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Mucho se ha hablado y escrito sobre el esoterismo y su práctica en el Tercer Reich, desde la afición personal de Hitler por los matices metafísicos de la (¿pseudo?) historia germana hasta las búsquedas místicas de la Ahnenerbe. En el tráfago de información, se menciona repetidas veces a las propias SS como de raigambre ocultista, pero generalmente no se detalla la naturaleza de sus prácticas en este sentido. Ello es lo que trataremos de develar en este artículo.
Es posible que el lector critico se pregunte por qué toda esta información no fue expuesta al mundo, por caso, durante los sonados juicios de Nüremberg. Las razones son dos, ya que los fiscales estaban perfectamente informados de las prácticas mágicas de los nazis en general y las SS en particular. Por un lado, el temor que hablar de ello sirviera, en un futuro, de semillero ideológico y místico en algún resurgir del nazismo (lo que efectivamente ocurrió; las prácticas esotéricas nazis se han convertido, en la actualidad, en una justificación «filosófica» de neonazis). Y por otro lado y casi desde un ángulo de aproximación absolutamente opuesto, evitar que los abogados defensores pudieran emplear esas prácticas como evidencias de «insanía» y así morigerar las penas impuestas a los responsables.
Las Schutzschaffel (literalmente, «Escuadras de Protección») comenzaron como una pequeña guardia llamada Saal - Schutz (de allí, «SS») dentro de las filas del partido nacional socialista alemán, hasta que el ingreso al mismo de Heinrich Himmler en 1925 le dio la mística, organización, recursos y poder político y policial que les emcumbraría aun por encima de la Gestapo, y finalmente ésta quedar bajo la órbita de aquella.
Se dividía en tres grupos: las Allgemeine SS (SS General, que se ocupaba de funciones policíacas e implementar las políticas raciales), las Waffen SS (SS Armadas, tropas de combate de élite) y las Totemkopfverbände SS (Unidades de la Calavera SS, dirigía los campos de concentración y exterminio) aunque, como se señaló, dependían de ella la Gestapo y el Sicherheindsdiest o servicio de inteligencia.
Fue precisamente Himmler, muy versado en ocultismo germánico y medieval, quien decidió darle a las SS su impronta esotérica. Progresivamente, logró la autorización de Hitler para transformar el entonces incipiente cuerpo en una Orden, con sus propios ritos de iniciación y de «paso de grado», uniformes de diseño exclusivo (por parte de Hugo Boss, sí, el fundador de la afamada casa de modas y perfumes), grados militares totalmente ajenos a la Wermacht (el ejército regular alemán) y, muy especialmente, subordinación directa al Fürher. Muchos historiadores han señalado el enorme parecido —comenzando con el color negro de sus vestiduras hasta la «prelatura papal personal»— que tuvieron las SS con los Jesuitas los que, como se sabe, están también organizados a semejanza de una orden militar y sólo responden directamente al Papa. Se trata de una correspondencia que no ha sido exhaustivamente investigada, quizás por la erisipela que pudiera provocar ciertos descubrimientos.
Es Himmler también, a instancias de sus astrólogos y «maestros espirituales» (en especial Karl Hauschoffer) quien elige la runa sowilo (o Sieg) como emblemática de la Orden, y en 1934 arrienda —por cien años— el castillo de Wewelsburg, que será el Camelot de los más altos oficiales de las SS.
¿Por qué Wewelsburg? No está muy claro, aunque es posible que pesara el hecho de que en el siglo XVII miles de mujeres acusadas de practicar brujería fueron encarceladas en él y donde algunas murieron en «actos de fe» llevados a cabo por las autoridades eclesiásticas. Dado que las «prácticas brujeriles» por las que se les penalizaban eran supérstites de antiquísimas prácticas mágicas y chamánicas asociadas al imaginario germano ancestral (del que eran tan deudores los nazis), es probable que se considerara que el martirio de tantas mujeres por honrar la herencia mágica ancestral haya sido visto como un factor que dotaba de poder especial a ese enclave. Ratifica mi convicción de que ésta es la razón no sólo el concepto de «punto de anclaje» de energías tan caro a la Parapsicología, sino el hecho histórico de que ya durante la guerra Himmler ordenó que los «anillos de la calavera» de todo SS muerto en combate fuera recuperado y enviado al castillo, para ser guardado en un cofre especial en un lugar secreto (otra vez, para concentrar tales energías en ese punto). Tras la derrota, el cofre con, se estima, 11.500 anillos, fue ocultado en alguna cueva montañosa de las proximidades y aún espera ser hallado.
En Wewelsburg se halló el hoy conocido símbolo de Schwarz-sonne, o «el sol negro». Como buena orden iniciática y probacionista, las SS ocupaban dos símbolos identificatorios. Uno, «exotérico», visible, público: las runas sowilo. El otro, esotérico, sólo para ciertos ojos, conocido pero no mentado, invocado mental o espiritualmente pero no exhibido: el sol negro.
¿Cuál es el significado simbólico del mismo? En el centro, una rueda con doce rayos señala el paso del sol a través de todos los meses del año (y los signos zodiacales) que luego se convierten en las doce runas. El significado de esta «conversión» es oscuro, pero adquiere otro significado si atendemos que hacia donde apuntan las runas existen —aún hoy— doce pedestales sobre los cuales hay doce nichos vacíos; se desconoce qué se colocaría tanto en unos como en otros, pero sin duda las runas actuarían como una hipotética «conexión» entre el sol central y esos objetos tridimensionales, cualesquiera que fuesen. Desde el punto de vista de la Magia, se me ocurren varias opciones de objetos que podrían cumplir una función allí (por ejemplo, pertenencias o restos óseos de mártires nazis).
Cuando el 9 de noviembre de 1923 Hilter y un grupo de seguidores marchó en Múnich enfrentando a la policía, ocurriría un hecho de enorme impacto emocional en la fanatizada población alemana de la década siguiente. Esa marcha culminó trágicamente: la policía abrió fuego y dieciséis correligionarios de Hitler cayeron muertos y numerosos heridos (entre ellos y de gravedad, el propio Göering). Hitler, por su parte, sólo salió con un hombro dislocado, producto de la caída que le produjo un camarada moribundo al arrojarse sobre él y así protegerlo —este hecho fue el comienzo del convencimiento del jerarca sobre su propia invulnerabilidad—. A consecuencia del episodio, Hitler fue detenido y fue en ese período que escribió Mi Lucha.
A partir de 1933, dos veces por año, al conmemorarse un nuevo aniversario de ese hecho y en el mes de setiembre, se realizaba un ritual donde las SS presentaban al público la «bandera de sangre» (la bandera con la swástika que llevaban ese día y que quedó manchada con la sangre de los caídos) para que, en un ritual colectivo, nuevas banderas —tanto las que luego marcharían al frente de los ejércitos como las que serían empleadas con fines institucionales— entraban en contacto con aquella, en lo que se conocía como «la inseminación de las banderas», para transferirle su supuesta fuerza vital. Esto se realizaba en el contexto de una concentración multitudinaria, en una verdadera «catedral al aire libre», rodeado de ciento cincuenta reflectores que elevaban al cielo columnas de luz de unos 300 metros de altura.
En su libro, Hilter comenta que «en la mañana, la voluntad del hombre es fuerte, tiene energía para oponerse. Mas cuando cae la noche, su espíritu se debilita frente a un fuerte influjo»…
Pocas semanas antes de caer Berlín, se sabe que la «bandera de sangre» desapareció, y hasta el día de hoy se ignora su paradero. Huelga decir que, al igual que el cofre de los miles de anillos calavera de oficiales SS muertos, es un objeto ansiosamente buscado por ser literalmente un verdadero «objeto de poder» para los acólitos de esta ideología. Si es que ya no se encuentra en manos de algún grupo de Poder en las Sombras.
Era una práctica que reemplazaba la Navidad. Y que consistía en que al amanecer del 25 de diciembre, apenas el Sol rompía en el horizonte, con sus dagas rituales se efectuaban incisiones en número de cuatro: la sangre de una caía a la tierra; la de otra herida, a una copa de vino; la de la tercera, a un fuego encendido; y la de la cuarta se presionaba contra la herida espejo de otro camarada.
El objetivo era obvio: establecer una «red» de energía, un vaso comunicante astral (según la escuela interpretativa) entre el sol que llegaba con sus rayos en esa fecha, la tierra, el espíritu del vino, el poder del fuego y la hermandad de sangre.
Una de las prácticas más oscuras de las SS consistía en la recomendación, a los matrimonios, de buscar engendrar hijos en el término de antiguos cementerios donde se sabía que existían tumbas de «arios nobles», manteniendo la unión carnal sobre las lápidas sepulcrales de esas tumbas. Era tan frecuente esta práctica que el periódico oficial de las SS publicaba listas periódicas de los cementerios recomendados para esa práctica.
No es mucho más lo que se ha conservado como descripción detallada de sus prácticas. Cabe agregar, quizás, que ya en tiempos de la «batalla mágica de Inglaterra» —cuando Churchill, maestro masón de grado 33, convocara a la esoterista Dione Fortune, sir Percy Evans y otros para realizar «rituales mágicos» que contrarrestaran las prácticas nazis—, las SS eran definidas por los círculos espiritualistas de entonces como «luciferinas». Una definición muy precisa, que no tiene tanto que ver con una supuesta naturaleza demoníaca de sus actividades sino de la muy clara distinción especializada entre «luciferismo» y «satanismo», sobre lo que podremos extendernos en otro trabajo.
Pero detengámonos en este detalle: los «luciferinos» creen ser deudores de una entidad espiritual que, obviamente no es Dios, pero tampoco Satanás. Lucifer es «otra cosa». Y en el caso particular de las SS, esta «otra cosa», nunca claramente explicada a las masas pero intuible entre los velos y las brumas de sus creencias, era de naturaleza no terrícola. Algunos, le suponen una inteligencia extraterrestre. Otros (yo, entre ellos) una entidad interdimensional, sobre todo considerando la filiación «hauschofferiana» de sus creencias.
En efecto, Hauschoffer sostenía la idea de una «tierra cóncava«, un delirio que suponía que habitábamos en realidad el interior de una gigantesca esfera. Pero ciertos exégetas señalan que esta interpretación que acabo de exponer es errónea y sólo la consecuencia de una equivocada interpretación de la teoría de ese ocultista y astrólogo maestro de nazis. Porque, según esa corriente, a lo que Hauschoffer se habría referido es que habitamos dentro de una «cavidad», en el sentido de un «pliegue» de una de las tantas dimensiones del Universo, y es a través de estos pliegues como se manifestaba y contactaba la entidad a la que rendían tributo los SS.
Por Gustavo Fernández.
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