Mystery Planet es un sitio web que ofrece noticias y artículos sobre ciencia y misterios. Para estar al tanto de todo lo que publicamos, además de seguirnos en nuestras redes sociales o suscríbete a nuestro boletín de noticias, te invitamos a nuestro canal de Telegram.
Desde los valles andaluces hasta las arenas egipcias de Hawara, el artista y explorador Louis De Cordier nos narra en primera persona su colaboración con investigadores, científicos y expertos en tecnología satelital para desentrañar lo que podría ser una colosal estructura subterránea: el mítico laberinto descrito por Heródoto, posible sede de una ancestral biblioteca atlante. Esta historia, tan épica como real, mezcla hallazgos científicos, antiguas leyendas y avances tecnológicos de vanguardia en una investigación que desafía los límites de la historia oficial.
Interpretación artística del laberinto egipcio descrito por Heródoto. En el recuadro, lo que muestran escaneos recientes bajo las arenas de Hawara. Crédito: MysteryPlanet.com.ar/The Cosco Foundation.
Tiene doce patios cubiertos, seis de ellos orientados hacia el norte, y los otros seis hacia el sur. Estos patios se tocan, y sus portales se abren unos frente a otros; un solo muro exterior ciñe todo el conjunto. En toda la edificación hay dos tipos de aposentos, unos subterráneos, otros en la superficie, tres mil en total; a saber, mil quinientos en cada nivel.
Yo he visitado, he recorrido personalmente, los aposentos superiores, o sea que hablo de ellos habiéndolos visto, pero de los subterráneos sólo dispongo de información de oídas. Pues los custodios egipcios se negaron en redondo a mostrármelos; alegaban que allí hay las tumbas de los reyes que iniciaron la construcción de este laberinto y las de los cocodrilos sagrados.
De manera que de los aposentos subterráneos sólo puedo decir lo que he oído; en cambio, de los superiores, de los que realmente he visto, he de decir que son algo verdaderamente sobrehumano. Pues los accesos de aposento a aposento y los caminos que, llenos de colorido, se cruzan por los patios, todo ello es de una belleza indecible: desde los patios se entra en los aposentos, y de éstos se pasa a los atrios peristilos; luego se pasa a otros aposentos, y otra vez a los patios. En todas partes los techos son de piedra, igual que las paredes, y éstas están llenas de relieves; los patios son peristilos, y las paredes están levantadas con piedras blancas ensambladas cuidadosamente. Junto al ángulo final del laberinto hay una gran pirámide de cuarenta brazas, en la que hay esculpidas figuras gigantescas. Conduce hasta la pirámide un camino subterráneo.
—Heródoto, Historias, Libro II, capítulo 148.
En el apacible abrazo de los verdes valles de la Alpujarra, donde el encalado pueblo de Cádiar albergaba nuestro estudio de escritura, un espíritu inquieto comenzaba a agitarse. Habían pasado varios meses desde nuestra electrizante travesía por Egipto junto a la indomable Carmen Boulter. La serenidad había vuelto a estos valles donde, un año atrás, Andrew Barker y yo habíamos iniciado nuestra misión de escribir un libro que revelara los secretos del laberinto de Hawara. Los estantes comenzaban a acumular polvo, pero la determinación de Andrew ardía con intensidad. Una llama sagrada se había encendido en su interior: revelar esa maravilla subterránea de la que se susurra que podría ser la perdida Biblioteca de la Atlántida, vestigio de una civilización de la Era de Hielo que colapsó hace unos 12.000 años.
Aquella época fue destruida por tormentas solares, impactos cósmicos que atravesaron la atmósfera, terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, sequías y el implacable cambio climático causado por el derretimiento de los casquetes polares. Incluso la civilización más poderosa de la historia —si realmente existió— fue llevada al borde de la extinción. ¿Fue el susodicho laberinto su «arca del conocimiento»? ¿Una guía para iluminar a futuras generaciones sobre cómo convivir en armonía con la naturaleza? ¿Una advertencia esculpida en piedra sobre el inevitable retorno de esos ciclos cósmicos catastróficos? ¿Ciclos que, mientras escribo esto, parecen agitar nuevamente nuestro planeta?
Como un caballero inglés de los antiguos relatos, Andrew alzó su espada y se embarcó en lo que se convertiría en la batalla más heroica de su vida, teñida, como toda epopeya, de un matiz trágico.
Junio de 2015. Un mensaje de voz por WhatsApp crujió en mi móvil: «Andrew aquí. ¿Puedes venir? Hay algo que necesito contarte».
A las 10:00 de la mañana siguiente, lo encontré en el refectorio de la Alquería de Morayma, un remanso andaluz rodeado de viñedos, almendros y el aroma embriagador de azahar. Sentado en una gran mesa española, curtida por el tiempo y repleta de documentos, mapas, cuadernos y su portátil cubierto de polvo, Andrew me esperaba con los ojos encendidos de entusiasmo.
«¡Este es el hombre, Louis!», dijo, presentándome a Timothy Akers, un exinvestigador tecnológico militar y programador que se formó en la división de escaneo satelital del ejército británico. Ahora canaliza su pasión por la antigüedad a través de su empresa emergente, Merlin Burrows, aplicando tecnología satelital de punta para explorar sitios arqueológicos.
El jefe de investigación Tim Akers (izquierda) y el director ejecutivo Bruce Blackburn (derecha) de Merlin Burrows, en Harrogate, North Yorkshire, Inglaterra.
Andrew lo descubrió por casualidad, gracias a un pequeño artículo que Akers escribió sobre unas colosales estatuas que, según antiguos relatos, alguna vez se alzaron en el lago Moeris, cerca del laberinto. Sus escaneos satelitales confirmaban la existencia de dos pirámides que habrían sostenido dichas estatuas: una pista prometedora sobre la cercanía del laberinto.
«Le conté sobre nuestra investigación y el tipo enloqueció. Tanto que activó a antiguos colegas del complejo militar-industrial para procesar los datos satelitales con sus sistemas de máxima categoría —algo que, por su cuenta, le habría tomado años», me reveló.
La historia era tan emocionante como inverosímil. Mi escepticismo equilibraba la emoción. Ya había oído muchas promesas sobre «detección remota». Pero ahí estaba ese hombre: hombros anchos, barba digna de un dios nórdico, y un suéter tejido que parecía hecho para cubrir a un caballo. Mantuve mi cautela.
«Mañana llegan los primeros escaneos procesados», dijo Andrew con la voz temblando de anticipación.
«De acuerdo», respondí, desconfiado. «Pero explícame cómo funciona exactamente esto».
Sin dudarlo, Andrew sacó de su maletín de cuero, curtido por el polvo de Hawara, los mercados de Fayum y mil caladas de narguile, una hoja blanca impecable.
«Para entender lo que hace Tim, primero hay que saber cómo se genera una imagen holográfica a partir de una simple fotografía. Es la clave para crear una imagen 3D de las profundidades de Hawara, usando un satélite que solo escanea la superficie», explicó.
«Imagina una sartén llena de agua. Lanzas varias piedras y se forman ondas que se entrecruzan en patrones complejos. Si pudieras congelar esa superficie en el acto y luego iluminarla desde abajo, verías proyectada la imagen tridimensional de los puntos de impacto. Un holograma, creado a partir de ondas congeladas. Eso hace la tecnología de Tim, pero a gran escala y con precisión milimétrica», añadió.
El sistema de Tim utilizaba imágenes satelitales de alta frecuencia —compradas por Andrew a agencias orbitales privadas— que normalmente procesaba con software propio en sus servidores. Pero esta vez, gracias a sus contactos militares, serían analizadas en instalaciones clasificadas del Reino Unido. Procesadores que antes rastreaban submarinos ocultos tras petroleros, ahora estarían enfocados en las arenas de Hawara.
«Esta tecnología detectaba el rastro de un submarino analizando el campo de ondas que dejaba en el agua, las huellas fluidas», precisó Andrew. «Ahora imagina lo que puede hacer con formaciones geológicas sólidas, sensibles a la vibración sísmica constante de la Tierra. Puede mapear el subsuelo en 3D hasta 5 km de profundidad, diferenciando granito, diorita, caliza... incluso localizando vacíos, túneles y anomalías metálicas con una precisión asombrosa. Hasta el tamaño de un reloj de oro».
Al día siguiente llegó lo que Andrew describiría como «la videollamada de su vida». Apareció Tim, radiante, exultante, como un profeta digital, y exclamó: «Oh, chicos… agárrense. Aquí va».
Y allí estaba. No se trataba de un tosco collage con líneas rojas sobre Google Earth, como los escaneos del amigo de Klaus Dona, sino de una imagen subterránea real, texturizada, vívida. Un escaneo detallado y en alta definición. Imágenes coloridas y nítidas inundaron la pantalla, un prodigio tecnológico que parecía real. Sentí cómo se aceleraba mi pulso: esto podía cambiar nuestra comprensión del lugar.
Pero, una vez más, los escaneos omitían mi principal zona de interés: la capa bajo la base de 304 × 244 metros de Flinders Petrie, entre los -5 y -18 metros de profundidad, donde en 2008 mi Expedición Mataha —en colaboración con el NRIAG y la Universidad de Gante— había detectado cámaras enormes con muros masivos. En cambio, como en los escaneos de Dona, el análisis se adentraba en el lecho rocoso, revelando un colosal complejo de grandes salones a -40, -60, -80 y hasta -100 metros… y más.
Pero esta vez, algo nuevo emergía: un espacio abierto central conectando varios niveles. Como el atrio de un enorme centro comercial, donde varios pisos convergen en un gran salón central: una cámara de proporciones sagradas —64 metros de ancho por 160 de largo—, seguida de lo que parece ser una inmensa puerta que conduce a un espacio cúbico de 80 x 80 metros, en el corazón del complejo.
Escaneo satelital de 2015 del laberinto en Hawara realizado por Merlin Burrows (Fayum, Egipto). © The Cosco Foundation, 2025. Todos los derechos reservados.
¿Un templo subterráneo colosal? ¿Un archivo ancestral? ¿Una cámara de resonancia?
Sin darnos tiempo para asimilar la magnitud de sus palabras, Tim pasó a otro hallazgo claro: una sala circular, según él, abovedada, situada a unos 40 metros bajo tierra. Su tamaño evocaba al del Panteón de Roma.
Detalle original del escaneo satelital de Merlin Burrows del laberinto en, Egipto. © The Cosco Foundation, 2025. Todos los derechos reservados.
Mis pensamientos volaron hacia La Profecía de Orión de Patrick Geryl y las traducciones del egiptólogo francés Albert Slosman del Libro de la Muerte egipcio: leyendas que hablaban de una gran sala circular dorada —el «Círculo de Oro»— enterrada bajo Hawara, donde los antiguos sacerdotes habrían grabado profecías matemáticas en oro, advirtiendo sobre futuros ciclos de cataclismos.
¿Podría ser esta?
Mientras Andrew y Akers profundizaban en los escaneos, salí a la terraza cubierta de parras. El murmullo de su conversación se desvanecía bajo el perfil nevado de Sierra Nevada, que brillaba a la luz de la luna. Arriba, el cinturón de Orión resplandecía, reflejado en las pirámides de Guiza y en el complejo de Teotihuacán, en México. ¿Qué mensaje cifraron los antiguos en estas maravillas megalíticas? ¿Y por qué exigía tanto esfuerzo monumental?
Durante semanas, Andrew y Tim analizaron en profundidad los escaneos, trazando una estrategia para acceder al complejo. Compararon los escaneos de alta resolución de Merlin Burrows con los registros arqueológicos de la pirámide hoy sumergida de Hawara, los datos geofísicos de la Expedición Mataha —financiada y coordinada por mí— y las corroboraciones de la misión polaca de la Universidad de Wrocław junto a la Universidad de El Cairo ese mismo año. Todos coincidían en un hecho revelador ya descrito por Heródoto hace más de 2.000 años: un túnel conectaba la pirámide con el laberinto.
La conclusión era tan simple como impactante: la vía más directa para entrar al laberinto es a través de la pirámide sumergida.
Pero el acceso estaba bloqueado. El riego de campos arroceros cercanos y un canal excavado en los años 1830 por el francmasón francés Linant de Bellefonds —constructor del canal de Suez— habían inundado el sitio. Esta barrera de agua, ignorada por el Departamento de Turismo y Antigüedades de Egipto, parecía más un obstáculo deliberado que un descuido: como si protegiera lo que quizá sea el archivo más importante de la humanidad, una biblioteca de piedra con el mensaje vital de los antiguos.
Y en todo esto, la sombra de un hombre se alzaba: Zahi Hawass. El exdirector del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto llevaba años negando la existencia del laberinto. Había bloqueado el acceso al sitio, desestimado descubrimientos alternativos, ridiculizado escaneos satelitales y rechazado nuestras solicitudes de excavación o incluso de preservación urgente del lugar, afectado por el agua subterránea que lentamente desintegra la pirámide.
Estamos más cerca que nunca. Pero las puertas siguen cerradas.... Y el silencio bajo Hawara persiste.
Sobre todo ello, Orión sigue brillando —su cinturón alineado con monumentos de todo el mundo antiguo— como un mensaje celeste codificado en piedra, esperando que la humanidad recuerde su lugar entre las estrellas.
Por Louis de Cordier para MysteryPlanet.com.ar.
¿Te gustó lo que acabas de leer? ¡Compártelo!
Artículos Relacionados