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Una de las más arcaicas y magnificas leyendas de la humanidad primitiva es la de un reino portentosamente rico, poderoso y sabio que existe oculto en las entrañas de la Tierra. Se dice que allí impera un monarca quien podría ser, si lo quisiera, el Rey del Mundo, el Maha Choan, Señor de la Civilización y del Tiempo.
Esa leyenda tiene raíces profundas que se pierden en misterios que apenas vislumbramos, en arcanos de los que apenas estamos hallando las primeras pistas.
Mas, por ahora, debemos tomarla sólo como leyenda. Como la crónica de hechos a veces mal comprendidos, que ha cruzado el lago sombrío del tiempo de susurro en susurro, acompañada a veces por cánticos, ante la mirada absorta de nuestros remotos antepasados que entonces eran niños.
Arde el fuego, esplendoroso y cálido, en la gruta, la cabaña o la torre de piedra. Quizás afuera se arremolina el viento helado haciendo restallar el peligroso grito de caza de la manada de lobos prehistóricos de poderosa espalda jorobada y mandíbulas capaces de triturar de un mordisco el fémur de un guerrero.
Afuera esta el miedo, el dolor, la muerte, aunque las estrellas brillen reflejándose en los ojos atentos de las fieras. Lo bueno, lo amable, está adentro, junto al fuego central, ese diminuto sol familiar y sagrado. Los muros de la choza los quisieran más gruesos y firmes. Los de la torre dan seguridad porque son de sólida piedra. Pero los muros de la caverna son la Tierra misma que, como una madre, es capaz de envolvernos, cobijarnos.
Alguna vez, a la entrada de la gruta, el oso hambriento procuró entrar con osadía desesperada y rabiosa. Nuestros antepasados niños entonces se escurrieron aterrorizados hacia el fondo, al último hueco de la roca en busca de un refugio contra el Exterior devorador. El pasillo secreto, el túnel, fue por cierto sinónimo de refugio y escape.
Todavía en el Siglo XVII después de Cristo, muchas fortalezas, monasterios y caserones de hacendados eran construidos con túneles subterráneos, secretos, que emergían en lugares bien disimulados a prudente distancia, como vía de escape para las situaciones de crisis.
El célebre historiador romano Plinio refiere que los habitantes de la isla maravillosa de Hiperbóreas (país mítico de gran belleza) lograron huir del cataclismo que hundió aquel edén bajo un sudario de hielo, a través de cavernas y túneles que llegaban hasta el Sur de la actual Alemania. Es decir, 1.200 millas náuticas de galerías subterráneas uniendo el círculo ártico con las tierras templadas. Esto equivale a 2.246 kilómetros. Tratar de imaginarse lo que debió haber sido semejante viaje es ya difícil y agotador. Realizarlo debe haber sido infernal. Algunos miles de seres humanos cargando las vituallas que alcanzaron a tomar, llevando a sus niños por una interminable senda de tinieblas absolutas, siempre con el temor de los abismos súbitos, debiendo elegir las galerías correctas, so pena de extraviarse irremediablemente. A menudo encontrándose en boquerones ciegos. Un viaje de meses interminables, durante el cual sin duda hubieron de complementar su alimentación con las sabandijas ciegas que han elegido por morada esos lugares donde jamás llega la luz astral. Insectos, murciélagos, gusanos, peces estrafalarios.
Todos estos elementos de la experiencia humana, reales o supuestamente reales, se articulan para darle grandeza a la leyenda auténtica, al mito que opera como uno de los potentes motores de una cultura.
El gran filósofo de la ciencia Teilhard de Chardin hizo notar que la vida tiene una voluntad tenaz, metida en su esencia misma, que tiende a hacerla cubrir físicamente, geométricamente, toda la esfera planetaria, aún los lugares más inhóspitos. La vida que descubren los espeleólogos (los que estudian las grutas y cavernas) en las profundidades de la tierra, da una prueba del heroísmo con que esos seres cumplen su vocación colonizadora.
Así, pues, si en verdad ocurrió aquel viaje desesperado de los hiperbóreos hacia el Sur de Alemania, se encontraron en las cavernas las dos categorías de seres vivientes que podrían haberse hallado ahí: los fugitivos, en busca de salvación, y los colonizadores, siguiendo el laberinto de su destino.
Por cierto que los más asustados eran los más peligrosos. Ha de haber sido nauseabundo presenciar alguna de aquellas lúgubres panzadas de sabandijas ciegas, en que bellísimos niños hiperbóreos, con damas tan hermosas como encantadoras, debían asumir la realidad de la miseria y olvidar la repugnancia.
¿Podríamos, entonces, imaginar que algunos de aquellos fugitivos hubieran preferido quedarse para siempre habitando aquel mundo sin luz? Para nosotros, la posibilidad es inconcebible. Sólo un loco hubiera elegido exiliarse para siempre de la claridad celeste de los días.
Así, pues, el camino de la leyenda no nos conducirá hacia el Reino en el interior de la Tierra por el camino de la caverna de escape. Salvo que...
Salvo que en medio de aquellos laberintos hubieran encontrado una nueva luz, un ámbito vital suficientemente grato para que en él hubieran hallado consuelo a los infortunios del viaje y les hubiera repugnado la idea de abandonarlo para seguir la peregrinación a través de los túneles interminables.
El escritor Peter Kolosimo menciona que en la Amazonia, un explorador extraviado accidentalmente en un vasto laberinto subterráneo fue adentrándose más y más en él, a ciegas en su angustia. De pronto, el hombre se encontró en un lugar donde los muros de roca y tierra lucían iluminados "como por un sol de esmeralda". Estas cavernas iluminadas tan fuertemente por aquella luminosidad se extendían indefinidamente. Refiere que el aventurero se encontró también ante un enorme insecto que parecía una araña de dimensiones colosales y un apetito también colosal, por lo cual debió salir huyendo tan rápido como le fue posible. Durante su huida, el explorador divisó al fondo de una de las galerías iluminadas unas sombras que semejaban seres humanos.
También las tradiciones de las lamaserías tibetanas afirman que existen vastos espacios subterráneos en los cuales abunda una fuente de irradiación de energía que emite una especie de luminiscencia verde capaz de sustituir con ventaja los rayos solares ya que estimula el crecimiento de los vegetales y prolonga admirablemente la vida humana retardando al mismo tiempo el envejecimiento del cuerpo y de la mente.
En los Estados Unidos hay otros aportes curiosos que refuerzan las tradiciones folklóricas acerca del "sol de esmeralda". Un buscador de oro, de apellido White, cuenta que durante una de sus incursiones en busca de mineral se adentró por unas cavernas naturales, en 1935. Relata que avanzó mucho hacia el interior de la tierra hasta encontrarse de pronto en una plaza o sala de vastas proporciones donde yacían centenares de cadáveres humanos que parecían naturalmente momificados. Unos aparecían sentados en escaños de piedra tallada; otros estaban tendidos sobre el pavimento de piedra lisa y bien nivelada, en posturas extrañas, como si una muerte súbita los hubiera congelado en medio de movimientos danzarines.
Agrega que aquellos seres se veían vestidos con ropas hechas de un material semejante al cuero, aunque claramente se trataba de otra cosa. En torno a ellos resplandecían grandes estatuas de oro fundido. Dijimos "resplandecían", pues todo el lugar estaba nítidamente iluminado por una extraña fluorescencia verde.
El relato de White causó gran revuelo y pronto se organizó una expedición en busca, a no dudarlo, de las estatuas de oro. La expedición no logró dar con el lugar indicado por el buscador de oro, aunque se aventuraron por varias cavernas laberínticas en las que debieron gastar mucho tiempo y precauciones para evitar extraviarse.
Más tarde, los periodistas entrevistaron a un viejo minero que admitió conocer, también él, aquellos parajes subterráneos. Los periodistas lo sometieron a preguntas detalladas, con objeto de carear su versión con detalles ignorados por el público del relato de White. Ambos relatos coincidían casi en todos los detalles, y las diferencias no eran contradicciones sino simplemente se originaban en dos perspectivas distintas sobre un mismo lugar.
El viejo minero agregó, además, que por ningún motivo indicaría a nadie la entrada a aquel lugar, pues se trataba de una "localidad maldita", que podría desatar horribles calamidades sobre la gente si algunos intrusos imprudentes rompían ciertos sellos. Era obvio que el anciano sentía un terror supersticioso, invencible, en relación a aquellas cavernas.
También en los Estados Unidos surgió otro relato impresionante respecto de las profundas cavernas habitadas. El mismo Peter Kolosimo refiere que en 1920 un guía indio de California, de nombre Thomas Wilson, le proporcionó la historia de una extraña aventura que le habría ocurrido a su abuelo.
Dice Wilson que en una ocasión el anciano indio se introdujo por unos cañadones y desfiladeros estrechos que pronto se convirtieron en galerías subterráneas. El hombre, con el estoicismo inquisitivo propio de su raza, siguió adelante en su exploración, ayudado por una luminosidad que primero era tenue pero que más adelante fue haciéndose más intensa. Finalmente fue a parar a una gran ciudad subterránea en la cual permaneció durante algún tiempo viviendo entre personas extrañas que lo acogieron con discreta hospitalidad caritativa. El anciano no estaba en condiciones de proporcionar muchos detalles sobre la vida de aquellas gentes, excepto que eran muy raros, hablaban una lengua incomprensible y se nutrían de cierta clase de alimentos que no le parecieron muy sabrosos y que no eran de origen natural. Quizás con ello el indio se refería solamente a que no eran ninguna clase de los alimentos que le resultaban conocidos.
También el anciano mencionó que aquellos individuos vestían ropas hechas con algo que semejaba cuero pero no era cuero. Esa descripción nos lleva obviamente a pensar en los materiales plásticos, pero —según la época en que surgieron tanto la historia del abuelo de Thomas Wilson como la de White— los plásticos todavía no se habían desarrollado ni menos podía pensarse en una clase de plástico con la que se pudiera confeccionar trajes.
Existen otras leyendas indias acerca de inmensas redes de túneles, algunos de los cuales se hunden en profundidades tales que el calor se hace insoportable y no es posible respirar. Los apaches, diestros en utilizar las cavernas naturales como escondrijos, tienen historias que nos resultan difíciles de creer. Por ejemplo, una de ellas habla de una comunicación, por cavernas profundas, entre su territorio y... ¡el altiplano incaico!
Cuentan que un grupo de sus antepasados, huyendo ante el ataque feroz de otra tribu, hubieron de refugiarse en esos túneles. Una vez en ellos, emprendieron un viaje que les tomó "varios años" y que los llevó hasta el lejano país de Sudamérica. Y algo más impresionante: según aquellos indios, se trataría de túneles muy expeditos, excavados por la mano de seres inteligentes.
Los monjes budistas tibetanos afirman que existe un vasto reino subterráneo, con ríos, campos de cultivo y numerosas ciudades. Este reino se llama Shambhala, y moran en él los descendientes de una raza de hombres superiores que buscaron refugio bajo tierra para salvarse de un cataclismo espantoso. Las tradiciones de los lamas dicen que de esos hombres superiores surgirá un día un héroe o santo, en todo caso un conductor gobernante de gran sabiduría y poder, que salvará a la humanidad de su destrucción. Este salvador esperado se llama Maitreya.
Por su parte, los hindúes se refieren acaso al mismo reino – o quizás a otro – con el nombre de Agartha. Se trata también de un hermoso reino subterráneo que se encontraría en las profundidades bajo los Himalayas.
Según el naturalista ruso Ossendowky, Agartha es el corazón secreto de la sabiduría y de la inteligencia, y su origen se remontaría nada menos que a 600.000 años atrás. Es decir, Agartha no habría sido construido por nuestra especie Homo Sapiens, que por aquellos años apenas si alcanzaba a bosquejar las características del hombre actual.
Hay numerosas opiniones que apuntan a relacionar el Agartha con la antiquísima civilización pre humana del desaparecido continente de Mu. Desafortunadamente quienes nos proporcionan detalles acerca de Agartha y acerca de Mu lo hacen de un modo entre fantasioso e ingenuo, basándose la mayoría de las veces en fuentes tan dudosas como revelaciones de espiritistas o percepción de voces cósmicas. Fuera de ello, suelen anexar a sus descripciones ciertas supuestas "enseñanzas secretas" de carácter espiritual que finalmente acaban siendo la repetición alambicada del "Amaos los unos a los otros" que Jesucristo expresó con tanta sencillez.
No obstante el mito es poderoso y está vivo en la India, donde se expresa en versiones distintas pero que coinciden en indicar la creencia de que en aquel reino existe una ciencia superior y un entendimiento de la realidad que exige a sus habitantes un sentido ético fundamentalmente distinto del nuestro. Tanto, que los habitantes de Agartha han optado por mantenerse encerrados en sus fronteras subterráneas sin permitir el paso más que a unos poquísimos elegidos que al parecer no vuelven jamás a reincorporarse al mundo de los hombres comunes.
Por cierto que en varias oportunidades han aparecido en Europa, sobre todo en París y Londres, algunos personajes exóticos que han presumido de ser pontífices, dignatarios y hasta reyes de Agartha, para luego verse mezclados en situaciones ridículas o en míseros timos. Sin embargo la misma existencia de semejantes timadores nos da una idea acerca de la poderosa vigencia de la leyenda. Ni en India ni en ningunos de los países himalayos se habla con liviandad acerca de Agartha. Se le considera un asunto serio, y uno queda con la sensación de que aquellos pueblos saben más sobre el asunto de lo que quieren decir.
Por otra parte, también los investigadores occidentales muestran, en la mayoría de los casos, una curiosa reserva acerca de sus descubrimientos sobre el tema, y a menudo sólo tiene el público alguna información en forma indirecta y distorsionada.
Tal ha sido el caso, por ejemplo, de las investigaciones hechas por los nazis. Lo poco que se sabe de ellas ha sido a través de versiones antinazistas y con evidente intención de ridiculizar a Hitler. Sin embargo los rusos habían iniciado un vasto programa de investigaciones científicas en el Tíbet, siguiendo el curso de las tradiciones existentes en los lamasterios budistas del Himalaya, incluyendo el estudio de prácticas iniciáticas y de posible comunicación telepática con inteligencias del cosmos exterior o del cosmos interior. China no ha dado a conocer si por su parte ha continuado tales investigaciones luego del enfriamiento de relaciones diplomáticas con Moscú se ha negado a que nuevas expediciones rusas tengan acceso a esos lugares.
También en su propio territorio los rusos han podido efectuar interesantes exploraciones sobre estas enigmáticas civilizaciones subterráneas. En el Azerbaiyán, por ejemplo, hasta donde fueron enviadas varias expediciones científicas a partir de los escandalosos comentarios supersticiosos sobre el "Pozo Sin Fondo", un embudo vertical, aparentemente formado por la naturaleza, que se abre en aquella región del Cáucaso. Las gentes hablaban de que subían alaridos, golpes, ruidos de forja y lamentos estremecedores y que a veces un resplandor azulenco iluminaba las profundidades mientras que las paredes parecían también adquirir aquella tenue luminosidad.
Al efectuar el descenso por la "chimenea" de la caverna, hubieron de desistir en el intento de alcanzar el fondo mismo, pues su profundidad resultaba excesiva incluso para los medios modernos de exploración espeleológica. Dirigieron entonces las investigaciones hacia las oquedades del contorno, en procura de algún sistema de túneles que les permitieran descender paulatinamente sin perder del todo contacto con la "chimenea" central. Fueron descubriendo así un dédalo de cavernas asombrosas. Exploraciones sucesivas han comprobado que ese sistema de cavernas alcanza hasta lugares enormemente lejanos en la región caucásica y en Georgia, hacia el Sur.
La inclinación natural a suponer que esas cavernas habían sido ocupadas por hombres prehistóricos se vio al principio confirmada por el hallazgo de osamentas humanas y algunas inscripciones rupestres toscas y fácilmente determinadas. No obstante, un examen más minucioso dejó en evidencia que las osamentas eran muy posteriores a la excavación artificial de muchas de las grutas y galerías que interconectaban los túneles naturales.
Finalmente, los espeleólogos rusos descubrieron que había todo un sistema de túneles convergentes hacia determinadas arterias principales excavadas en las profundidades. Desgraciadamente la exploración no ha podido aún ser exhaustiva a causa de las numerosas obstrucciones por derrumbes. A pesar de todo, la red de galerías artificiales ya explorada resulta sorprendente. Casi todas conducen a cámaras o plazas circulares, de techo abovedado, de las cuales divergen nuevos conductos. Se advierten además otras excavaciones de formas especiales: nichos vacíos, pozos verticales excavados a plomada, y unos conductos extremadamente angostos como si por ellos se hubieran deslizado objetos de poco volumen y mucho peso.
La exploración de una galería comparativamente despejada llevó, al cabo de varios kilómetros, hasta una plaza extraordinariamente amplia, con techo abovedado a más de 20 metros de altura, que ostentaba huellas indudables de haber sido obra del trabajo inteligente, muy hábil en el trabajo sobre piedra y en el diseño de bóvedas casi perfectas en su forma ojival, y con dominio absoluto del trazado de muros rectos y firmes que conservan su diseño arquitectónico a pesar de su antigüedad incalculable por ahora y los movimientos telúricos que han debido soportar.
Existe un movimiento arqueológico en Rusia que sostiene que el sistema de galerías se prolongaría, con diversas otras salidas, hasta más allá de las cadenas montañosas de la frontera china e iraní, y se le supone conectado también con las cavernas descubiertas últimamente cerca de la frontera con Afganistán. Es decir, todo un laberinto inexplicable de túneles, en que seres desconocidos realizaron una titánica labor de zapa para unir lugares remotos entre sí, que sin duda resultaría más cómodo alcanzar por la superficie aunque fuese a pie y no a lomo de un buen camello bactriano.
Los humanos comunes somos gente de superficie. Nos gusta el viento, el canto de los pájaros. La bendita luz solar y el milagro inexhaustible de las noches, incluso de las noches nubladas y tenebrosas. La idea de ser enterrado vivo es uno de los horrores clásicos de la humanidad. Y en cuanto a dejarnos envolver por la Madre Tierra, nos resulta sofocante, claustrofóbico. Quizás tenga que ver con eso el insulto tan común de Sudamérica que consiste en desearle a alguien, en lenguaje procaz, que retorne al útero materno.
Sin embargo, la vida en las grandes ciudades suele privarnos del viento y hacernos adaptar a una vida de edificio de apartamentos, donde gracias al confort y la eficiencia pronto dejamos nuestras ansias de naturaleza relegadas a una categoría de placer suntuario para los fines de semana largos y las vacaciones.
¿Y cómo estaríamos de adaptados si, por ejemplo, hubiéramos vivido por muchas generaciones en el interior de una nave espacial?
Para el viajero interestelar, el exterior es el silencio, el vacío mortífero y la negrura salpicada sólo ocasionalmente por la luz cruel de astros, cuya perspectiva, cuando logramos apreciarla, sólo agudiza nuestro vértigo.
Ya varios de los cosmonautas terrestres, en sus pequeñas incursiones al espacio exterior, han formulado declaraciones acerca del sobrecogimiento que produce el espacio extraterrestre, que los ha inducido a adoptar actitudes psíquicas cercanas al misticismo.
Es posible que muchas generaciones de humanos nacidos en una nave espacial produzcan un desgajamiento emocional respecto de aquellos elementos propios de la naturaleza de un planeta como el nuestro. Además, la vida en el interior aséptico de la nave debilitaría, al cabo de cierto tiempo, las inmunidades a los microorganismos comunes en un planeta lleno de vida, y, como describiera George Wells, un simple resfrío podría ocasionar la muerte de toda una expedición.
Este tipo de observaciones han sido recogidas por aquellos que opinan que los misteriosos habitantes de Shambhala y Agartha pueden ser seres llegados del espacio, con una civilización enormemente más avanzada que la nuestra, que han preferido recluirse en un mundo que finalmente no sería muy distinto del interior de una inmensa nave interestelar, en el cual pueden controlar fácilmente la contaminación biológica, el clima, los cultivos necesarios y el orden de sus existencias. En virtud de una tecnología avanzadísima, ellos podrían cortar las rocas como si fuesen de manteca, remover grandes masas de materiales, obtener materias primas y fuentes de energía, sin necesitar para nada del mundo exterior.
Más todavía, es posible que seres como ellos sientan un auténtico desagrado por nuestro exquisito mundo de la superficie. ¡Vaya uno a saberlo!
Ciertamente no existe hasta ahora un fundamento suficientemente sólido como para afirmar que extraterrestres hayan venido a la Tierra en tiempos muy remotos, ni menos que se hayan quedado viviendo en ciudades subterráneas. Para afirmarlo, no; pero, para suponerlo, al menos hay tres de las más importantes figuras científicas de la actualidad que concuerdan enfáticamente que ya existen pruebas suficientes para suponer que esas visitas de extraterrestres son una posibilidad real, concreta, y no una fantasía absurda.
El fallecido astrónomo Carl Sagan y el físico ruso M. Agrest se mostraron inclinados a creer que realmente se produjeron tales visitas, basándose en pruebas sustanciales de que muchos siglos antes de Cristo fueron elaboradas figuras representando el sistema solar incluyendo los tres planetas que serían descubiertos mil años después: Neptuno, Urano y Plutón... además de otro planeta que aún no ha sido descubierto por nuestros astrónomos, pero que teóricamente se supone que existe. Como si fuera poco, está la célebre figura que representa los planetas interiores y, entre Venus y la Tierra, se ven nítidamente marcadas unas líneas que señalan sin lugar a dudas una relación significativa entre ambos planetas.
Para algunos astrónomos y teóricos de la vida extraterrestre, es posible que Venus haya sido un planeta como lo imaginaban los poetas y los escritores de ciencia-ficción antes de que los aparatos terrestres mostraran que se trata de un lugar infernal, con una temperatura cercana a los 500 grados centígrados en la superficie y rodeado siempre de un nublado ominoso de metano y ácido sulfúrico.
Para ellos, es posible que Venus haya padecido una catástrofe desatada por un accidente o un error ocasionado por sus habitantes dotados de avanzadísima tecnología. Quizás una catástrofe nuclear que desencadenó procesos químicos incontrolables a escala planetaria. Y los visitantes extraterrestres habrían sido entonces aquellos venusinos que lograron escapar a tiempo para buscar asilo en la Tierra.
Sea como fuere, los defensores de la teoría de que los misteriosos habitantes de aquellas ciudades subterráneas son extraterrestres aunque de aspecto humano y posiblemente sean incluso de nuestra misma especie, no chocan en sus planteamientos con las tradiciones de Agartha y Shambhala. Al contrario, ambos planteamientos aparecen reforzándose entre sí.
Y de esta manera, la leyenda vuelve hacia Europa, hacia la trágica Hiperbóreas de los antiguos cronistas y los poemas de entonces y de ahora.
Imaginemos una roca de tamaño muy grande, unas cuatro veces el tamaño de la Tierra, flotando en... alguna parte. También es posible que esa roca sea más grande aún, del tamaño de una galaxia, aunque no mayor que eso, pues debe poder girar con comodidad en su "alguna parte". En el centro de esa roca hay una burbuja de aire, una esferita de sólo 42.000 kilómetros de circunferencia. Al centro de esa burbuja habría un solcito bastante chico, de un diámetro de, aproximadamente, 46 kilómetros, y en torno de él giraría lentamente una nube hecha de una sustancia opaca pero tachonada de "cositas brillantes" las cuales serían las galaxias, nebulosas, quásares, estrellas y planetas. Cuando la nube pasa frente al pequeño sol, proyecta una sombra sobre las paredes de la burbuja. Esa sombra se llama "noche". Y en las paredes de la burbuja, parados con la cabeza vuelta hacia el centro, nos encontraríamos nosotros.
Esa teoría, que nos parece hoy delirante, fue admitida por numerosos hombres de ciencia y astrónomos alemanes del período nazi, a partir de las visiones esotéricas de Horbigger. Desde luego que la hazaña estadounidense del Apolo 12 y la llegada del ser humano a la luna, barrió con aquel delirio y lo redujo a la condición fantasmal del error mental.
Sin embargo, desde un punto de vista matemático y físico, la delirante teoría de Horbigger era suficientemente sólida como para inducir a error a científicos alemanes capaces de mantener en alto el tradicional prestigio de la ciencia germana, que calculaba con precisión las trayectorias estratosféricas de los cohetes V2, que habían ya desarrollado el radar y que avanzaban velozmente compitiendo por la carrera hacia la fabricación de la bomba atómica. De hecho, esa hipótesis permitía justificar con más claridad muchos fenómenos extraños que todavía siguen siendo enigmáticos para la ciencia, como ciertos movimientos de las mareas o las elevaciones notables de temperatura que se han verificado en la estratósfera.
Fue sólo la evidencia experimental del vuelo espacial la que permitió definitivamente desterrar esa otra forma de "Tierra Hueca" propuesta por aquel extraño Herr Horbigger cuyos mayores méritos se orientan hacia las interpretaciones astrológicas que efectuó y que lo llevaron a establecer eras de 2.100 años, basándose en el carácter mágico de los números 3 y 7.
El carácter centroeuropeo tiende a veces a engendrar mentes delirantes, así como genios auténticos y soñadores geniales.
Las tradiciones europeas abundan en referencias folklóricas hacia los habitantes de las profundidades subterráneas. Sobrepuestas al relato romano sobre Hiperbóreas y la Última Thule, baluarte final de aquella raza superior, casi angelical que habitaba allí, Europa tiene un acerbo legendario de gnomos, "goblins" y enanos, excavadores habilísimos y maestros en minería y tallado de la piedra. Incluso ciertas leyendas bretonas hablan de hadas que moran en lugares subterráneos.
La ensoñación poética quizás pueda entroncarse con testimonios auténticos dados por gentes sencillas e ignorantes que hayan tenido encuentros reales con verdaderos habitantes de las entrañas de la Tierra, que se insinúan en otras leyendas y hasta en descubrimientos científicos que nada tienen que ver con cuentos de hadas. De los demonios subterráneos se habla con temor y seriedad desde los tiempos de Sumer. Se han encontrado tablillas con referencias harto terroríficas a tales diablos, en las ruinas del palacio de Asurbanipal, en Asiria. Y hasta los griegos nos dejan indicios significativos al ofrecernos, por ejemplo, el mito de Hefaistos, el Vulcano de Roma, que en su morada subterránea era maestro insuperable en la metalurgia. Además, era ese tecnólogo subterráneo quien tenía la misión de "fabricar los rayos" de Zeus, el señor de las Alturas. Otra peculiaridad de Hefaistos-Vulcano era la de estar casado con... Venus, el planeta que una y otra vez surge en los rastros de las más antiguas civilizaciones de la Tierra.
Pero quizás el mito más conmovedor sobre la Tierra Hueca sea el que identifica el Agartha con Hiperbóreas. Según muchos investigadores con inclinaciones esotéricas, los seres superiores que habitan allí son tan perfectos que podrían definirse como "mitos revestidos de materia".
Una síntesis brillante de esta nueva leyenda la entrega el escritor Miguel Serrano en su obra "El Cordón Dorado", aunque el tema irradia y compenetra la mayor parte de su obra de madurez. Según esta leyenda, la Tierra sería hueca en su interior; a una profundidad de 800 kilómetros de la superficie se abriría un amplio "mundo interior" respecto del cual la gravedad actuaría en dirección a la corteza por encontrarse allí la masa planetaria principal. Al centro del planeta, como un corazón radiante, habría un núcleo ardiente y luminoso que proveería de luz y calor a ese mundo "interior".
Esta leyenda sostiene que dentro de la Tierra —cabeza abajo en relación a nosotros— hay tensas tierras, mares, cordilleras y ríos, todo un pequeño planeta involucrado por el nuestro, con una gravedad menor que permitiría a sus habitantes y vegetación alcanzar estaturas enormes. Además, las virtudes del corazón radiante de la Tierra favorecerían la vida mucho más que la luz solar y rejuvenecerían a quienes lograsen entrar allí a una edad avanzada.
En ambos polos, dice esta leyenda, se encuentran ocultas las entradas principales al planeta Tierra Interior, aunque habría también otras vías de acceso en los Himalayas, los Andes y ciertas cavernas misteriosas que se pierden en las tinieblas profundas de la madre Tierra.
Es una leyenda nueva, con raíces muy antiguas. Es un sueño antiguo pero encierra la confiada esperanza de la infancia que, por fortuna, parece perdurar en el meollo mismo de nuestra especie Homo Sapiens. Mucho es lo que la Tierra esconde.
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