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Con un diámetro estimado de unos 20 kilómetros y una velocidad de entrada superior a los 70 kilómetros por segundo, 3I/ATLAS sería, en caso de impactar nuestro planeta, el objeto más devastador en la historia geológica conocida: entre 50 y 300 veces más potente que el que extinguió a los dinosaurios.
Si 3I/ATLAS fuera un objeto rocoso denso (~3000 kg/m³), la energía liberada podría ser ~300 veces la de Chicxulub. Pero si es un cometa menos denso (~500 kg/m³), la energía sería menor, alrededor de 50 veces más. Crédito: MysteryPlanet.com.ar.
En los últimos años, varios objetos interestelares han atravesado el sistema solar, desafiando las expectativas astronómicas. Primero fue Oumuamua, después 2I/Borisov, y ahora, un nuevo visitante llamado 3I/ATLAS ha captado la atención de científicos y teóricos por igual.
Según los últimos análisis, su densidad y composición siguen siendo un misterio. Algunos científicos plantean que podría tratarse de un cometa rocoso procedente de otro sistema estelar. Otros, sin descartar la hipótesis natural, han notado propiedades «anómalas» que lo alejan del comportamiento típico de un cuerpo inerte. ¿Estamos ante una sonda artificial encubierta, como sugieren ciertas voces en la comunidad científica más osada?
Esta imagen muestra la observación del cometa 3I/ATLAS cuando fue descubierto el 1 de julio de 2025. El telescopio del sondeo ATLAS, financiado por la NASA y ubicado en Chile, informó por primera vez que el cometa provenía del espacio interestelar. Crédito: ATLAS/Universidad de Hawái/NASA.
Más allá de la naturaleza del objeto, la posibilidad hipotética de una colisión plantea un escenario digno de la ciencia ficción… o de una extinción masiva.
Si 3I/ATLAS fuera un objeto denso e impactara la Tierra a su velocidad actual, liberaría una energía estimada en más de 3 × 10²⁵ julios. Eso equivale a unas 300 veces la energía del famoso impacto de Chicxulub, el evento que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años.
El cráter resultante superaría los 500 kilómetros de diámetro, y la onda de choque calcinaria todo en un radio continental. Si el impacto se produjera en el océano, generaría megatsunamis de varios kilómetros de altura que arrasarían las costas de todo el mundo.
Pero los efectos no terminarían allí. Las toneladas de polvo y material eyectado a la atmósfera oscurecerían el planeta durante años, bloqueando la luz solar y deteniendo la fotosíntesis. Lo que seguiría sería un «invierno de impacto» global, con temperaturas bajo cero incluso en los trópicos, lluvias ácidas y colapso de la cadena alimentaria.
La humanidad, tal como la conocemos, difícilmente superaría un evento de tal magnitud. La civilización colapsaría en cuestión de semanas. Sin alimentos, sin luz solar y bajo condiciones climáticas extremas, la supervivencia quedaría relegada a pequeños grupos bajo tierra —sí, de esos magnates constructores de búnkeres apocalípticos— o en entornos controlados, si es que los hay.
Sin embargo, la vida en la Tierra es resiliente. Aunque más del 90 % de las especies complejas desaparecerían, ciertos organismos —como bacterias, arqueas y algunos invertebrados— podrían sobrevivir. Con el paso de miles o incluso millones de años, la biosfera se recuperaría. Nuevas formas de vida emergerían, adaptadas a un mundo transformado.
Como referencia, basta recordar que, tras el impacto de Chicxulub, la vida se recuperó en unos 5-10 millones de años, con los mamíferos eventualmente tomando el lugar de los dinosaurios.
Aunque la hipótesis dominante es que 3I/ATLAS es un objeto natural interestelar, algunas de sus características —como su brillo, su falta de coma cometaria pese a acercarse al Sol y su trayectoria ligeramente perturbada— han llevado a algunos científicos a sugerir una posibilidad aún más intrigante: que se trate de una estructura artificial.
El físico Avi Loeb, defensor de la hipótesis tecnológica para Oumuamua, ha sido uno de los pocos en considerar públicamente que algunos de estos objetos podrían ser sondas interestelares desactivadas o tecnológicamente camufladas.
De ser así, entonces no habría que temer para nada una colisión con nuestro planeta; de hecho, su trayectoria parece llevar a este objeto a pasar lo más desapercibido posible a los curiosos habitantes de la Tierra, casi como si quisiera infiltrarse en nuestro sistema solar de manera furtiva para la única inteligencia que lo habita.
«Tenemos dificultades para encontrar el Planeta Nueve, a pesar de que estaría cientos de veces más cerca que el límite exterior del Sistema Solar. Por eso, nuestros telescopios jamás podrían detectar una flota de naves espaciales ubicadas en la nube de Oort exterior. No obstante, si una de esas naves se dirigiera directamente hacia el Sol, podríamos detectarla cuando se encuentre a solo unas pocas unidades astronómicas de distancia. Para evitar ser vista, una nave de este tipo podría elegir aproximarse desde la dirección del centro de la Vía Láctea, una región del cielo repleta de estrellas de fondo que dificultan la observación. Curiosamente, ese es el mismo punto del que proviene 3I/ATLAS, siguiendo una trayectoria alineada con el plano orbital de los planetas interiores del sistema solar», argumenta Loeb en un ensayo.
Aunque 3I/ATLAS no representa una amenaza real, el ejercicio mental de imaginarlo como tal nos recuerda lo frágil que es la vida en nuestro planeta.
Las opciones tecnológicas actuales para desviar objetos de esa magnitud y velocidad —por ejemplo, utilizando naves para impactar, sistemas de propulsión dirigidos, o incluso métodos más futuristas como láseres o explosivos nucleares— siguen siendo conceptos en desarrollo.
Es cierto que avances en defensa planetaria como la misión DART muestran un gran potencial; sin embargo, estas tecnologías todavía no están operativas a gran escala, lo que limita nuestra capacidad para defendernos de una amenaza tan grande y rápida como 3I/ATLAS. Este desafío técnico resalta la vulnerabilidad de la Tierra frente a posibles impactos cósmicos y la necesidad de mejorar nuestras estrategias de defensa.
Es precisamente esta posibilidad —tan remota como escalofriante— lo que impulsa el anhelo de convertirnos en una especie multiplanetaria. Si bien las tecnologías de desvío de asteroides avanzan, el simple hecho de ser capaces de proteger nuestra civilización de un evento cósmico sigue siendo un reto colosal. Vivir en múltiples planetas o en estructuras fuera de la Tierra no solo garantizaría nuestra supervivencia ante una catástrofe de origen extraterrestre, como un impacto, sino que también sería nuestra única opción para preservar la civilización y la vida humana a largo plazo.
Desde luego, si resulta que 3I/ATLAS es de origen artificial, el desafío ya no será solo tecnológico, sino existencial. En ese caso, las cuestiones serían otras. ¿Estaríamos preparados para comunicarnos, negociar... o defendernos? ¿Tenemos siquiera un protocolo claro ante una inteligencia no humana que nos observe desde las profundidades del espacio?
Por MysteryPlanet.com.ar.
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