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El hielo de 67P/Churyumov-Gerasimenko, el cometa que está siendo explorado por la misión espacial Rosetta, tiene la misma edad que nuestro Sistema Solar. Así lo asegura un equipo internacional de científicos tras analizar el hielo de Chury con el instrumento ROSINA que lleva la sonda Rosetta de la Agencia Espacial Europea (ESA). Su estudio se publica esta semana en la revista The Astrophysical Journal Letters.
La naturaleza del material helado que fue acumulándose en los cometas durante su formación en las regiones más externas de la llamada nebulosa protosolar (la enorme nube o disco de gas a partir del cual se fue formando el Sistema Solar hace unos 4.600 millones de años) es una de las cuestiones de la ciencia planetaria para la que todavía los científicos no habían encontrado respuesta.
Hasta ahora había dos hipótesis. Una de ellas es que el hielo de los cometas es cristalino y las moléculas de agua están dispuestas siguiendo un patrón regular. La otra teoría sostiene que la estructura del hielo es amorfa y las moléculas de agua están desordenadas. El tipo de hielo que alberga el cometa permite a los investigadores averiguar su edad, es decir, en qué momento se formaron.
El estudio, realizado por un equipo liderado por científicos del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS), concluye que el hielo de 67P/Churyumov-Gerasimenko es básicamente cristalino, lo que, según sostienen, implicaría que tuvo su origen en esa nebulosa protosolar y, por tanto, es tan antiguo como el Sistema Solar.
«El cometa 67P se formó al mismo tiempo que los bloques con los que se construyeron los planetas del Sistema Solar, durante la fase de la nebulosa protosolar, que corresponde a los primeros millones de años del Sistema Solar», explica Olivier Mousis, autor principal del estudio e investigador del Laboratorio de Astrofísica de Marsella (LAM).
Si el hielo que contiene Chury, como se le conoce popularmente, hubiera sido amorfo y no cristalino, como ha resultado ser, «los bloques que formaron el cometa serían más antiguos que el Sistema Solar», señala Mousis, que considera difícil precisar la edad que tendrían. El hielo de este cometa se habría formado en la nebulosa protosolar y no en el medio interestelar.
La sonda Rosetta entró en la órbita del cometa 67P en agosto de 2014. En octubre de 2014 el espectrómetro de masas ROSINA (Rosetta Orbiter Spectrometer for Ion and Neutral Analysis), detectó por primera vez en el hielo de 67P/Churyumov-Gerasimenko moléculas de nitrógeno (N2), monóxido de carbono (CO) y argón (Ar). Estos datos fueron comparados con los recabados con hielo amorfo en el laboratorio y con los resultados de modelos que describen la composición de hidratos de gas, un tipo de hielo cristalino en que las moléculas de agua pueden retener moléculas de gas.
Los ratios de nitrógeno molecular y argón hallados en 67P/Churyumov-Gerasimenko corresponden a los hallados en los modelos de hidratos de gas, mientras que la cantidad de argón detectada en Chury es cien veces inferior a la cantidad que puede quedar atrapada en el hielo amorfo. Por tanto, concluyen, el hielo de este cometa tiene una estructura cristalina.
Según detallan, los hidratos de gas que se acumularon en Chury debieron formarse a una temperatura de entre -228 y -223ºC.
La estructura cristalina del hielo cometario, añaden los autores, muestra también que la nebulosa protosolar era lo suficientemente cálida y densa para sublimar el hielo de estructura amorfa que procedía del medio interestelar.
Mousis cree que «la mayor parte de los cometas tiene las mismas propiedades». Su hallazgo sobre Chury, sostiene, tiene también implicaciones para el estudio del origen de los planetas del Sistema Solar: «Por ejemplo, si Júpiter se hubiera formado por la acumulación de bloques amorfos en el lugar que se encuentra situado en la actualidad, habría necesitado tener unas condiciones de frío en la nebulosa protosolar, a menos que este planeta se hubiera formado en una zona muy lejana de la actual. El hecho de que los cometas están compuestos por hielo cristalino resuelve esa cuestión. No hace falta que haya habido condiciones específicas para la formación de los planetas gigantes y de sus satélites», argumenta.
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