la obra de un genio, el Sudario de Turín presenta ciertos símbolos que subrayan las obsesiones particulares del mismo Leonardo y que también aparecen en otras obras, éstas más generalmente aceptadas como suyas. Por ejemplo, en la base del cuello del personaje que estuvo envuelto en el Sudario hay una clara línea de discontinuidad. Cuando se convierte la imagen completa en un «mapa de contorno» usando las técnicas computarizadas más modernas, vemos que la línea define la base de la imagen de la cabeza por delante, a lo cual sigue una indefinición, digamos, un espacio sin imagen, y luego ésta vuelve a concretarse en la parte superior del tórax. Al parecer ello obedece a dos causas. La primera es puramente practica, porque la imagen frontal es un montaje. El cuerpo es verdaderamente el de un crucificado, y el rostro es el de Leonardo, así que esa linea de discontinuidad indica, tal vez necesariamente, el «empalme» de las dos imágenes. Pero en este caso el falsificador era un maestro del oficio y le habría resultado fácil difuminar o repintar la reveladora línea de separación. Pero ¿y si en realidad Leonardo no quiso quitarla? ¿Y si la dejó deliberadamente, como referencia destinada a quienes tuviesen «ojos para ver»?
Por otra parte, ¿qué concebible herejía puede transmitir el Sudario de Turín, ni aunque esté en clave? Sin duda hay un límite para los símbolos que sea posible ocultar en la sencilla y cruda imagen de un crucificado desnudo... y que a más, ha sido analizada por muchos de los mejores científicos utilizando el instrumental más perfeccionado. Es posible contestar a estas preguntas considerando desde una perspectiva nueva dos aspectos principales de la imagen. El primero guarda relación con la abundancia de sangre que parece haber corrido por los brazos de Jesús, detalle que contradice a primera vista la ausencia simbólica del vino en la pintura de la Última Cena, pero que refuerza de hecho ese punto concreto. El segundo se refiere a la línea de delimitación tan obvia entre la cabeza y el cuerpo, como si hubiese querido Leonardo aludir a una decapitación... Pero, que se sepa, Jesús no fue decapitado, y la imagen es un montaje. Se nos está diciendo que consideremos las imágenes de dos personajes diferentes, pero que estuvieron íntimamente relacionados de alguna manera. Si admitimos esto, no obstante, ¿por qué se colocaría al decapitado «por encima» del crucificado?
Como se puede apreciar, esta pista de la cabeza cortada en el Sudario de Turín no viene sino a reforzar los símbolos de otras muchas obras de Leonardo. Hemos observado ya cómo el anómalo personaje femenino «M» de la Última Cena parece amenazado por una mano que hace el gesto de cortar su esbelto cuello, y cómo también el mismo Jesús es amenazado por un índice levantado delante de su rostro en un ademán que parece de advertencia, o quizás es un recordatorio, o ambas cosas a la vez. En la obra de Leonardo, el índice levantado es siempre, en todos los casos, una alusión directa a Juan el Bautista.
Este santo, el supuesto precursor de Jesús, el que anunció al mundo «éste es el Cordero de Dios», y dijo de sí mismo que no era digno siquiera de desatarle las sandalias, fue de suprema importancia para Leonardo, si juzgamos por su omnipresencia en la obra conservada. Obsesión en sí misma bien curiosa, tratándose de un hombre que, según nos dicen los racionalistas modernos, nunca tuvo en demasiada estima la religión. Si los personajes y las tradiciones del cristianismo no significaban nada para él, difícilmente habría dedicado tanta atención y trabajo a un santo determinado, como lo hizo con el Bautista. Una y otra vez vemos en Juan la influencia dominante de la vida de Leonardo, tanto a nivel consciente, en sus obras, como en el plano sincrónico de las coincidencias que rodearon esa vida.
Cabe destacar que la última pintura de Leonardo, la que se encontró en su cámara mortuoria junto con la Mona Lisa y nadie reclamó, representaba a Juan el Bautista, lo mismo que la única escultura suya que ha llegado hasta nosotros...
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3 comentariosSuponiendo que el Sudario fuera auténtico y que en El hay sangre de Jesucristo, me surge una duda razonable. Obteniendo su ADN y creando una réplica de Jesús, sería su hermano gemelo dos mil años después, pero... ?qué conclusiones sacarían los cristinos¿ ?sería también hijo de Dios o sólo sería un hombre¿
ResponderMucha obseción por Dan Brown. es más creíble la resurrección que todo esa trama de novela brownista.
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agradecia um documentario em portugues
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