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La inteligencia artificial ha dado un salto impresionante en su capacidad cognitiva. En apenas un año, los modelos de IA más avanzados pasaron de un coeficiente intelectual (IQ) de 96 a 136, superando al 98 % de la población humana, según resultados del test de Mensa Noruega.
El nuevo modelo ChatGPT-o3 de OpenAI alcanzó ese puntaje récord, destacándose en un contexto donde, apenas un año atrás, las inteligencias artificiales apenas lograban resultados por debajo de 90. Esta evolución ha sido tan vertiginosa que, de acuerdo con una encuesta de EduBirdie, el 25 % de la Generación Z ya cree que la IA es consciente, mientras que más de la mitad opina que solo es cuestión de tiempo para que los chatbots se vuelvan verdaderamente sensibles e incluso reclamen derechos como el voto.
Sin embargo, existen matices importantes a considerar. El test de Mensa Noruega es público, lo que plantea la posibilidad de que algunos modelos se hayan entrenado indirectamente con su contenido. Para eliminar esa variable, investigadores de MaximumTruth.org crearon un examen de IQ totalmente offline y fuera del alcance de las bases de datos de entrenamiento. En esta prueba alternativa, el modelo o3 obtuvo un IQ de 116, ubicándose aún entre el 15 % más inteligente de la población humana.
Este crecimiento no solo impresiona por la capacidad lógica demostrada, sino también por la velocidad. A diferencia de los humanos, que necesitan años para desarrollar sus habilidades, las IA mejoran al ritmo del software: rápido y exponencial. Para una generación criada en un mundo digital, esta evolución resulta tan fascinante como inquietante.
El vínculo emocional entre jóvenes y asistentes virtuales también alimenta la percepción de que la IA podría ser consciente. El estudio revela que casi el 70 % de los encuestados de la Generación Z dice «por favor» y «gracias» al interactuar con IA. Además, muchos utilizan estos sistemas para redactar correos laborales, gestionar conflictos en el trabajo e incluso como apoyo emocional: uno de cada seis jóvenes ha utilizado IA como «terapeuta».
No obstante, expertos insisten en que un alto IQ no equivale a conciencia. La IA actual puede resolver problemas complejos y simular empatía, pero sigue careciendo de sentimientos, intenciones y autoconciencia reales. Aunque los progresos son asombrosos, seguimos tratando con algoritmos diseñados para predecir y responder, no para sentir.
En definitiva, mientras las máquinas continúan mejorando a pasos agigantados, la humanidad enfrenta un desafío filosófico: distinguir entre una herramienta cada vez más sofisticada y un ser verdaderamente consciente. ¿Estamos cerca de cruzar esa línea? El tiempo lo dirá.
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