¿Podríamos, desde la Tierra, darnos cuenta de que una civilización en un exoplaneta gemelo al nuestro ha iniciado una guerra nuclear a escala global? Esta inquietante pregunta, que parece sacada de una novela de ciencia ficción, ha sido abordada recientemente por el astrofísico Avi Loeb con un enfoque tan riguroso como provocador.

¿Detectaríamos una guerra nuclear en otro planeta? Un análisis desde la astronomía y la lógica interestelar

Crédito: MysteryPlanet.com.ar.

Para imaginar un conflicto de ese tipo en un mundo lejano, podemos usar como modelo un escenario detallado por la periodista Annie Jacobsen en su libro Nuclear War: A Scenario. En él, un ataque inicial de Corea del Norte desata una cadena de represalias entre Estados Unidos, Rusia y aliados de la OTAN, culminando en el lanzamiento de miles de ojivas nucleares. El resultado: explosiones equivalentes a varios miles de megatones de TNT en solo unas horas.

Si asumimos que la eficiencia radiativa de ese cataclismo es del 50 %, la luminosidad total generada alcanzaría los 10¹⁵ vatios, aproximadamente el 1 % de la luz solar reflejada por la Tierra. Este tipo de estallido energético, con firmas específicas en el ultravioleta y el infrarrojo, podría ser observable desde telescopios espaciales como el Hubble o el James Webb, si se produce en un exoplaneta cercano —digamos, a unas pocas decenas de años luz—.

Lamentablemente, hasta ahora no se han realizado búsquedas específicas de estas llamadas «llamaradas de Annie», ni se ha detectado alguna por accidente. Detectar una de estas explosiones sería como ganar la lotería cósmica: incluso si una civilización como la nuestra entra en guerra nuclear una vez por siglo, habría que observar continuamente unos cien exoplanetas gemelos para tener una mínima posibilidad de ver una llamarada al año. Y aun así, la probabilidad de captarla en el momento exacto sería de una en un millón.

Más allá de la dificultad de detección, también existe el sesgo interpretativo: si alguna vez captáramos una llamarada con estas características, muchos astrónomos preferirían explicarla como un evento natural, como una reconexión magnética en la magnetósfera del planeta, antes que considerar una causa tecnológica.

Búsqueda de estupidez extraterrestre

Aunque la llamarada nuclear dura apenas unas horas, sus efectos pueden permanecer mucho más tiempo. Una guerra global cambiaría de forma significativa la composición de la atmósfera del exoplaneta, con la aparición de óxidos de nitrógeno y isótopos radiactivos únicos de las explosiones nucleares. Estos rastros podrían ser detectados mediante análisis espectroscópicos si el planeta transita frente a su estrella. En otras palabras, podríamos descubrir una guerra que ocurrió décadas atrás gracias a los vestigios químicos dejados en su atmósfera.

Una observación fascinante es que, de detectarse algo como lo antedicho, estas señales no serían exactamente evidencia de inteligencia, sino de lo contrario. Una civilización que se autodestruye con sus propias armas refleja más una tendencia interestelar a la estupidez que a la inteligencia. Por ello, algunos proponen redefinir el concepto de SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) como SETS (Búsqueda de Estupidez Extraterrestre).

Curiosamente, tras el uso de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, se sucedieron décadas con oleadas de avistamientos OVNI en la Tierra. ¿Significa esto que estábamos siendo observados por una civilización alienígena?

Este razonamiento va aún más lejos: así como el dinero, la tecnología es útil hasta cierto punto. Más allá de un umbral, puede convertirse en un peligro existencial. La humanidad —y cualquier otra civilización tecnológica— podría llegar a un punto en el que su desarrollo se convierta en su propia condena.

Reflexión final: ¿ya cruzamos el umbral?

¿Estamos acercándonos peligrosamente al límite de nuestra capacidad para coexistir con nuestras propias creaciones? Ya sea por armas nucleares, inteligencia artificial fuera de control o experimentos tecnológicos sin precedentes, la pregunta no es si podemos hacer algo, sino si debemos hacerlo.

Al estudiar otras civilizaciones, podríamos construir un gráfico que relacione el nivel tecnológico con la duración promedio de su existencia. Identificar ese umbral de autodestrucción podría ser clave para nuestra propia supervivencia. De lo contrario, corremos el riesgo de repetir la escena final de Thelma & Louise: acelerar hacia el abismo sin darnos cuenta hasta que ya sea demasiado tarde.

Por Avi Loeb para MysteryPlanet.com.ar.

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